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Mambo con la muerte

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Después del herpes simple en el lado derecho del cuerpo le apareció migraña crónica. También del lado derecho de la cabeza. Pasaron unos años y apareció la periodontitis, que es la retracción de las encías. Lo curioso fue que era sólo del lado derecho de la boca, tanto en las encías de arriba como en las de abajo. Prácticamente a la vez, la uña del dedo gordo del pie derecho se le empezó a poner marrón, desde los costados hacia el centro. Todas estas cosas, fundamentalmente la migraña, eran el tema central de su terapia, terapia psicoanalítica.

La psicóloga es jovencita, rubia y amable. La atiende en un consultorio sin luz natural en el hospital público. Preguntó si ella hacía alguna asociación con respecto a las enfermedades. Ella empezó a contar:

—El neurólogo dice que el herpes puede ser el disparador de la migraña, no la causa. Es decir, puede ser que la migraña haya empezado por el herpes, pero que ahora tenga migraña no significa que tenga herpes. La migraña se dispara y sigue funcionando sola. La migraña empezó con el herpes, eso seguro. Me acuerdo de que estaba mirándome al espejo, veía el herpes en mi frente y sentía que me iba a morir.

—¿Porque estabas enferma?

—No importaba si me moría en dos meses o después de toda una vida. Lo que sentía era que algún día me iba a morir. Tenía presente a la muerte. Sentía lo efímero. Ese segundo que estaba pasando era efímero. No es lo mismo que yo lo diga ahora que sentirlo. En ese momento lo sentía.

—Sí…

—En realidad ese pensamiento empezó mucho antes, a los catorce más o menos, después de que se murió mi papá. Era como si yo tuviera que pensar en que me iba a morir para estar preparada cuando llegara el momento. Eso me sigue pasando ahora. A veces. Me aterra no tener presente que me voy a morir. Me aterra. Tiene que estar presente. Como si, si no, la vida no fuera verdad. Como si andar por la vida sin tener presente la muerte fuera vivir en la mentira.

—¿Pero eso te ayuda a estar preparada?

—No. Además me voy a morir igual. Aunque piense o no piense en la muerte —se rio y, después de un instante, la psicóloga también.

Luego se quedaron calladas y, al segundo, ella continuó:

—No es tan simple como decir para qué tanto mambo con la muerte. Dejar de pensar. Decir, sí, mejor la paso bien mientras estoy viva, no preocuparme por la muerte. No, no es tan simple.

—¿Por qué es tan importante pensar en la muerte?

—Para mí, lo peor que te puede pasar es estar inconsciente y morirte. Qué sé yo —hizo una breve pausa—. Como le pasó a mi papá —dijo.

—¿Estaba en coma?

—No. Inconsciente. Viste cuando están internados y se van deteriorando de a poco. Y en un momento quedan inconscientes y al final se mueren.

—Eso es coma.

—¿Ah sí? —preguntó—. Nunca me dijeron coma.

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