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II

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Mi alma es inaccesible al impetuoso entusiasmo de antaño, está en calma, como lo está el corazón de un hombre que esconde un secreto profundo; para estudiar lo que «significa la vida y el hombre». Me siento triunfante, los personajes que puedo estudiar en los escritores con quienes lo mejor de mi vida fluyen libre y gozosamente. Me siento seguro. El hombre es un misterio, que debe esclarecerse y si lo intentamos con insistencia durante toda la vida, no podrá decirse que perdemos el tiempo. Estudio este misterio porque deseo ser un hombre.

DOSTOIEVSKI

La carta que escribe a su hermano Mihaíl el 16 de agosto de 1839, es impropia de un estudiante de la Academia de Ingenieros que por entonces cumplía 18 años. Su inclinación se abría paso con cautela ante la imposición paterna, que le impulsaba a cursar esos estudios conforme a las exigencias de la época. Las armas parecían ser el refugio de la cultura y la única ventana hacia el progreso social.

Dostoievski triunfa de las dificultades y será un escritor que hará crecer su proyecto en el fértil campo de la novela donde, con sus laberínticos vericuetos y acontecimientos inesperados, terminará por abrirse paso. El literato alberga al psicólogo y con el discurrir apresurado que imprime a sus personajes se permite remansos de reflexión que sustentan al filósofo y cimas metafísicas que alcanzan al eterno sentimiento religioso. Y en medio de todo, la constante insistencia del alma rusa, que oscila entre la resignada aceptación de la miseria con sus pequeñas dichas y acontecimientos que escapan a la atención de los señores, como lo atestigua el mínimo Vasia de Un corazón débil.

La penosa penumbra del alma rusa se concentra en la palabra nítchevo, introducción a una nada de la que resulta inconcebible escapar; también en la conciencia delirante y voluptuosa del hombre del subsuelo, que fía su salvación en zambullirse en los abismos del no ser abrumado por el peso de la culpa.

El alma rusa y su deleitosa y doliente contemplación, es una constante en su obra. Con el nihilismo, producto espurio del romanticismo, el espíritu asume un talante demoniaco y enajenado. Dostoievski penetra con decisión en este espacio, tras abandonar la utopía de un mundo mejor que nos acogerá en el trance místico de la idea abstracta que adopta la apariencia de una alucinación. Adiós al círculo Petrashevski y a sus ensueños furieristas.

Al mismo tiempo, se mueve entre la omnipotente y desdeñosa aristocracia rusa, la clase con recursos que recorre, entre asombrada y reticente, Europa, partiendo de los humedales petersburgueses o desde la adormecida ciudadela del Kremlin moscovita hacia la Alemania de Goethe y Schiller o la Francia donde aun brilla el rescoldo abrasador de Napoleón. Es el caso de Pólina, la rica y vaporosa damisela de El jugador, que revolotea aquí y allá rozando la existencia en abierto contraste con el vacuo, pero seductor, De-Grillet o con el negociante en azúcar Astley, conspicuo representante del mercader inglés. El jugador, rodeado de vertiginosas ruletas, ve con entumecida sensibilidad, como su pasión se angosta siguiendo con mirada ávida los saltitos tornadizos de la bola que se desliza, aleve, sobre los incesantes números.

El alma rusa surge una y otra vez y siempre con más insistencia cuanto más nos acercamos a la entraña hosca y sensible del campesino tal y como aparece en El mujik Marey.

La tarea que Dostoievski presintió a sus dieciocho años se concreta en la creación de una serie de personajes, por momentos irreales y desmesurados, pero casi siempre contradictorios en su miserable grandeza que reflejan los conflictos sociales del momento junto con la afanosa búsqueda del mundo interior. El lector se ve invadido por su proximidad irritante que le depara sensaciones inconexas de las que le resulta imposible tomar distancia. Todo ello en un encuentro dialéctico, como lo describe Nicolái Berdiáiev, que no deja reposo a la reflexión, para el que resulta necesario tomar distancia.

Según este autor, «Dostoievski es el campeón de los Humillados y ofendidos, para otros un genio inmisericorde y aún el profeta de un nuevo cristianismo; el descubridor del hombre del subsuelo, pero también el típico representante de la ortodoxia del oriental, el heraldo de la idea mesiánica rusa».1 En la disparidad de juicios que sobre él se emiten reside su riqueza; cierto es que escapa a la comprensión concreta, al veredicto cierto. Apenas creemos tenerlo huye sin que sepamos hacia dónde.

Freud, en su breve ensayo de 1927, Dostoievski y el parricidio, escribe:

En la rica personalidad de Dostoievski se deberían diferenciar cuatro facetas: el escritor, el neurótico, el hombre poseedor de una ética (Ethiker) y el pecador. ¿Cómo desenvolverse en esta complejidad desconcertante?

Para el lector no existen dudas, su lugar no está lejos de Shakespeare: ambos comparten el sitial privilegiado de la dramática.

Los hermanos Karamázov es la novela más grandiosa jamás escrita; el episodio de El Gran Inquisidor constituye una de las mayores realizaciones de la literatura mundial; nunca se estimará lo bastante esta leyenda que se desliza por sorpresa en el encuentro de los dos hermanos.

Freud se rinde ante el artista y se conforma con analizar al neurótico de una manera que hoy nos resulta discutible por lo inconclusa. Más adelante nos ocuparemos de ello.

La indomeñable fuerza de la vocación literaria de Dostoievski se apoya siempre en un trasfondo agónico. Una enfermedad crónica agotadora, una sucesión de olvidos, de lagunas, de necesidades materiales que se hacen críticas por su pasión por el juego, pero causadas en primer lugar por su propia generosidad,

(Dostoievski, Crime et Châtiment. Pascal, 1958, p. XVI)

Esas son las terribles condiciones en que acomete Crimen y castigo, según la descripción de Pierre Pascal.

Desde el punto de vista de una literatura que se pliega a los criterios clásicos, la novelística dostoievskiana nace desprovista de unidad, mal trabada, extrañamente escrita… Opuesta de manera radical a las exigencias filosóficas de claridad y distinción.

(Michel Eltchaninoff)2

Dostoievski es pobre y a la vez generoso, rasgos compatibles en el jugador para quien el dinero adquiere un valor peculiar: es ante todo lo que permite acceder al juego mismo.

El clasicismo, venerado y denostado a un tiempo, efímero y duradero, lugar de la admiración y del hastío representa un pasado. Lomonósov es el clásico, la piedra miliar en el camino de la literatura rusa que se pierde en las sombras de los orígenes. Dostoievski es un presente extenso que oculta un pasado arcano y que balbucea un futuro que no sabe presentir.

Dostoievski en las mazmorras del espíritu

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