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Una disponibilidad esencial

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En efecto, “encontrar vida en las palabras” supone “estar con los libros sin escrúpulos”, como tan acertadamente lo expresa ella. Es decir, esos objetos no deben convertirse en monumentos intimidatorios, repulsivos. Si el adulto le dicta al niño el comportamiento que se supone debe tener, la manera correcta de leer, si el niño se somete pasivamente a la autoridad de un texto y lo siente como algo que se le ha impuesto y de lo que después tendrá que rendir cuentas, hay pocas posibilidades de que el texto pase a formar parte de su experiencia, de su voz o su pensamiento. Apropiarse realmente de un texto supone haber conocido antes a alguien –un allegado en medios donde los libros son algo familiar, o algún maestro, un bibliotecario, un promotor de lectura o un amigo– que haya permitido que los cuentos, novelas, ensayos, poesías, palabras acomodadas de manera estética, desacostumbrada, entren a formar parte de su propia experiencia, y que haya sabido presentar esos objetos sin olvidarlo. Alguien que deconstruya el monumento haciendo que reaparezca una voz peculiar.

Alguien que le muestre al niño, al adolescente, o también al adulto, una disponibilidad, un recibimiento, una presencia de calidad y lo considere como un sujeto. Lo que dicen quienes han vivido totalmente alejados de los libros y que un día pudieron considerarlos como objetos cercanos, como compañeros, es que todo empieza con encuentros, con situaciones de intersubjetividad gratificantes que un centro cultural, social, una ONG o la biblioteca, o en ocasiones la escuela, hacen posible algunas veces. Todo parte de una hospitalidad.

Escuchándolos, volvían a mi mente las palabras de aquellas y aquellos a quienes mis colegas y yo conocimos en Francia, en algunos de los barrios marginales. Gracias a algunas mediaciones sutiles, cálidas y discretas en diversos momentos de su recorrido, la lectura entró a formar parte de su experiencia única. No significaba forzosamente que fueran a convertirse en grandes lectores, pero los libros ya no les provocaban aversión, no les asustaban. Y les han ayudado a plasmar en palabras su propia historia, a convertirse un poco más en sujetos de ella. Eso no basta para mover radicalmente las líneas de su destino social, pero podría contribuir a que eviten algunos de los caminos trillados.

Ellos también hablaron de la importancia decisiva de la hospitalidad, del lugar que se les ofreció.“De saber que allí hay alguien que te escucha… El hecho de tener un cierto lugar en la biblioteca donde te saludan, te llaman por tu nombre.‘¿Cómo estás?’‘Bien, gracias’. Con eso basta. Te reconocen; te dan un lugar. Te sientes como en casa”. Nos permitieron ver esos momentos en que algún mediador está profundamente disponible. Al escucharlos entendíamos que lo realmente valioso no es sólo la aptitud técnica del bibliotecario para orientarse en el mundo de la documentación, sino también su hospitalidad con el niño, con el adolescente, quien aprovechará esa disponibilidad que es tan difícil de encontrar en un adulto, se apoyará en él para su búsqueda, pero también, más allá de eso, para elaborar ese lugar que se le ha abierto, para dar nuevo movimiento a su pensamiento, sus deseos, sus ensueños, su vida, y para ir más lejos.

Es lo mismo que encuentra Claire Jobert en un experimento con niños trabajadores de un barrio popular de Teherán: “algunas mediaciones individuales que logran tener una duración [pueden] vencer las resistencias de unos y la falta de habilidad para leer de los otros. Son mediaciones muy simples, que se apoyan ante todo en una gran disponibilidad de tiempo y de espíritu, en escuchar a esos niños y adolescentes tan sensibles a la atención que se les dedica”.48 En el caso de algunos niños y niñas estigmatizados por una u otra razón, ya sea porque crecieron en una favela, o porque sus padres son migrantes o forman parte de un grupo dominado, es comprensible la importancia de esa hospitalidad, de ser reconocido en su singularidad, nombrado, escuchado, y de serlo por alguien que difiere de las personas cercanas, que es el facilitador de un mundo diferente.

Esto es aún más sensible para quienes han vivido un drama, una catástrofe; en ocasiones, que han perdido a algunas de las personas que velaban por ellos. Además, todos los que trataron de identificar los elementos propicios para una reconstrucción de sí mismo después de esos dramas, señalaron la importancia de las intersubjetividades: toda reconstrucción psíquica supone un acompañamiento, “toda crisis implica no una lógica del individuo sino una lógica relacional”, escribe Kaës.49 Otros han mencionado el papel decisivo que tienen los “encuentros significativos”, los “adultos referentes” o los “tutores de desarrollo” o bien “de resiliencia”, cuya calidad de presencia y de atención son una característica importantísima.

El arte de la lectura en tiempos de crisis

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