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2.1 El nihilismo filosófico

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El ateísmo despedaza el universo entero

en una miríada de yoes aislados.

JEAN PAUL RICHTER

Caute (¡Ten cuidado!)

SPINOZA

El nihilismo es protesta, rebelión contra lo establecido, adopta la forma de corte generacional, de lucha contra la religión, de iconoclastia. Es la agonía de la razón frente al imperio de las creencias, la concreción temporal de muchos interrogantes que han preocupado al hombre desde sus orígenes. Sentir, actuar y el bucle que la evolución quiebra con el tiempo, se modula con los efectos del pensamiento.

El término nihilismo es polisémico y este hecho no siempre se tiene en cuenta.2

El vocablo no pertenece a Turguéniev, se remonta muchos siglos atrás. Agustín de Hipona llama nihilistas a los no creyentes; una versión teológica y militante del concepto.

La constante pregunta acerca de la esencia y la existencia misma de Dios recibe un nuevo impulso con esta corriente.

Desde los albores de la Edad Moderna, en los aledaños de la res extensa, flotaba la cuestión acerca del lugar que ocupa Dios en el universo, en ese espacio vacío donde la materia es una intrusa.

La eterna confrontación entre el Ser y el Devenir se renueva en el curso del tiempo y despierta ahora con interrogantes nuevos. La quietud del Ser de Parménides se agita y resquebraja con el cambiante Proceso de Heráclito. «Lo mismo es pensar y ser», que decía Parménides. Este claro anticipo del «pienso luego existo» cartesiano, convive con esta otra enigmática sentencia: «En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos]».

El Ser de Heráclito es fugaz, una chispa de luz que apenas divisada se destruye. Por entre las grietas que ofrecen ambas sentencias se desliza el nihilismo. Pero el tiempo trascurre, Ser y Proceso evolucionan.

El concepto adquiere un sentido positivo o negativo. En el primero, implica la destrucción de todo supuesto; en el segundo, la desintegración de las certezas y evidencias dictadas por el sentido común por parte de la especulación idealista.

La tradicional percepción (Vernehmen) de Dios como absoluto se diluye y deviene en objeto de argumentación.

Alemania se ocupó del nihilismo desde la óptica filosófica a la luz de la confrontación realismo-idealismo, aunque como noción se remonte mucho más atrás. C. F. Köppen dirá al respecto que el sistema de Schelling «no es realismo ni idealismo y por esta razón, es nihilismo»; una definición negativa que rechaza los absolutos, el sentido del hombre y la existencia de Dios. El vacío que resulta será precariamente cubierto por la evanescente idea de libertad, con el inquietante y filoso poder que depara al ser humano. El hombre tendrá control, acaso, sobre la muerte, pero no sobre la vida. Todo ello lo veremos desarrollado por Dostoievski y Nietzsche.

Spinoza, con un punto de partida religioso, sostiene que desde la abstracción no se pueden deducir los objetos singulares; por consiguiente, lo abstracto y universal, lo absoluto, interrumpe el progreso del entendimiento y previene acerca de la naturaleza de la fantasía tachándola de conocimiento confuso, desordenado y parcial. No obstante, es el primer modo de conocer, aunque si nos quedáramos en el orden de lo imaginario, no sabríamos a fondo de ninguna cosa. Tales son los principios esenciales del realismo spinoziano.

El polifacético Johann Paul Richter (1763-1828), más conocido como Jean Paul, llamó nihilistas poéticos a los románticos, animado quizás por sus prototípicos héroes.

En agosto de 1789, pocos días después de la toma de la Bastilla, mientras gran parte de Occidente veía nacer a la burguesía, Jean Paul bosqueja su conocido Discurso de Cristo muerto. El sueño, que forma el meollo de su proclama, anuncia por medio de un espectro el advenimiento del ateísmo. Más tarde, Jean Paul comunica que el espíritu es en realidad Cristo, quien anuncia «desde lo alto del edificio de mundo» que Dios no existe.

Entonces descendió desde lo alto hasta el altar una figura brillante, noble, elevada, y que arrastraba la impronta de un dolor imperecedero; los muertos exclamaron:

—¡Oh, Cristo!, ¿ya no hay más Dios?

Él respondió:

—No, no hay.

Todas las sombras empezaron a temblar con violencia, y Cristo continuó así:

—He recorrido los mundos, me he elevado en mitad de los soles, y allí tampoco estaba Dios; descendío hasta los límites últimos del universo, miré dentro del abismo y grité: «¡Padre!, ¿dónde estás?», pero no escuché más que la lluvia que caía gota a gota en el abismo.

(Richter, Discurso del Cristo muerto, 1796)

A la sombra del Cristo agonizante se cobija Nietzsche, cuya obra gira alrededor de su inexistencia. ¿Quién se resiste a evocar con estas reflexiones al Gran Inquisidor?

Dostoievski en las mazmorras del espíritu

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