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La historia de Lucía sobre su gato
ОглавлениеNo me conocía, pero a través del chat me invitó a su casa a estudiar. Se llamaba Lucía.
Entré a su depto. Lleno de luz, desordenado. Un departamento de estudiante. Ni ella ni yo éramos hermosas, pero lo éramos a nuestra manera. Señaló el escritorio donde íbamos a estudiar, me pareció súper incómodo.
Entonces apareció un gato por la ventana, como marcando territorio. Era grande, grandísimo. Y sin cola.
—Tuvieron que cortársela porque se la enganchó en un alambre de púas —dijo Lucía—. ¡Y era lo que lo distinguía! Una cola inflada y peluda —hizo un gesto demasiado bello con las manos para que me figurara la cola. Parecía que no aceptaba la pérdida.
—Ahora también es lo que lo distingue —dije—. La cola que le falta —esa idea obvia la hizo sonreír como si a ella antes no se le hubiera ocurrido.
Mucho más tarde, a la madrugada, me contó más. El día que se enredó la cola nadie de los vecinos que estaban ahí podía acercarse, porque te arañaba, estaba sacado –dijo–, al final la ubicaron a ella. Lucía fue enseguida con el que era su novio de entonces. Se acercaron al gato, resultó que por ellos sí se dejó ayudar. De entrada, con ellos, se quedó tranquilo.
—Fue ahí que dije: Loco, el gato me reconoce —la chica hablaba mirando la ventana, de perfil a mí, con sus veintiséis, a medianoche.
También me acuerdo de que a la madrugada habló de manera llana sobre la violencia, se notaba que la conocía en que hablaba sin aclarar cosas. Además lo supe porque yo también la conocía. No es que me contaron cómo es el color azul, sino que vi el color azul. Ella no hablaba de cualquier violencia, era la violencia entre la que se es criada. Me pregunté si no sería que toda la gente sabía lo que era, como esta mina, Lucía, como yo. Si, en realidad, no había nadie puro en el mundo.