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CAPÍTULO 20

DESIREÉ.

Personajes, anteayer anónimos, hoy rutilantes estrellas, pasean sus vanidades por uno más de estos programas clónicos, sin interés ni ciencia. Desireé y yo lo ponemos, de fondo, mientras hacemos tiempo antes de cenar. Yo reviso por última vez un relato que debo entregar mañana, ella hace rodar con un dedo las fotos de su red social favorita. Acaba de llegar del trabajo, lo que menos le apetece es preocuparse por lo que den en la televisión. Necesita desconectar, evadirse, y hace mucho que ha dejado de buscar mi compañía para eso. El teléfono y sus aplicaciones me han sustituido.

Hace rato que he terminado y enviado el relato. Miro indistintamente a la televisión, a mi mujer, a la ventana, y las tres me hacen el mismo caso. Me gustaría atreverme a intervenir, a interrumpir su diálogo con su teléfono, pero me da miedo arriesgarme a una nueva contestación, a un rechazo. El filtro emocional de sus respuestas pasó a mejor vida también cuando decidió declararme su indiferencia, hace ya algo más de un mes.

—¿Todo bien? —me lanzo a preguntar. Mi mujer asiente sin palabras.

—Estoy cansada, voy a cenar y me acuesto. ¿Tú has cenado?

Abro las manos mostrándole la mesa vacía.

—Te estaba esperando.

—Ok.

Desireé deja el móvil a un lado y se levanta. Se dirige a la cocina y oigo que saca un plato y abre la nevera.

—¿Qué quieres cenar? —le pregunto, al tiempo que me levanto tras ella para prepararlo con ella.

—Yo me haré un sándwich de salmón. Tú hazte lo que quieras.

Te estaba esperando, resuena en mi cabeza. Desireé prepara su cena y se sienta frente al televisor con el móvil de nuevo en la mano. Yo me siento también, en el otro extremo. De repente he perdido el ánimo, el hambre y las ganas de hablar. Desireé termina su cena pero completa unos minutos más al teléfono. Apenas me ha hablado desde que llegara de la oficina.

—Estoy cansada —repite, como si no recordara que ya me había informado de ese aspecto. Entonces abandona el sofá y comienza a alejarse hacia el dormitorio. Cumple lo que había prometido—. Me voy dentro.

De repente estoy solo de nuevo. No ha pasado ni una hora desde que mi mujer llegó a casa. En la tele continúan rifándose las intimidades de gente que no conozco. En la nevera se va a quedar mi cena por preparar, ya no es necesaria. En cabeza tarifan mil maldiciones y en mi pecho palpita un vacío enorme, un vacío que sé que nada podrá llenar.

Me dejo caer hacia un lado en el sillón. Apago la luz y trato de olvidar. Esperaré a escucharla dormir para irme a la cama.

Todo aquello que nunca te dije

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