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¿Por qué nos ponemos máscaras?

Por miedo, así de simple. Por necesitar aprobación, por la necesidad de aceptación de las personas con quienes nos relacionamos. El ego no es sencillo, es muy complicado y sus interpretaciones de lo que pasa también lo son. Necesita sentirse halagado, aprobado; esto hace que se carezca de iniciativa propia por miedo a no estar a la altura, por miedo al fracaso debido a la baja autoestima que realmente se puede tener. Por eso, el ego salta a la mínima, para mostrar su poder, su grandeza, y no dejar ver sus inseguridades.

A quien tiene una buena autoestima no le importa mostrar sus opiniones, no tiene miedo a probar cosas nuevas porque no gustarle a todo el mundo no es una necesidad; no busca la aceptación por encima de todo, entiende y espera que haya opiniones en contra sin que eso moleste. Todo lo contrario, lo aprovecha para indagar y aprender sobre esa opinión contraria sin que eso dañe su valía personal.

Cuando no recibes el reconocimiento que esperas, la valoración a cada trabajo que realizas, te sientes frustrado, te vuelves negativo, te hablas mal, sientes pena, rabia, miedo a no estar a la altura, a no ser lo que se espera de ti, desciendes todavía más y te sientes más inferior cada vez, porque la seguridad exterior que muestras es falsa. Tu ego se nutre de lo que los demás opinan de ti, de ahí que sea tan importante mostrarnos tal cual somos, con nuestras debilidades y fortalezas (que todos tenemos, aunque algunos las tengan que buscar).

Al mostrarte de forma íntegra, no quedas más débil. Todo lo contrario, muestras tu personalidad sin engaño y eres libre de mostrarte tal cual te sientes en cada situación, sin fingir. Mostrar vulnerabilidad realmente nos hace más resistentes, nos aporta más tranquilidad.

Ser honesto y humilde es lo realmente necesario para dominar tu ego

El ego es el intruso de tu mente. No hay que pretender ser nada que no seamos; estamos bien siendo tal cual, no te exijas, no te culpes por no saberlo todo, por no hacerlo a la primera, o por sobresalir, por no gustar a todo el mundo, ni tener la razón siempre, ni adquirir nuevas y mejores posesiones. No te compares, simplemente disfruta de la vida y disfruta con lo que cada cual tenga. Eso no te afecta a ti, no te pertenece, es su camino, su vida.

Piensa en silencio y conecta con tus pensamientos.

¿Qué te hace feliz y tienes en este momento en tu vida?

Reúnete con personas que hagan bonitos esos momentos, contacta con la naturaleza, con su olor, con sus sonidos, con sus colores; siéntate sin prisa y disfruta de ese momento, cuida tu aspecto físico, come sano, no consumas tóxicos y muévete: camina, corre, salta, baila, pinta, lee… Haz todo aquello que te hace sentir bien, invierte en tu bienestar; todos en nuestra esencia somos personas que merecemos mucho la «alegría» (no la pena), no dejes que nada ni nadie te diga lo contrario (por supuesto, tú tampoco. Calla a tu ego competitivo, ponle un esparadrapo en la boca). Al ego hay que moldearlo para que no crezca a lo loco como las uñas o el pelo si no los cortamos.

Piensa ahora lo importante que es el cómo educamos a los niños, el ambiente donde se crían, lo que les decimos, lo que oyen, el cómo tratamos los temas y a las personas, cómo nos dirigimos a otros… Ellos vienen con un cerebrito vacío, con su esencia limpia y sana, y su ego se va llenando en función de las experiencias que van teniendo a lo largo de la vida, el ambiente donde se crían, las amistades, los padres, la familia más directa; todo influye en la creación de una personalidad fuerte, tolerante, libre, equitativa, abierta, limpia en el pensar, o, por el contrario, en un ego rígido, excesivamente competitivo, lleno de juicios sobre el físico, la forma de ser, la organización, las creencias sobre las actitudes, la necesidad de «hacerse valer», las etiquetas.

Recuerda que un niño es bueno o malo por comparación, es ordenado o desordenado en función de la idea del orden que tengan sus educadores; es decir, ideas subjetivas. Así, con adjetivos como «listo» o «tonto», «apto para los deportes» o no, cuando los niños tienen tres años y empiezan a socializar en el colegio, ya caminan con unas etiquetas en su cabeza que no tienen por qué ser ciertas, aunque los adultos que los rodean piensen que sí lo son. Los niños, como no tienen suficiente criterio para averiguar la verdad, se enfrentarán al deporte con más o menos seguridad según la valoración de los adultos al respecto. Si la primera vez que intentan algo no les sale, reforzarán la idea de sus padres de «¿Ves como no eres bueno en esto?». Sin embargo, si se han criado en un ambiente de tolerancia donde se entiende que la primera vez que se hace algo no es la mejor de las veces, seguirán intentando esa actividad hasta dominarla y entenderán que practicando, en unas ocasiones más y otras menos (según las habilidades), conseguirán controlar la actividad (escribir, leer, saltar, nadar…), pues el fallo forma parte del aprendizaje y no serán minusvalorados por cometerlos; no serán castigados y aprenderán a vivir con la frustración de forma sana. Incluso entenderán que los fallos forman parte de la vida, al igual que los aciertos.

Si creces con un montón de etiquetas y creencias limitantes (ego educado) sufrirás en exceso. Solo cuando te satures de sufrimiento empezarás a analizar el porqué de esas ideas sobre ti y empezarás a trabajar para cambiarlas con el fin de llegar a conocerte y desarrollar tu máximo potencial, como lo tenías cuando llegaste al mundo con un cerebro sin etiquetas ni comparaciones, y pasaste a identificarte con ideas como «soy bueno en natación» (o en pádel o en yoga o en la pintura o en hablar en público o en lo que sea que te apetezca practicar). Te darás la oportunidad de comprobarlo y no creerlo porque alguien en tu infancia dijo que «no valías». Si llegas a controlar a tu ego, vivirás despierto, vivirás más atento a tus gustos, te escucharás más a ti y no lo que dicen de ti, te liberarás de un gran peso, se sentirás ligero. Por eso a este proceso de autoconocimiento se le llama despertar, fluir, poner luz en tu oscuridad. Vivirás de forma consciente cada día.

Cuanto mayor sea tu ego, más juzgarás al resto de las personas, más te compararás, más gritarás, más te ofenderás con lo que hagan o digan las otras personas. Cuanto más valores las situaciones desde el ego, más sufrirás, y, si no controlas a tu ego, sumarás sufrimiento en vez de paz y felicidad.

Las personas siempre harán y dirán cosas. Estarás pensando en ello dos, tres, siete o hasta treinta días; sentirás la necesidad de contárselo a alguien para que te apoyen en tu malestar y tú refuerces el sentimiento de víctima, de ofensa, te preguntarás cómo ha podido decir o hacer tal cosa, volverás una y otra vez a ello, como para digerirlo. Mi madre decía: «Los problemas son como la mierda (perdón): cuanto más se remueve, más huele». Pues así, tal cual.

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