Читать книгу El hospital del alma - Lourdes Cacho Escudero - Страница 20

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Relojes

… a mi madre.

Mi madre tenía en la cocina uno de esos relojes que me traicionaban, un plato donde crecía la comida y la voz hecha a un cuento para que yo abriera la boca. Que no tuviera hambre parecía un delito pero es que en aquel tiempo mi estómago se llenaba solo con levantar la tapa de la cazuela y además me gustaba escucharla. De vez en cuando yo miraba la hora, que nunca terminaba de maquillarse, y me llevaba una cucharada a la boca para que ella no se enfadara. Y así un cuento tras otro, un cuento tras otro, la escuela me libraba de rebañar el plato y de la carne que hacía bola en mis papos. Supongo, como la oía decir, que le quité mucha vida. Porque todos aquellos remedios caseros: que si el jugo de caballo, la leche a todas las horas o un filete pasado en el puré conmigo no funcionaban. Porque las calorías me las daba su voz, al igual que ahora. Bueno, tal vez ahora las calorías también me las den sus ricas comidas pero es para demostrarle que he aprendido bien, que ahora sé comer de todo.

Las tardes estaban hechas para sus manos, sus telas, sus dobladillos, sus revistas de moda y patrones que a mí me gustaba curiosear y que me hacían imaginarme en París de la mano de algún galán de cine o firmando ejemplares de una de esas novelas que algún día escribiría. Mi bocadillo crecía a una velocidad endiablada y no tenía el bolsillo de mi bisabuelo ni el hongo mágico de Alicia. Y aquella máquina de coser que ella manejaba con destreza era capaz de verlo todo. Hay días en que creo que me hilvanó el camino o el tiempo o la memoria porque las madres son costureras de pasos y madejas de remedios. Y en otros, al mediodía me hago niña para volver a escuchar aquellos cuentos. Porque ahora, quizás porque estoy entrando en el otoño de mi vida, tengo hambre de ella y necesito rebañar su plato…

El hospital del alma

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