Читать книгу El hospital del alma - Lourdes Cacho Escudero - Страница 22

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La suerte de la margarita

Los caminos del monte te llevaban al trueque de alimentos entre el hambre y las ganas; uno de los alimentos más preciados era la harina de trigo. El pan se amasaba en casa con un extraño temblor entre las manos y un ritual de oraciones que se ahogaban en la garganta a la hora de llevarlo a cocer al horno, escondido bajo el delantal. A veces había suerte. Otras, el horno era registrado y el pan blanco tomaba la senda del cuartel o la de otro reparto siempre desproporcionado. Las hechuras de la miseria eran grandes dimensiones de tierra baldía y los pobres, los perdedores, solo tenían dos opciones: obedecer y callar.

En enero de 1955 el invierno todavía era frío y mi abuela dio a luz al tercero de sus hijos entre carámbanos y calles blancas en un hospital amoldado a la austeridad y a los caprichos de la muerte. Ahora sé que la ceguera que padeció después del parto podría haber sido debida a una diabetes gestacional. Mi abuelo reunió sus ahorros; dejó a sus tres hijos bajo el cuidado de su suegra y una sobrina de catorce años que ejerció de aya y en un tren oscuro partió con mi abuela hacia Barcelona. Regresaron unas semanas más tarde con la luz del amor y del sacrificio en las pupilas y sin leche en los pechos de mi abuela…

En la escuela repartían leche en polvo que mandaban los americanos. Había otro reparto para las parturientas. No para todas. Una sotana que hacía las veces de juez, deshojando una margarita parecía decir: “me quiere”, “no me quiere”, “me quiere”, “no me quiere”, “vencedores”, “vencidos”, “vencedores”, “vencidos”... Y a mi abuela aquel reparto siempre la vencía, nunca la quiso. Una vecina que también acababa de tener un niño, agraciada con la suerte de la margarita, compartía su leche con ella a escondidas. Porque también había gente buena en otro reparto, en el del corazón. Mi tío y aquel niño son amigos del alma. Pero yo tengo la certeza de que son algo más, de que son hermanos, hermanos de leche en polvo.

El hospital del alma

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