Читать книгу Todo aquello que nunca te dije - Miguel Aguerralde - Страница 11

Оглавление

CAPÍTULO 6

BLOG PERSONAL DE SERGIO ROMERO. Lunes 17 de septiembre. Mediodía.

En el recreo busqué deliberadamente a Nadia. No había conseguido hablar con ella en toda la mañana y quería preguntarle qué le había parecido la primera clase de Santana. Desde mi lugar en el fondo del aula había podido verla tomar apuntes de todo lo que decía el profesor, atender a cada explicación con enorme interés y me apetecía saber si había satisfecho sus expectativas. A juzgar por su sonrisa cuando me reuní con ella en la cafetería, así lo parecía.

Estaba sentada sola en una de las mesas junto al ventanal que daba al patio, bebiendo despacio una lata de refresco de té y releyendo por enésima vez la dedicatoria que el escritor y profesor le había firmado en su novela.

—¿Merece la pena? —le pregunté, sentándome frente a ella.

—¿El qué? ¿El libro? ¿No lo has leído?

Negué con la cabeza con cierta indiferencia.

—He leído otros de él, pero ese no.

—Con toda la caña que le diste el viernes a Ray por no haberlo leído.

—Ya —contesté, encogiendo los hombros—. Mi madre lo tiene en casa pero no sé si es mi tipo.

—Quizá te gustaría.

Tomé la novela de sus manos y le di la vuelta para leer la contraportada. Nadia me observaba nerviosa. Se colocaba el cabello, rubio y corto, una y otra vez detrás de las orejas.

—Mm… ¿no es demasiado pasteleo? —le pregunté.

—No —me contestó recuperando su libro—. Tiene cierto romance, claro, pero por encima de eso es un thriller bastante tenso.

Encogí los hombros mientras la observaba guardar el libro en su bolso.

—Bueno, quizá se lo pida a mi madre.

Dejé pasear la mirada por el patio a través de la ventana empañada de la cafetería. A esa hora de la mañana las zonas comunes del instituto estaban ya repletas de estudiantes que paseaban de aquí para allá o que se reunían en corrillos para coordinar sus actividades o charlar sobre lo sucedido durante el fin de semana. Me llamó la atención que algunos llevaban en las manos un ejemplar de los libros de Bruno y compartían con los demás sus dedicatorias. Resultaba curiosa y refrescante esta súbita pasión por la literatura en el IES Rafael Arozarena.

Nadia sacó de su bolso un pequeño cuaderno de tapas violetas y hojas amarillas y lo puso sobre la mesa. Me giré distraído hacia ella.

—¿Son tus poemas? —le pregunté. Ella asintió.

—Creo que ha llegado el momento de enseñarlos.

—¿A mí? —sonreí. Mi amiga volvió a colocarse el pelo detrás de la oreja derecha.

—A ti ni de coña. En realidad pensaba en Bruno.

—Oh, Bruno, qué confianza —le contesté con sorna. Nadia me miró incómoda—. En realidad ya lo suponía. De hecho, yo también había pensado en mostrarle lo que llevo escrito.

Mi me amiga sonrió por primera vez.

—Me parece muy buena idea.

En ese momento entró en la cafetería un trío de chicas de esas que allá donde van se aseguran de que todos puedan notar su presencia y escuchar sus risas. Solamente una de ellas tenía el libro de Bruno Santana, lo llevaba abrazado con ambas manos contra el pecho y reía intentando evitar que sus amigas se lo quitaran.

—¡Déjanos ver qué te ha puesto! —le pedía una de ellas.

—¡Que no! —respondía ella. Tenía el cabello recogido muy alto sobre la cabeza y una sonrisa radiante difícil de explicar—. ¡Te he dicho que es personal!

Mi mirada se cruzó durante un instante con la suya cuando pasaron junto a nuestra mesa para dirigirse a la barra.

—Sophie… —murmuró Nadia—. Qué sabrá ella de Bruno Santana.

—Vaya —intervine—. Percibo cierto resquemor, quizá algo de…

—¿Insinúas que tengo celos?

Alcé las cejas mientras jugueteaba con un sobre de azúcar entre los dedos.

—Vi cómo miraba al profesor en clase.

—Claro, tú siempre ves todo lo que Sophie hace.

Reconozco que tragué un nudo de saliva.

—También vi cómo él la miraba a ella.

Nadia alzó las cejas y negó con la cabeza.

—Piensa lo que quieras. A mí Bruno me interesa sólo como profesor de literatura y como alguien que puede ayudarme a escribir mejor.

—Claro —sonreí con malicia. En ese momento sonó la sirena y Nadia se levantó de su silla.

—Que tengas suerte al mostrarle tu libro —me dijo.

—Bueno, apenas es un borrador. El principio de algo —le contesté, pero ya se había marchado de la cafetería y no llegó a escucharme. Así que me levanté y me dirigí a nuestra aula detrás de Sophie y sus amigas.

Todo aquello que nunca te dije

Подняться наверх