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Nota a la Segunda Edición
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Cuando, agotada la primera edición del Lenguaje jurídico actual, Aranzadi Thomson Reuters, a través de las siempre amables y diligentes Amalia Iraburu y Mónica Nicolás, me invitó a preparar la segunda, sentí una honda satisfacción.
En estos tiempos en los que vender un libro constituye casi una heroicidad, que haya motivo para la preparación de una segunda edición sobre el lenguaje jurídico actual es algo excepcional y para alegrarse mucho. Además, a la segunda edición no se ha llegado ni mucho menos de sopetón –la primera data de 2007–, sino poco a poco, con un interrumpido goteo, que pone de relieve que el libro ha calado y encontrado su hueco en la copiosa literatura jurídica.
II
Lo primero que me plantee en agosto de 2013 con el océano Atlántico y las costas marroquíes de Tánger, Arcila y Larache a la vista en el horizonte próximo, fue el alcance que debía dar a la preparación de esta nueva edición. Aunque haya mudado de colección por conveniencias editoriales, ¿debía cambiar la naturaleza del libro o debía mantenerla actualizándola?
No lo dudé mucho: tenía que respetar la naturaleza del libro, de lo contrario entregaría un nuevo libro, no una edición del anterior. El lenguaje jurídico actual era y es un ensayo, con la correspondiente huella muy personal del autor y con las limitaciones de toda obra ensayística, y así ha de permanecer.
Ahora bien, sin apartarme un ápice de las imposiciones ensayísticas, he añadido al libro algún epígrafe nuevo al hilo de cómo ha evolucionado la materia en los últimos años, de las relecturas de autores clásicos en los que he encontrado nueva semilla de pensamiento, y de las lecturas de la importante producción escrita de autores que permanecen y de otros que van llegando a este campo.
Por último, he aprovechado también la oportunidad que se me ha brindado para abordar dos tareas siempre inacabables para todo autor que se esmere. He releído el texto varias veces y he subsanado las deficiencias estilísticas que recuerdan en todo momento que escribir bien es una meta alcanzable para muy pocos. Y he mantenido la sempiterna lucha con las erratas, esas maculillas que nunca dejan de aparecer y el autor empeñarse –tarea casi imposible– en que desaparezcan1).
Luis María CAZORLA PRIETO
Novo Sancti Petri (Chiclana de la Frontera, Cádiz), 19 de agosto de 2013.
Como escribe Gregorio SALVADOR, «Palabra de más», Tercera del ABC, 2 de noviembre de 2001: «Las erratas en cualquier texto impreso son inevitables, a veces graciosas, generalmente inocuas, en ocasiones irritantes, y sobre ellas está todo dicho y no lo voy a repetir. Son como las moscas: por mucha higiene, por mucha precaución, por mucho insecticida, siempre aparece alguna cuando menos se espera».