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La historia de Mario

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Los dos hermanos no habían estado nunca tan unidos como desde que entraron al mundo de la música electrónica.

La noche que probaron, juntos, ketamina, Mario tomó sólo un poco. Como sentía que no le pegaba, se tomó una pastilla. Tampoco le pegaba y, pum, otro saque de keta. Después, se fueron a un boliche.

Ahí, Mario se empezó a sentir mal. Al principio no quiso decir nada. Aunque después dijo:

—Me siento mal. Pero muy mal.

Sin embargo, su hermano había consumido las mismas cantidades y Mario, al verlo bailar con la mirada perdida, se dio cuenta de lo lejos que estaba de poder brindarle ayuda.

Se sentó en un escalón al borde de la pista de baile y se agarró las sienes deseando vomitar. Cuando su hermano vio esto, le propuso que fueran al kiosco a comprar un agua.

En el kiosco Mario sacó el billete que habían quedado en no usar. El billete que tenía escrito Puto el que lee. Se lo dio a su hermano y le dijo:

—Me siento nada. Me siento alguien. Me siento un Poett —se puso la palma abierta sobre la cabeza y chistó dos veces como si fuera un aerosol, un Poett, y su palma estuviera apretándolo.

Después tomó agua. Se despejó un poco y, cuando su hermano le preguntó cómo estaba, contestó:

—Vamos a bailar.

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