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Primera parte
LA REVELACIÓN Y EL MENSAJE DE LAS TRES RELIGIONES DEL LIBRO
EL JUDAÍSMO
TEXTOS JUDAICOS (EXTRACTOS)
Libro de Ezequiel

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• Visión del «carro de Yahvé» (merkabah)

Y entonces fue cuando la mano de Yahvé cayó sobre mí. Yo miraba: hubo un viento de tormenta, procedente del norte, con una gran nube rodeada de un esplendor, un fuego del que brotaban resplandores, y en medio de todo esto brillaba algo de color bermejo.

En el centro pude ver algo así como cuatro animales, cuyo aspecto era el siguiente: tenían forma humana, pero presentaban cada uno cuatro rostros y cuatro alas. Sus piernas eran rectas y sus pies parecían pezuñas de buey, y brillaban como el bronce pulido.

Bajo las alas surgían unas manos humanas; sus caras, las de los cuatro, estaban giradas hacia las cuatro direcciones.

Sus alas estaban una unida a la otra; no se volvían al caminar; iban de cara hacia adelante.

En cuanto al aspecto de sus caras era el siguiente: una era de hombre, y los cuatro tenían una cara de león a la derecha; y los cuatro tenían una cara de toro a la izquierda, y todos tenían una última cara de águila. Sus alas estaban desplegadas hacia arriba; cada uno de ellos tenía dos alas que se tocaban y dos alas que les cubrían el cuerpo; e iban todos hacia adelante; iban allí donde los llevaba el espíritu; no se giraban al caminar.

En medio de los animales aparecían como unas brasas, semejantes a antorchas, que iban y venían entre las bestias; y el fuego les lanzaba su resplandor, y del fuego salían chispas. Y los animales iban y venían, como un rayo.

Yo, mirándolos, descubría junto a cada uno de ellos una rueda. Esas ruedas parecían poseer el brillo de la crisolita. Las cuatro tenían el mismo aspecto y parecían haber sido constituidas una dentro de la otra. Avanzaban en cuatro direcciones y no se giraban al caminar. Su circunferencia parecía de gran tamaño, mientras que yo las miraba, y su circunferencia, la de las cuatro, estaba llena de ojos, a todo alrededor. Y cuando los animales avanzaban, las ruedas avanzaban cerca de ellos, y cuando los animales se erguían del suelo, las ruedas se elevaban con ellos. Allí donde iba el espíritu, las ruedas iban también, y se levantaban también, porque el espíritu del animal estaba en las ruedas. Cuando ellos avanzaban, ellas también lo hacían, y cuando se detenían, ellas también, y cuando se elevaban del suelo, las ruedas se elevaban también, porque el espíritu del animal estaba en ellas. Y lo que estaba en las cabezas del animal parecía una bóveda brillante como el cristal, tendida por encima de sus cabezas, y bajo la bóveda había dos alas, extendidas una hacia la otra; cada animal tenía dos, que le cubrían el cuerpo.

Y entonces oí el ruido de las alas como un ruido de río caudaloso, como la voz de Shaddaï, cuando caminaban, como estruendo de tormenta, como ruido de campamento; cuando se detenían, plegaban sus alas, y se producía un ruido.

La voz me dijo: «Hijo del hombre, ponte en pie, voy a hablarte». El espíritu entró en mí como me había dicho y me hizo tener en pie, y escuché a alguien que me hablaba. Me dijo: «Hijo del hombre, te envío hacia los hijos de Israel, hacia el pueblo rebelde que se ha levantado contra mí; ellos y sus padres se han levantado contra mí hasta hoy. Los hijos son de cabeza dura y corazón insensible; a ellos te envío para que les digas: “Así habla el Señor, Yahvé”. Acaso te escuchen, o tal vez no, porque son gente rebelde, pero sabrán que hay un profeta entre ellos. Tú, hijo del hombre, no les temas, no tengas miedo de lo que dicen: “Te envolverán las zarzas y estarás sentado entre escorpiones”. No temas sus palabras, no temas sus miradas, porque son gente rebelde. Les transmitirás mis palabras; acaso las escuchen, o tal vez no, porque son gente rebelde. Y tú, hijo del hombre, escucha lo que voy a decirte, no seas rebelde como esa gente. Abre la boca y come lo que te voy a dar».

Yo miraba; había una mano tendida hacia mí, sosteniendo un rollo. A continuación, lo desenrolló ante mí: estaba escrito por delante y por detrás; decía: «Lamentaciones, gemidos y quejas». Me dijo: «Hijo de hombre, aliméntate y sáciate con este rollo que te ofrezco». Me lo comí, y lo noté en mi boca con un sabor dulce como la miel.

Entonces me dijo: «Hijo del hombre, dirígete a la casa de Israel y llévales mis palabras. No eres enviado ante pueblos numerosos, de oscura habla y lengua bárbara, sino a la casa de Israel. No es de pueblos numerosos, de oscura habla y lengua bárbara, de quienes no escucharás palabras – si te enviara a ellos, te escucharían–, sino de la casa de Israel, que no quiere escucharte porque no quiere escucharme. Toda la casa de Israel presenta una frente dura y un corazón insensible. Pero yo te doy un rostro tan duro como el de ellos, tan duro como el diamante y el pedernal. No les temas, no muestres miedo ante ellos, porque no son más que gente rebelde».

Luego me dijo: «Hijo del hombre, guarda todas las palabras que voy a decirte en tu corazón, escúchalas con atención y vete hacia los exiliados, hacia tus compatriotas, para hablarles. Les dirás: “Así habla el Señor, Yahvé”, acaso te escuchen, o tal vez no».

Entonces me arrebató el espíritu, y oí tras de mí un estruendo de fuerte tumulto: «Bendita sea la gloria de Yahvé, en su morada». Era el ruido que hacían las alas de los animales cuando se daban una contra otra, y el ruido de las ruedas cerca de ellos, así como el ruido de un gran tumulto. Y el espíritu me arrebató y me elevó, y yo me fui, medio amargado y medio malhumorado mi corazón, y la mano de Yahvé pesaba fuertemente sobre mí. Llegué a los deportados de Tel-Abib, que habitaban la ribera del río Kebar, y estuve allí con ellos siete días, como atónito.

(Ezequiel 1, 4-28. 2. 3, 1-15)

Por encima de la bóveda que estaba sobre sus cabezas, había algo así como una piedra de zafiro, en forma de trono, y sobre esa forma de trono, por encima, muy arriba, había un ser con apariencia humana. Entonces vi que había un brillo bermejo, y cerca había algo así como un fuego, alrededor, que surgía de lo que parecía ser su cintura, y por encima; y desde lo que parecía ser su cintura, y por abajo, vi algo así como un fuego, y un resplandor alrededor, parecido al arco que aparece entre las nubes, los días de lluvia, así era el resplandor, alrededor. Era algo que parecía la gloria de Yahvé. Yo miré y puse mi rostro hacia el suelo, cuando escuché una voz que hablaba.

El libro de las religiones monoteístas

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