Читать книгу El árbol de la nuez moscada - Margery Sharp - Страница 11

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La mala vida, al principio, fue hacer de figurante en una comedia de la que Julia oyó hablar a una amiga que tenía un novio que conocía a un tipo en la entonces tambaleante industria cinematográfica británica. Se la encontró en Selfridge’s, en una de sus raras excursiones a la ciudad; se cruzaron (en la sección de medias) poco después de las tres, pero entre que tomaron el té y hablaron de los viejos tiempos y fueron a cenar y luego al Bodega a buscar al novio y más tarde al Café Royal a ver a aquel tipo, Julia perdió el último tren de vuelta. Durmió en un sofá en el piso de su amiga, encantada, con un albornoz que olía a maquillaje teatral; y esa noche y ese olor decidieron su futuro. A la mañana siguiente, en Barton, les dijo a sus suegros que volvería a vivir en Londres.

—Pero… ¿y Susan? —preguntó enseguida la señora Packett.

Julia dudó. La carta de su marido, ahora bajo llave en el joyero de la señora Packett, estaba escrita dando por hecho que la criatura iba a ser un varón, pero aun así era una especie de evangelio. Los ponis, en concreto los de las Shetland, suponían una preocupación constante para el viejo Henry Packett, al igual que las exigencias pedagógicas de Girton lo eran para su esposa…

—La niña debe quedarse aquí, por supuesto —dijo Henry Packett sin rodeos.

—Si Julia puede soportar separarse de ella… —siguió su mujer con más tacto.

Julia decidió que podía. Aquellos diecinueve meses siendo la joven señora Packett habían agotado sus reservas de afecto maternal y, además, era consciente de que, para una niña pequeña, la vida en Barton era mucho más apropiada que la que ella buscaba en la ciudad. Aún no tenía planes muy precisos, pero esperaba y confiaba en que, de hecho, sería muy inapropiada.

—Bueno, si no es mucho estorbo…

—¡Estorbo! —exclamó jovial la señora Packett—. ¿Acaso no es este su hogar? Igual que es el tuyo, querida, siempre que quieras volver.

Después, todo fue como la seda. No lo aprobaban, lo lamentaban, pero se mantuvieron firmes en su bondad. Su patriotismo no había consentido que Julia cobrase la pensión; había vivido en Barton como una hija, con la asignación de una hija, y en ese momento ascendía a trescientas libras al año. Julia, con cierto remordimiento, lo consideraba demasiado, pero los Packett fueron inflexibles. Al parecer no tenían muy buen concepto de su capacidad para obtener ingresos y la viuda de su hijo no podía vivir con menos. Era su herencia, debía aceptarla, y cuando quisiera podía volver a casa.

El árbol de la nuez moscada

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