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CAPÍTULO 5

BLOG PERSONAL DE SERGIO ROMERO. Lunes 17 de septiembre. Mañana.

No recuerdo haber visto una clase de literatura tan a rebosar ni tan expectante como la que encontré esa mañana al llegar a mi aula. Con los ecos todavía del grito de Sammy Hagar, tuve que deslizarme entre un pasillo de estudiantes apretados hasta acomodarme en una de las pocas sillas que quedaban libres en la clase, al fondo y pegada a una ventana. Desde allí podía distinguir a Nadia sentada en una de las primeras filas, tamborileaba nerviosa con sus dedos sobre la cubierta de una novela en tapa dura que reposaba encima de su mesa. Se trataba de su ejemplar de «Empezar de nuevo», la última novela de Bruno Santana, publicada dos años atrás y recientemente llevada al cine. Pero mi compañera no era la única, muchos más habían traído a clase sus libros de Santana confiando en nuestro nuevo profesor se los firmara. No sé, me pareció una manera un tanto extraña de comenzar el curso.

Con todo, el protagonista de tanta expectación se estaba haciendo de rogar. Habían pasado varios minutos desde el toque de sirena y la mesa del profesor seguía vacía. En la pizarra, solamente el rótulo:

«Bienvenidos al nuevo curso»

Escrito con tiza blanca, rompía el negro del encerado. Las miradas de todos buscaban la puerta y hasta el último de nosotros comenzaba a impacientarse. Nadia cruzó su mirada con la mía y puedo decir que nunca la había visto tan impaciente. Y en ese momento la puerta del aula se abrió para cambiar nuestra vida para siempre.

—Lamento llegar tarde —se disculpó el profesor Santana, nervioso y apocado como le conocimos el viernes anterior en la presentación—. No encontraba la clase.

Para inaugurar el curso había elegido un vaquero gris y una camisa celeste que empezaba a lucir surcos oscuros bajo las axilas. El cabello despeinado, de un castaño desvaído que no ocultaba la proliferación de canas, caía sobre la montura de sus gafas escondiendo esa mirada que rara vez levantaba de sus papeles. Le costaba mirarnos directamente, y si lo hacía no era capaz de evitar una inquietud angustiosa, como si compartir su mirada con las nuestras le supusiera un ejercicio de intimidad que no pudiera soportar. Supuse que se le iría pasando con el transcurrir de los días, pero me pareció llamativo en alguien que debería estar acostumbrado a hablar en público.

—Tendréis que disculpar mi timidez —se excusó—. Hace años que no doy clase y cuesta a veces enfrentarse a… Vaya, ¡habéis traído mi novela!

Se escuchó un rumor de risas calladas recorriendo el aula. Nadia se atrevió a intervenir en primer lugar, para mi sorpresa.

—Nos preguntábamos si podría firmarlas.

—¿Firmarlas? Oh, claro, pero háblame de tú, no me hagas sentir más mayor de lo que soy.

El murmullo complacido se repitió. El profesor tenía esa habilidad, entre natural y deliberada, de resultar tierno y cercano aún en su intento por mantener la distancia. Chicos y chicas nos sorprendimos sonriendo ante su torpe manera de ordenar sus papeles, casi hasta la burda exactitud geométrica, mientras se colocaba una y otra vez las gafas redondas sobre el estrecho puente de su nariz. Llegado un punto, se quitó el reloj de pulsera de la muñeca izquierda y lo colocó estirado encima de la mesa junto a sus cuadernos. Solamente entonces levantó la mirada.

—Firmaré vuestras al final de la clase, ¿de acuerdo? Ya me he demorado bastante más de lo debido. Venga, comencemos.

Bruno Santana sonrió con una timidez casi infantil, se dio la vuelta y comenzó a escribir en el encerado con una letra rápida y ligeramente inclinada a la derecha.

PRESENTACIÓN: TEMA 0

¿QUÉ ES LA LITERATURA?

Todo aquello que nunca te dije

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