Читать книгу El árbol de la nuez moscada - Margery Sharp - Страница 21

4

Оглавление

Mientras tanto, en el taxi que iba de la sala de variedades a la estación de Lyon, Julia recibía una propuesta de matrimonio. Apasionado pero respetuoso (Julia lo mantenía alejado, en realidad, con un codo apoyado en su pecho), Fred Genocchio le ofrecía su mano, su corazón, su dinero del banco y su casa en Maida Vale.

—¡Quédate! —le suplicaba—. Quédate conmigo, que es tu sitio, Julie, y nos casaremos lo antes posible. En cuanto termine la semana, los demás pueden volver y tendremos una luna de miel normal. Eres la estrella del espectáculo, Julie, ¡estás hecha para esto y te quiero así! Y tú también me quieres, Julie, ¡sabes que es cierto!

Sí que lo quería. Dejó caer el codo y, durante un largo minuto, se abandonó a la sobrecogedora sensación del abrazo de un trapecista. El movimiento del taxi los lanzaba de un lado a otro: primero la espalda de Julia, luego la de Fred, golpeaban bruscamente la tapicería, pero ninguno se daba cuenta.

—Te quedarás —dijo Fred.

Su voz rompió el hechizo. Julia abrió los ojos, miró distraída más allá de sus hombros y al fin se fijó en dos manchas blancas que destacaban en la oscuridad. Eran las etiquetas de su equipaje, con una dirección que había escrito en Londres tan solo veinticuatro horas antes: «Les Sapins, Muzin, près de Belley, Ain».

—¡No puedo! —exclamó—. ¡Tengo que ir con mi hija!

Se apartó de él y notó que Fred se agarrotaba a su lado.

—¡Tu hija no te necesita tanto como yo!

—¡Sí, Fred! Es infeliz, y tiene problemas, ¡y me está esperando! No me ha necesitado durante muchos años…

—Entonces podrá arreglárselas sin ti ahora. Julie, querida…

—No —zanjó Julia.

Su congoja no era menos profunda. Saber que sufría, desesperado, cuando con una sola palabra ella podía arreglarlo todo, era una angustia tan opresiva que apenas podía respirar. No estaba en su naturaleza negarse: si tenía amantes con más liberalidad que la mayoría de las mujeres era en gran parte porque no soportaba ver tristes a los hombres cuando era tan fácil hacerlos felices. Su sensualidad era a medias compasión; no podía atarlos corto, razón por la que quizá solo uno se había casado con ella, y ahora —¡qué amargura!—, cuando Fred también quería casarse, tenía que rechazarlo…

—¡Espérame! —le rogó—. ¡Espera a que vuelva!

—No vas a volver —repuso Fred con gesto sombrío—. Harán que te quedes allí. Esa hija tuya…

De pronto, Julia sintió un escalofrío. Hasta entonces, de manera inconsciente, había limitado la existencia de esa hija, y su propio papel como madre, al mes siguiente; en ese momento miró al futuro. Casarse con Fred Genocchio significaría darle a Susan un acróbata como padrastro. ¡Un acróbata entre los Packett! Era algo impensable y Julia se quedó allí sentada, pensando en ello, triste y en silencio, mientras cada sacudida del taxi los acercaba más a la estación de Lyon.

—Hay algo más —dijo Fred al fin. Julia se quedó inmóvil; por la reserva de su voz, por la repentina despreocupación de su actitud, sabía que estaba a punto de revelarle un secreto íntimo—. Hay algo más —repitió—. Nunca he podido hacer un salto mortal hacia delante en la cuerda floja. Pero a veces pienso que, si tuviera un hijo, tal vez él sí podría.

El árbol de la nuez moscada

Подняться наверх