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Espacios no sujetos a la rentabilidad escolar

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Atravesemos la frontera que separa a Brasil de Argentina y escuchemos a Javier Maidana, quien es maestro de secundaria en un barrio popular de Buenos Aires. Él recuerda el día en que llegaron dos mujeres a proponer que se abriera un “Centro de lectura para todos”.45 Él estaba allí, al lado de los alumnos, igual de desconfiados que los jóvenes brasileños cuando vieron llegar a las animadoras de A Cor da Letra. Una de las dos visitantes, Ani Siro, leyó en voz alta un texto que hablaba de recuperar los paraísos personales y les preguntó si ellos tenían paraísos como esos:

Nadie contestaba. A mí me pasó algo raro, volví a sentir el placer de que me contaran un cuento, como cuando era chico, la voz de nuestra lectora nos envolvió dulcemente y me olvidé de todo, de que era profesor, de que era adulto, de que estaba frente a mis alumnos y entonces viajé hacia mi niñez y recordé que mi paraíso se encontraba en un baño precario que había en mi casa. Estaba construido con maderas y la humedad fue provocando manchas que adquirían formas humanas, o demoniacas, o se transformaban en monstruos mitológicos con los que podía conversar si quería o necesitaba hacerlo, o sólo me quedaba escuchando lo que ellos hablaban. Y allí, a mis siete años, me sentía feliz y protegido. […] No pude resistir y tuve que compartirlo con los participantes de la reunión. Luego de contarlo, algo cambió. El ambiente se distendió, todos parecían más sueltos y se animaron a hablar de sus paraísos.46

Javier se convirtió en uno de los animadores de ese Centro de lectura. Si éste se instala en una secundaria, adquiere cierta extraterritorialidad: como afirman los que lo impulsaron, es “un espacio de no obligatoriedad en el marco de la obligatoriedad”, una tierra de libertad no sujeta a la rentabilidad escolar, y los adolescentes, muchachos y muchachas de 12 a 17 años, que participan en él, lo escogieron. Como Natalia: “Lo mejor del Centro de lectura es que tenemos nuestro propio espacio para expresarnos, escuchar y ser escuchados. Es el lugar en donde estás cómodo compartiendo lecturas, sin vergüenza, sin miedos, sin nervios”. No todos son buenos alumnos y la mayoría de ellos no fueron arrullados en su infancia por lecturas nocturnas. Pero en ese Centro gozan de la presencia cálida y de la escucha de mujeres u hombres que adoran la literatura y que sobresalen en el arte de hablar de su propia experiencia como lectores.

Como los adolescentes brasileños, aprendieron a leer en voz alta sin miedo a las miradas de los demás. Al principio, ellos también estaban asustados: “Yo no le tenía miedo a los libros, sino al rechazo de la gente frente a la cual leía”. También ellos lograron un reconocimiento, como Darío, quien recuerda la primera vez que leyó en público:

Recuerdo que cuando los miraba veía en sus caras una pequeña sonrisa que me hizo sentir como en casa y el mejor momento fue cuando al terminar de leer ellos me aplaudieron. Yo me sentí por primera vez importante. […] Cuando leo a los chicos y ellos me aplauden yo me siento único e importante.

En la actualidad, los que así lo deseen leerán para otros en la secundaria o en el exterior, mientras que sus compañeros serán “buscadores de libros” que renuevan las lecturas propuestas después de haber discutido los criterios de selección.47 Cada semana, unos y otros se reúnen, en primer lugar para tener momentos de exploración personal, de intimidad con los libros, y luego comentan sus impresiones, sus preferencias, sus historias singulares de lectores. Enseguida el coordinador lee en voz alta un texto que ha seleccionado y todos debaten sobre algunas interpretaciones posibles. Como en la experiencia brasileña, a veces se organizan excursiones culturales, que los llevan a descubrir otros barrios.

La víspera de mi llegada, ellos habían buscado en Internet poemas de Prévert que les gustaban, para que yo los leyera en francés y ellos en español. También dieron voz a otras poesías y cuentos que hablaban de amor, en su mayor parte, y a veces de la muerte, y luego discutieron sobre uno de ellos, La dama o el tigre. En el grupo había un sentimiento de amistad y al escucharlos me decía a mí misma que ésa era una escuela en donde se aprendía a escuchar con delicadeza al otro, y también al otro sexo. Algunos leyeron sus propios textos y uno de ellos nos contó que siempre escribía algo sobre una mujer, hasta que una poeta fue al Centro y le dijo que tratara de encontrar la belleza que buscaba en esa mujer dentro de la naturaleza.“Me gustó, eso me abrió muchas puertas. Escribí una poesía uniendo esa mujer y la naturaleza”. A partir de la mujer soñada, el mundo entró a formar parte de sus poemas. Otro muchacho, Juan Carlos, dijo: “tenía que hacer algo por mi vida. Si no hubiera encontrado el Centro de lectura, no sé que habría sido de mi vida”. Y una muchacha, Soledad: “El Centro me ayuda a ser la persona que soy, encontrar vida en las palabras. (…) El Centro es un espacio para descubrirte a vos mismo, un lugar para compartir, un lugar para estar con los libros, sin escrúpulos”.

El arte de la lectura en tiempos de crisis

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