Читать книгу El hospital del alma - Lourdes Cacho Escudero - Страница 24

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Las musas

La siesta convocaba a las musas en la escalera. El olor a lejía refrescaba la boca de las baldosas mientras la tarde comenzaba a resbalar por el sudor de la memoria. El orden estricto del silencio hacía el amor bajo las sábanas que olían a campo y una cortina de incertidumbre me llevaba descalza al hueco de la casa donde escribir me transportaba a otro tiempo. Tú me esperabas en el primer escalón, envuelto en el apetito de los secretos, haciendo noche en el inicio de las horas gastadas y día en la piel desconocida de mis piernas. Tus dedos caían como pequeñas gotas de agua por la redondez de mis muslos tempranos hacia el verde valle de algodón que frecuentaba las ganas. Los renglones de mi escritura se torcían irremediablemente hacia el sabor de tus manos. “Las musas —te susurraba al oído—. Que se me escapan”. Y salía corriendo a la vez que los ruidos de la hora levantaban de su colchón de campo al deseo. Al cabo de un rato volvía con mis trenzas arregladas y mi cuaderno al escondite donde cada tarde tú intentabas descifrar la criptografía de aquel extraño sentimiento. Ni la muerte ni el dolor existían en aquel espacio. La edad de la inocencia, la que es cómplice del principio de una escalera me dejó en un papel arrugado, a la orilla de mis pies, tu letra: “las musas no existen— escribías en cada siesta— pero tú sí…”

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