Читать книгу El hospital del alma - Lourdes Cacho Escudero - Страница 36
ОглавлениеTrueques
En la plaza de la fuente, los miércoles de escuela pintaban un mercado. Contando los minutos, la destreza seducía a una pizarra de números y resolvía los problemas a tiempo para el recreo. Antaño había sido la plaza de la Tela la que albergaba el imperio del trueque, el cambalache para paliar el hambre, la permuta de una alacena donde pasar el invierno. Pero ahora su ancho de frontón y su largura de reino, hacían de ella la corte donde olvidar durante media hora las obligaciones del aprendizaje, y la harina, el aceite, el azafrán o el jabón de lavanda, seducidos por otra necesidad, se vestían con pantalones vaqueros “lois” o “cimarrón”, con bragas de puntillas y con zapatos siempre discotequeros en puestos que describían una órbita alrededor de un manantial de piedra del cual manaba un agua solo para guisar. Las madres esperaban la hora del recreo sujetando en las manos dos tallas de un pantalón y el fin de mes afilando sus tímpanos. Aquella economía sumergida en el compartimento secreto de una cartera o bajo una baldosa del cuarto de la plancha hacía de los miércoles un domingo cualquiera donde estrenar la muda de la felicidad. Y al tiempo que a su hora tocaba la campana de vuelta a los libros, la otra edad de los hombres desataba despacio el delantal de la tarea y compraba enaguas de seda para la siesta y la memoria. Porque en el fondo, todavía habitaba una conciencia de subsistencia en la órbita caprichosa de los miércoles donde el agua de una fuente compensaba a los hombres con guiso de domingo.