Читать книгу Todo aquello que nunca te dije - Miguel Aguerralde - Страница 22

Оглавление

CAPÍTULO 17

BLOG PERSONAL DE SERGIO ROMERO. Viernes 5 de octubre. Mañana.

Siempre había pensado que escribir una novela radicada en la realidad me iba a resultar más sencillo que mis frustrados intentos en el terror, la fantasía o la ciencia ficción. Mi creatividad a veces se estanca más que una de esas pistolas de las ferias que de algún modo siempre acaban fallando. Sin embargo, la redacción de este blog me está costando más de lo esperado. Encontrar algo que merezca la pena contar, en la rutina del día a día, ha acabado resultando más difícil que idearlo como narrador. Sin duda a este blog le falta chispa, y no sé dónde la puedo encontrar.

Esta mañana he buscado al profesor Santana en el recreo. Le he encontrado en su despacho, tecleando al ordenador a un ritmo frenético. Le pregunté si acaso él sí que había dado con la veta que animara su blog mientras que yo estaba haciendo algo mal o no había acertado con la perspectiva desde la que enfocar mi propio blog. No podía ser tan aburrido.

—Son capítulos de transición —me dijo—. No debes angustiarte.

Levanté mucho las cejas y me acomodé en la butaca frente a él.

—¿También te ha pasado?

—Claro. Los capítulos de transición son lo peor del mundo, pero escúchame: una narración no puede empezar en alto y mantenerse arriba todo el tiempo, agotarías al lector.

Yo asentía mientras le escuchaba, tratando de tomar nota mental de todo lo que decía por pura vergüenza de no sacar mis cuadernos y empezar a tomar apuntes.

—Visto así, tienes razón.

El profesor me sonrió y se quitó las gafas para limpiarlas. Tenía la mirada cansada de quien duerme poco y lee mucho, y por una parte me alegré de verle de regreso a la escritura.

—Un hilo argumental es como una cinta métrica. Imagínatelo así, repleto de marcas y de números, parecido al mapa de estaciones de un subterráneo —volvió a colocarse las gafas redondas, tan de Lennon, y dibujó en una hoja en sucio una especie de cremallera numerada—. Quizá los capítulos interesantes sean el tres o el cinco, seguramente tengas previsto un golpe de efecto en el ocho o el diez y por supuesto el quince será la traca que reviente el final de tu novela.

El profesor rodeó los números que iba nombrando y después giró el papel hacia mí.

—¿Y los demás?

—Los demás son capítulos de transición, y son, como mínimo, igual de necesarios, ya que si deseas llegar del capítulo tres al cinco, necesitas un buen cuarto capítulo que haga creíble ese camino, que relaje o que mantenga la tensión, que alivie al lector al tiempo que lo prepara para lo siguiente por venir.

—¿Entonces no pasa nada si algunos capítulos me quedan sosos o lentos?

—Te diría que es necesario —me contestó, arrugando el papel y tirándolo a una papelera vestida con una bolsa de plástico azul—. Lo que no quita para que les dediques la misma atención y el mismo esmero que a los capítulos de mayor intensidad emocional. Créeme: si los capítulos o escenas de transición no están a la altura, la novela perderá interés y se derrumbará por sí sola.

Guardé silencio unos segundos para meditar su explicación y al momento, casi sin querer, alcé la voz y abrí mucho las manos.

—Pero estoy escribiendo un diario de mi día a día, no intensidad emocional ninguna, todo parece un capítulo de transición enorme.

El profesor se echó a reír.

—La idea de este blog es tuya —me contestó—. Deberías tomártelo con más calma.

—¿Tú también estás escribiéndolo? —le pregunté, aunque sólo fuera por cambiar el sujeto de la conversación. No puedo negar que resultaba estimulante que un escritor consagrado se dejara aconsejar por un chaval atolondrado y sin idea como yo. Tenía que contárselo a mi madre.

—Empecé el mismo día que hablamos de ello —me respondió con su característico tono calmado y reflexivo. Movió el ratón de su ordenador para desactivar la pantalla en reposo y me mostró las líneas apretadas del editor de textos—. Pero, igual que tú, todavía no he conseguido encontrar la línea argumental que me ayude a sacar una novela de este diario.

—¡Lo mismo me pasa a mí! —exclamé, y acto seguido me ruboricé ante la posibilidad de que alguien hubiera podido oírme desde el pasillo. Me acerqué un poco más al profesor y le pregunté en voz baja—. ¿Capítulos de transición?

Bruno Santana me siguió el juego y se inclinó también hacia mí.

—De momento, todos.

Sonreí mucho más tranquilo y comencé a levantarme. Antes de abandonar el despacho me giré hacia el escritor y levanté la mano. Él asintió con un gesto.

—¿Y cómo puedo hacer interesante un capítulo de transición que sólo sirve para ir del tres al cinco?

Bruno Santana me miró con media sonrisa y esa mirada de niño travieso que brillaba desde detrás de sus gafas redondas.

—Querías ser escritor, ¿no?

Me marché con esa pregunta rebotando por los rincones de mi cerebro y ahora mismo estoy sentado en casa frente a mi viejo ordenador, que ya precisa una renovación, maltratando con mis frases este blog, con menos esperanzas que nunca de que de él surja una novela.

¿De qué puedo escribir si no encuentro nada que contar?

Me niego a volver sobre castillos oscuros, vampiros medievales ni rituales ocultistas erótico festivos. Necesito madurar como escritor y sé que el camino es encontrar en la realidad la historia que merezca la pena ser narrada. Escribir sobre la vida, sí, eso es.

Pero, ¿qué es la vida?

Todo aquello que nunca te dije

Подняться наверх