Читать книгу El hospital del alma - Lourdes Cacho Escudero - Страница 18

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El turrón de pobre

La Navidad se acercaba en bolas de cristal que se agitaban para hacer nieve. En el comedor donde una tele en blanco y negro mostraba los pies del comienzo de otra era, los días olían a mazapanes y la inocencia sacaba brillo a sus zapatos. Las manos de mi abuelo daban cuerda a un martillo que deshojaba los frutos de los almendros y las nueces del nogal que me llevaba al río en el verano eran molidas en el almirez donde mi abuela emprendía la laboriosa tarea de hacer turrón de pobre. En la escalera, un árbol no muy grande, vestido de espumillón, anunciaba vacaciones y señalaba el camino donde el frío tenía otro refugio: los botes de cristal con la conserva, las pasas sobre cama de cañizos, el último jamón, los orejones, aquel dulce de higo que endulzó las tostadas de mi abuelo, las pocas avellanas que como oro en paño guardaba para hacerme feliz de tarde en tarde. Las horas en el desván donde la casa custodiaba el esfuerzo y emparedaba el hambre pasaban despacio ante mis ojos, observando cualquier mínimo indicio de otra vida: un par de zapatillas, una cuna a cubierto del óxido, el cabezal de una cama donde el amor murió joven, las cartas de una adolescencia que creció en silencio o las fotografías de un soldado que nunca quiso serlo. La guerra de otro tiempo, la miseria de tejados abombados y barrizales pastosos se colaba en los tímpanos de la memoria como la voz del afilador que llamaba a su piedra a las navajas del almuerzo. Mi madre horneaba los mazapanes con un baño de azúcar que hiciera diferentes los recuerdos y mis manos de niña pintadas con papeles de colores los guardaban en cajas de cartón en el bolsillo de la despensa. En el pasillo, un belén simulaba el nacimiento del hombre y una estrella guiaba mis ojos hacia el cajón donde el betún me esperaba para dar brillo a los zapatos de los muertos que no tuvieron bolas de cristal… Al anochecer, la cuerda del martillo llegaba a las puertas del cansancio y el turrón de pobre se detenía en la cuchara que llenó mi paladar de un sabor que nunca olvidaría. Y dormía sobre un colchón de paz que el delantal sereno de mi abuela creaba en un instante. En el desván donde el frío se refugiaba, la Navidad del frente era cosa de hombres…

El hospital del alma

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