Читать книгу El hospital del alma - Lourdes Cacho Escudero - Страница 19
ОглавлениеLa edad de la inocencia
La sobremesa de un domingo colocaba una mesa de dulces en la plaza. Mi abuela, al otro lado de todos los manjares que solo se mostraban en los días de fiesta, esperaba la risa de los niños, la paga que en moneda compraba unos boletos o alguna piruleta y chicles que se llenaban de un oxígeno competidor cuya meta era un beso. En invierno, el carbón de un brasero calentaba sus manos mientras las castañas se asaban al calor de sus ojos, a la intemperie del dolor, a orillas por fin de la ceguera que le acompañó una temporada. Mi abuelo, en la partida de mus o dominó, de copa y puro, de camisa impecable y chaqueta que delataba el día de la semana esperaba la hora de la rifa y yo, en mi empeño por aprender el reloj, contaba y respiraba despacio hasta sesenta, hasta que el codo de mi abuela me anunciaba el momento y mis latidos quedaban recogidos en el ábaco de la tarde. Cuatro cartas pequeñas en tiras de cartón rectangulares simulaban la feria, la tómbola de fiestas de vendimia, la pequeña derrama de la ilusión. De docena en docena, las castañas besaban la piel de un cucurucho de papel que abrigaba la espera. Mi abuelo llegaba del mus con sus naipes y barajando el alma de aquel pequeño espacio me dejaba cortar mientras gritaba: “arriba la baraja” y el gesto indescriptible de algún niño o de la novia tímida que por fin aceptaba un abrazo o del hombre callado que buscaba alimentar su silencio delataba el ganador de un cucurucho caliente que agrietaba a la tristeza del frío. En verano, el premio eran almendras y era la risa de un pañuelo sobre unos hombros desnudos quien decía el nombre del afortunado y abría la temporada de conquista, porque en dosis pequeñas de tirantes y faldas y vestidos de flores que polinizaban los sentidos se rifaba entre murmullos la edad de la inocencia…