Читать книгу El hospital del alma - Lourdes Cacho Escudero - Страница 32
ОглавлениеCover me…
El comienzo del otoño tenía un idioma distinto. La tarde se cerraba en las caderas de un autobús y el orden de las horas me esperaba en casa para la cena. Septiembre había guardado la comba y los papalotes y, en las calles, el olor de la uva pisada se adentraba en las formas de una imaginación que comenzaba a desnudarse. Las ondas de mi pelo se volvieron rebeldes. Había en las mañanas un ritual de sábanas que me ataban al sueño y una prisa pegada a mi espalda, acorralada por los austeros límites de nuevos horarios. En el huso de aquellos años, llegábamos temprano a las puertas del instituto; la tregua del sol servía para extender los párpados sobre las blancas mesas de una cafetería cerrada y los ojos se acomodaban a una espera que dividía a las asignaturas en retos. A mí me perseguían el miedo y su guadaña, la extraña percepción de ser un bicho raro contando con los dedos las sílabas que me quemaban por dentro. Disimulaba como podía el eco de una sed poeta que se instaló en mi cuerpo, discreto en el lenguaje de las curvas; escribía a escondidas en todos los rincones de aquel instituto donde empeñé definitivamente mi niñez para comprar ropa en los grandes almacenes de la adolescencia. Aprendí a fumar leyendo a Machado porque había que estar al día con lo que tocaba y con la pizarra. Por la noche, al llegar a casa, me sorprendía ordenando el clasificador de apuntes y el de hormonas, la música de un muchacho de pantalón vaquero ajustado y pañuelo rojo en el bolsillo trasero… Tres décadas más tarde, en uno de esos domingos en los que los pájaros lloran, necesité su Cover me como el campo al agua de mayo, regresar a las aulas de un instituto, pretender las mariposas y las palabras, hacer virgen al desconsuelo, desear un cuerpo desnudo en la ventana de la siesta, “come on, baby, cover me”… porque había perdido al hombre de la sonrisa más bonita del mundo y precisaba volver a los diecisiete, recoger en una coleta la rebeldía de una pizarra, escribir a tiza los números hasta el cien, desempeñar el tiempo de mis caderas para ser lectora de ese amor que musita a las puertas de un instituto.
“Come on, baby, cover me”…