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Soñar el mundo al lado del niño

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Posteriormente le serán transmitidos cuentos, mitos, es decir, ficción, literatura, una vez más de manera universal, o casi, para nutrir su pensamiento, iniciarlo en la lengua del relato, permitirle enfrentar las grandes preguntas humanas, tanto como sea posible (los misterios de la vida y la muerte, las diferencias entre los sexos, el miedo al abandono, a lo desconocido, el amor, la rivalidad, etc.); y para celebrar la vida cotidiana.

Porque el hacer “como si” es vital, como nos lo recuerdan F. Flahault y N. Heinich: “Si el niño percibe que el adulto que quiere hacer que coma sólo busca alimentarlo (respondiendo a una necesidad utilitaria), reaccionará contra esa actitud manifestando su mala voluntad e incluso negándose a comer”.59 Si la cuchara se vuelve un avión que aterriza en la boca o si el adulto canta, reconoce, más allá de la necesidad, el deseo, y celebra el estar juntos gracias a una especie de alianza natural (eminentemente cultural) entre relación y ficción. Pero es también para simbolizar la ausencia, para pensarse poco a poco como un pequeño sujeto distinto de su madre, que el niño debe tener acceso a “un lenguaje que no se reduce a los nombres de las cosas, y (a) una relación verdadera mediatizada por el ‘hacer como si’ y las ficciones”.60 Diatkine lo decía también: las historias que se le leen al niño antes de dormir le permiten soportar mejor la oscuridad, la separación de sus padres, el miedo a perderlos, y a morir; pero aclaraba: “Sólo una historia ficticia, narrada en una lengua con una estructura totalmente distinta a la del habla relajada de la vida cotidiana parece tener efecto contra esa angustia de la separación”.61

Así pues, en los primeros tiempos de la vida humana, la madre le habla al niño, sueña el mundo al lado de él. Se lo presenta y las miradas se desvían hacia un tercer polo que ella nombrará. Y en todas las culturas del mundo, antes de pronunciar las primeras palabras, los bebés empiezan un día a señalar con el dedo, para alguien que está allí, cerca de ellos. Con ese gesto, el niño aísla un objeto de las cosas que lo rodean, segmenta el mundo y se distancia de él. El adulto nombra entonces lo que fue designado: “el perro”, “el gato”, “el avión”, o esboza un pequeño relato, reconociendo la actividad psíquica del pequeño, dando cuenta de lo que se produjo en él: “Sí, viste pasar un bello pájaro blanco en el cielo”. Los libros ilustrados son en este punto, cabe señalarlo, unos soportes perfectos, que enriquecen esos momentos con las “miradas conjuntas”. Para Laurent Danon-Boileau, es importante dedicar un lugar especial a esos juegos de señalar que se dan con los libros: “La mirada que se lanza en común a las huellas del pensamiento de otro, y la posibilidad de reconocerla y pensarla a su vez, son el primer momento de la creación de un tercer espacio. Es así, entre otros experimentos, como el lugar del otro toma forma en el pensamiento del niño. Otro situado en un lugar distinto al de la interacción”.62

Siguiendo a Wilfred Bion, los especialistas en la primera infancia han señalado igualmente la importancia crucial de la “capacidad de ensoñación” de las madres, que les permite filtrar los terrores de los niños –siempre y cuando ellas mismas no estén demasiado deprimidas o frágiles– y coincidir con lo que ellos sienten devolviéndoles ecos gestuales y del lenguaje.

Es allí, en esas interacciones, y posteriormente en esas intersubjetividades originarias, en ese diálogo de las atenciones y esos ajustes mutuos donde se encuentra el fondo de nuestra experiencia, de nuestra vida psíquica, de nuestro pensamiento. Y es quizás este fondo el que se ve tocado, son estas primeras experiencias las que a veces se recuperan, se reactivan, en algunos encuentros en torno a la lectura, cuando no están regidos por la utilidad (y a su vez, si el facilitador del libro busca únicamente responder a una “necesidad”, seguramente también sólo podrá ganarse la mala voluntad o el rechazo).

El arte de la lectura en tiempos de crisis

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