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CAPÍTULO 9

BLOG PERSONAL DE BRUNO SANTANA. Comienzo.

Una noche de septiembre.

Se hace extraño regresar a donde una vez fuiste feliz. Volver a pisar las calles que solían oírte reír antes de que todo se nublara, antes de que el futuro nos alcanzara y se convirtiera en presente. Antes de que tiñéramos de pasado recuerdos encerrados para siempre en lienzos de juventud. Qué sencillo e inocuo parecía todo entonces. Antes del ansia, antes del dolor, antes del miedo.

Cuesta volver al pueblo que fue mi hogar, sin sentirme un forastero. Casi tanto como intentar retomar el hábito de teclear, sin errar una y otra vez las letras. Y, con todo, lo más difícil es volver a sentarme al ordenador y tratar de escribir sin oír tu respiración, Desireé, dormida a mi lado. Esforzarme por evocar a las musas sin tenerte cerca para inspirar mis manuscritos. Dudo que nada medio decente pueda salir de estos dedos anquilosados que ya no volverán a acariciarte, y ni siquiera sé por qué me empeño en intentarlo.

Esta noche de septiembre sin luna me instalo de nuevo, incómodo y asustado como un cachorro, frente a esta pantalla que abandoné hace tantos meses. El cursor paciente me dedica su guiño, parpadea esperando mis letras, escribo y borro una y otra vez, inicio y deshago mi envite incapaz de encontrar el camino. Mi voz literaria suena distorsionada después de tanto sin escucharla.

Y es que por más que me empeñe en escribir, lo único que se me ocurre es pensar en ti, recordar lo sencillo que parecía esto cuando al alzar la mirada del ordenador encontraba tus pies descalzos, tu melena rebelde, tu mirada plena de luz releyendo alguna novela de amor en un sillón barato.

Creí que regresar al inicio me ayudaría, que volver a antes de ti, empezar de cero en el único lugar de mi vida en el que el recuerdo no puede situarte me empujaría hacia delante. Pero no, es extraño, no te consigo olvidar.

Quizás es demasiado pronto. Aterricé en Lanzarote hace sólo dos semanas, más de doce años después de la última vez que vine de visita, muchos más desde que abandoné la isla definitivamente para perseguir el sueño de convertirme en escritor. Una ilusión que ahora, sin ti, no me llena lo más mínimo.

Volver a Playa Blanca y a la docencia como parte de un regreso a mí mismo, a encontrarme, a construir mi nuevo yo, sin ti. Esa fue la idea desde el principio. Y sin embargo no consigo quitarte de mi mente.

No sé. Quizás este chico, Sergio, tenga razón. Tal vez escribir sobre el hoy me ayude a dejar atrás el ayer. Quién sabe, quizás de este modo consiga recuperar las rutinas del escritor que casi conseguí ser.

Está bien. Empecemos.

Supongo que para llegar a este punto en la historia en el que me siento a escribir este diario virtual y privado, debería en primer lugar remontarme al inicio de esta nueva etapa, a mi regreso al pueblo de Playa Blanca, que me vio nacer, crecer y marcharme. De manera que las primeras páginas de este diario estarán escritas con la perspectiva de dos semanas en el recuerdo. Intentaré ser tan fiel a lo sucedido como pueda.

Ese regreso a casa sucedió no mucho antes de comenzar el curso. Un final de agosto caótico en el que tuve que buscar apartamento, sin duda pagando más de lo debido, a tiempo para organizarlo todo antes de incorporarme al instituto. Después de tantos años de ausencia, encontré mis antiguas playas repletas, mis calles mutadas y los edificios multiplicados en una mitosis irregular que ha replicado hasta el infinito el pueblo costero en el que eché mis primeras carreras, cometí mis primeros errores y di mis primeros besos.

Playa Blanca no es hoy como era, del mismo modo que yo no soy el mismo profesor de literatura que fui antes de irme. Los dos tenemos la piel llena de cicatrices ahora. Algunas sanan a mayor velocidad que otras, y las más difíciles de curar llevan habitualmente nombre de mujer.

Encontré un lugar junto al mar, una bonita casa de dos pisos, en la que instalé mis estantes de libros, mi viejo tocadiscos, el portátil con el que escribo y la fiel guitarra Stratocaster negra que me acompaña desde hace años y que algún día aprenderé a tocar. Es todo lo que tengo, todo lo que soy desde que te fuiste, Desireé. Libros y melodías. Escribir y olvidar.

A veces, sólo a veces, cuando la música no hace efecto, un tercio de vino se encarga de hacer su parte. Pocas veces, sí. En los últimos meses, demasiadas.

Esa primera noche, una de las últimas del estío, con el eco de Glenn Gould en el aire y un sueño tinto en la mano, me prometí rendir el pasado a esa luna creciente que me sonreía coronando la bahía de Playa Blanca. Y una vez terminado el embrujo del vino, entrada la madrugada, me calcé mis zapatillas deportivas y salí a trotar por una avenida marítima que sólo de lejos me recordaba a aquella por la que solía correr tantos años atrás, más ligero de mente y desde luego de cuerpo, cuando aún era un niño.

En algún momento del camino el efecto secundario de tanto licor detuvo mis pasos, y el amanecer me encontró rendido, entre la arena cálida y la roca fría, en un rincón de Playa Dorada.

Sí, eso también había sucedido antes.

Todo aquello que nunca te dije

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