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Primera parte
LA REVELACIÓN Y EL MENSAJE DE LAS TRES RELIGIONES DEL LIBRO
EL JUDAÍSMO
EL MISTICISMO JUDAICO: LA CÁBALA,
EL HASIDISMO DE POLONIA

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Como hemos visto más arriba, ya la visión del profeta Ezequiel llevó al planteamiento de una «mística del trono divino», o merkabah, contemplada como recompensa última para quien haya recorrido con éxito el periplo iniciático a través de los siete palacios (hekhalot) poblados de seres celestiales. Entre estos, el ángel Metatron, asimilado a Enoch (Génesis 5, 18-24), reviste un papel esencial, y las etapas del «viaje místico» son asimiladas a un éxtasis.

Dejemos a un lado la cuestión de los esenios, que citaremos más tarde a propósito del cristianismo. Por el momento, destaquemos simplemente que esta comunidad mística se había establecido en el desierto de Judea, en el siglo II antes de nuestra era, y que se mantuvo allí hasta su destrucción por el ejército romano, probablemente el año 68 d. de C., poco antes de la caída de Jerusalén.

La cábala

La tradición rabínica y mística había estudiado ya los trece atributos divinos. La cábala (kabbalah: «tradición»), por su parte, incluye un conjunto de doctrinas de carácter esotérico, fruto de especulaciones sobre el sentido oculto de los textos sagrados y el simbolismo de los números que se le vinculan, pero también sobre visiones extáticas de connotación profundamente mística. El Sefer Yetzirá o Libro de la Creación constituye su primera enseñanza escrita y data aproximadamente del siglo III d. de C. En él se presenta un esquema cosmológico: diez sephiroth o diez cualidades o diez modalidades son dispuestas según tres columnas (que constituyen el «árbol cabalístico»), tres por tres (más una); las veintidós vías que las reúnen corresponden a las veintidós letras del alfabeto hebreo. La Creación, por tanto, se produce por medio de estos treinta y dos elementos primordiales inundados por la Luz divina, asimilables a las destacadas «treinta y dos vías de la Sabiduría».[4] Además, hay que considerar cuatro «mundos»: atsilut, beriyá, yetsirá y asiyá.

Es en la Edad Media, en Provenza, donde surge el Sefer ha-Bahir o Libro de la Claridad, en el que los sephiroth revisten el aspecto de modalidades o atributos divinos. El primer místico judío provenzal que conoció y practicó el Sefer ha-Bahir fue Isaac el Ciego (1160-1235), hijo del rabino Abraham ben David de Posquières (1120-1198). A partir de ahí, la cábala se propagó por Cataluña con los rabinos Ezra ben Solomon, Azriel y el famoso Moisés ben Nahman (1195-1279); luego, por Castilla, con los hermanos Jacob e Isaac Cohen. Fue en este momento cuando los cabalistas elaboraron sus sistemas de permutación y combinación de letras del alfabeto hebreo, así como su numeración de vocación mística: guematria, temurá y notarikon.

En el terreno de la cábala extática, en el siglo XIII, el gran místico judío Abraham ben Samuel Abulafia se planteó el devekut o unión mística con Dios. En esa misma época aparece otra obra clave de la cábala: el Sefer ha-Zohar o Libro del Esplendor, atribuido a Simeón bar Yohai y en realidad compilado por el castellano Moisés de León (1240-1305). Su contenido sigue siendo complejo y parece derivar de principios neoplatónicos, al igual que los sistemas de gematria, temurá y notarikon se asemejan a las técnicas helenistas (al poseer las letras griegas sus correspondencias numéricas). Isaac Luria proporcionará al Renacimiento una síntesis apreciable de la cábala.

El movimiento hasídico particular de Polonia

Fue en Polonia donde, en el siglo XVIII, el hasidismo, procedente de Alemania, realizó una de las más ricas síntesis del misticismo judío. Su fundador fue Israel ben Eliezer, más conocido con el nombre de Baal Shem Tov (Besht), acompañado del profeta Dov Baer.

El movimiento tomo rápido impulso, a pesar de la reacción de las autoridades judías establecidas. Aunque fue calificado con el mismo nombre, a diferencia de los judíos píos (hassidim) que practicaban una ascesis rigorista, este movimiento preconizaba vivir en la alegría de la omnipresencia de Dios, perdiéndose en la unión divina (devekut) por la ascensión del alma (aliyat haneshamah), bañada por la Luz eterna, sin fustigar en absoluto al mundo, la carne y los placeres naturales.

Muchas leyendas llenas de razón, que relatan sus tradiciones, siguen existiendo. Los hassidim más místicos utilizan la práctica de cantos y danzas extáticas en las que se pierden en el gozo de la contemplación divina, antes de «volver a descender» (yeridah le-tsorekh aliyah) para «levantar a la comunidad en su objetivo de la ascensión».

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Véase la bibliografía, al final del libro, y consúltese también P. Rivière, Le Graal: histoire & symboles, Éditions du Rocher, 1990.

El libro de las religiones monoteístas

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