Читать книгу El árbol de la nuez moscada - Margery Sharp - Страница 22

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Julia no sabía muy bien cómo llegó a subirse al tren ni cómo encontró su coche-cama y le dio propina al maletero. Desde que salieron del taxi, había estado hablando por hablar, ajena a lo que decía, ajena a las respuestas de Fred, ajena a todo salvo a la presión de aquel brazo en su costado. Y sin embargo se las apañó; de un modo u otro, de repente, ella estaba de pie en el pasillo del tren y él en el andén de la estación y había un cristal entre los dos. Fred soberbio y escultural, inmóvil como una roca, el hombre mejor plantado que Julia había visto. Luego el suelo pareció deslizarse bajo sus pies cuando el tren se puso en marcha. Agitó la mano en el aire una vez, como una tonta, se fue dando traspiés hasta su compartimento y cerró la puerta.

Estaba hecha un trapo, y no era de extrañar. Demasiado cansada para llorar y, desde luego, para quedarse despierta. Tras un breve examen del cuartito de aseo —cuya novedad e ingenio no podían dejar de agradarla—, Julia se echó crema y se puso el pijama en un abrir y cerrar de ojos. Un par de moretones, uno en cada antebrazo, atestiguaban la extraordinaria fuerza del abrazo del señor Genocchio. Era lo único que se llevaba de él y acabaría por desvanecerse…

Se metió en la litera y ya estaba dispuesta a dormirse cuando reparó en una puerta estrecha y hasta ahora inexplorada. La curiosidad la empujó a levantarse y a descorrer el pestillo y se vio mirando no el interior de un armario, sino del compartimento contiguo (y vacío).

«¡Qué práctico!», pensó.

Luego volvió a la cama y durmió como un tronco.

El árbol de la nuez moscada

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