Читать книгу Lagunas y gitanos - Luciana Pallero - Страница 19
Un olvido
ОглавлениеLos chicos querían gritar, saltar, reírse. Ellas los dejaron adentro y se fueron a fumar afuera. Esa mañana había helado en los campos alrededor. El frío era terrible. Desde hacía una semana que estaba de visita en Santa Fe. Su amiga y ella habían cursado juntas el Instituto de Cine. Después ella se había ido a vivir a Buenos Aires. Se acurrucó en una silla cerrándose el cuello de la campera con una mano y sosteniendo el cigarrillo con la otra.
—Es lindo que te digan que les gusta lo que hacés.
—¿Y ahora estás preparando algo nuevo?
—Un guion para un documental, con un chico.
—Qué bueno.
—Lo malo es que no gané plata.
—También es lindo cuando te pagan. Ya vas a empezar a ganar —la alentó su amiga.
Volvieron a la cocina. Shiva se le acercó y la agarró con sus manos pequeñas pero insistentes, le mostraba un muñeco.
—¿Qué dice el bebé?
—Dice Hago una posición de yoga —ella giró las patas del niñito de plástico hacia arriba y lo sostuvo en posición de yoga—. La pose del meditante en la cima de la montaña —Shiva se rio, mostró todos los dientes. Después preguntó:
—¿Qué dice el bebé?
—Dice Hago pilates con este limón.
Recostó al muñeco de espalda sobre un limón que había quedado de la cena. Lo movió haciendo rodar el limón y dijo:
—Mi columna, cómo me duele. Qué bien que me hace hacer pilates con este limón.
Shiva se rio y Tikal, de diez, que estaba en un colchón más lejos con otro muñeco, también. Jugaron un rato.
Después Shiva le trajo su guitarra. Ella tocó el pequeño instrumento de la nena haciendo cualquier cosa, bailando y cantando. Shiva se reía, toda despeinada, gritaba. Tikal agarró una espada de plástico y se puso a correr alrededor.
—¡Eso no! —gritó la madre cuando Tikal agarró un tramontina con movimientos ninja.
Luego, pidió un poco de calma. Al principio no le hicieron caso, pero después se tranquilizaron. Eran chicos buenos. Jugaron en el sofá con una muñeca de trapo a que era equilibrista. Súbitamente Shiva se subió a su falda y se acomodó como para dormir, en sus brazos. Sintió el deseo espontáneo de abrazarla, y lo hizo. Shiva se quedó un segundo y después la agarró y le empujó los brazos para bajarse. Le vino a la mente un recuerdo de cuando tenía veinticuatro y trabajaba cuidando a dos niños, uno de dos años y una de ocho meses. El recuerdo era sobre la primera vez que tuvo que hacer dormir a la bebé. Ella tenía miedo de no poder, porque lloraba y estaba inquieta. Pero la madre de la beba le había dicho cómo mecerla, que era fácil. Ella hizo lo que le habían indicado y pronto vio que la nena se iba tranquilizando. Supo que el cambio del llanto a la tranquilidad tenía que acarrear una enorme confianza de la niña hacia ella. La beba tenía sueño y decidió dejarse llevar por el ritmo de sus brazos, muy tenue. Finalmente se durmió y ella comprendió el enorme gozo que genera cuidar y amar a alguien. Según creía recordar, en aquel momento, entre la beba y ella, había una energía que iba y venía de una a la otra. No se podía decir aquello de que un bien que se hace a otro no tiene validez si se hace por el placer que genera hacer el bien, como se dice sobre la Madre Teresa de Calcuta, por ejemplo. No cabía decir eso porque no se trataba de algo individual, es algo que no sucede si no es en conjunto. No es porque me hace bien a mí. El gozo en sí es en conjunto. Es una energía que pasa entre todos los seres que están implicados, y se genera desde cada uno de ellos.
Mientras, miraba cómo Shiva agarraba la guitarra y se la traía de nuevo. Pensó en que no es lo mismo sentir eso por un hijo que por los niños que cuidaba por ser niñera, o por los hijos de sus amigos, como Shiva. Si quisiera tener hijos ahora debería “ponerse las pilas”, cosa improbable. ¿Y cómo podía ser –seguía pensando– que se hubiera olvidado de un momento tan fuerte durante todos esos años, unos quince quizás? No lo sabía. Nunca más lo había recordado.