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INTRODUCCIÓN

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Si se ha convertido en norma común el hecho de vincular, al menos desde el punto de vista teológico, si no histórico, la paternidad del «monoteísmo» al patriarca Abraham, es porque, en efecto, tanto la Biblia, como el Evangelioy el Corán hacen referencia a ello.

No obstante, los tres textos sagrados revelados de las tres religiones que hacen alusión al «Dios único», el judaísmo, el cristianismo y el islam, dejan entrever diferencias dogmáticas que han costado a la humanidad muchos conflictos desde hace siglos.

Sin embargo, auténticas convergencias de opinión siguen siendo susceptibles de acercar a estos «tres pueblos del Libro», que adoran y veneran, en suma, al mismo Dios.

El humilde anhelo de esta obra consiste en compartir con el lector la «fe» de estas tres grandes religiones, su historia, sus ritos y sus tradiciones, así como su distribución y difusión por el mundo, en todo aquello que tienen en común o en lo que las diferencia, absteniéndose de dar lugar a cualquier polémica partidista en este sentido.

En la época de Abraham, es decir, hace aproximadamente unos cuatro mil años, unos nómadas o seminómadas convertidos en pastores veneraban ya lo que se ha acordado en llamar el «dios del padre», el dios de sus propios padres, de sus antepasados.

Es este dios quien los acompaña y los protege en sus peregrinajes. Como apuntó acertadamente Mircea Eliade,[1] esta expresión («dios de mi/tu/su padre») será por otra parte citada a menudo en el Génesis bíblico.

En From the Stone Age to Christianity. Monotheism and the Historical Process, W. F. Albright escribe: «(…) las tradiciones bíblicas que afectan al dios de los Padres no son, como se ha dicho desconsideradamente, de origen secundario, sino el reflejo de las ideas religiosas de los hebreos premosaicos. El “dios de Abraham”; el padre (pahad) de Isaac; el “campeón” (abhîr) de Jacob; la traducción corriente de la palabra arcaica pahad por “terror” comportó muchas dificultades, dado que, sin duda, había que traducir por “pariente, padre”, como se haría más tarde en el Palmireno. La tradición hebraica representa a cada patriarca eligiendo a su propio dios, y escogiendo una manifestación diferente de Yahvé, el futuro dios de Israel».

Por otra parte, la influencia del poderoso dios, cabeza del panteón cananeo, El, tuvo que notarse en el Génesis bíblico: El Shaddaï, «El (Dios) de la Montaña»; El ‘Olam, «El que es eterno»; El Ro’î, «El que ve»; ‘Elyon, «El que es educado»…, tantos calificativos para designar finalmente al mismo Dios, Yahvé (YHWH).

Mircea Eliade afirma lo siguiente sobre ello: «En todo caso, una vez identificado El, el “dios del padre” obtuvo la dimensión cósmica que no podía tener como divinidad de familias y clanes. Se trata del primer ejemplo, atestiguado históricamente, de una síntesis que enriquece la herencia patriarcal. Y no será el único».

Sin olvidar de ningún modo el aspecto profundamente místico de la Revelación divina y de la «Alianza» (o pacto) concedida por Dios a Abraham, cabe reconocerle a este último el mérito de haber conseguido efectuar esta «síntesis» que le permitió ganarse en seguida fieles a su alrededor, que rezaban al fin al Dios único, convertido en Yahvé.

En cuanto al cristianismo, ¿fue el origen de un simple intento de cumplimiento o, incluso, de reforma del judaísmo, antes de que la influencia de San Pablo lo convirtiera en una religión propiamente dicha, la de Cristo resucitado, redentor de la humanidad?

En este sentido, la importancia que se concede a la concepción teológica de la «Trinidad» iba a constituir un tema suplementario de discordia y de intensa oposición por parte de los judíos y, más tarde, de los musulmanes, en consideración con la noción de monoteísmo.

En lo que respecta al islam, que se beneficia ya de la anterioridad de las dos religiones monoteístas precedentes, parece además haber heredado una forma embrionaria y original de «monoteísmo» en la Arabia preislámica, cuyos émulos, filósofos, poetas y visionarios («hanafitas») aparecen evocados (ocho veces) en el Corán con el término de hanîf. Esto no resta nada de importancia, de nuevo, a la Revelación divina recibida esta vez por Mahoma en la forma del Corán.

Cabe destacar que los cien nombres que designan a Alá (el centésimo de los cuales es impronunciable) sugieren los diferentes calificativos aplicados a Yahvé y citados más arriba.

A todo esto hay que añadir que los creyentes de estas tres religiones del Libro, a pesar de todo, son llamados a convivir juntos en paz y armonía. ¿Acaso no comparten el mismo legado común, a través de Abraham, a quien apelan y cuyo nombre (de ab, abba), de origen semítico, designa al Padre? Muchos religiosos y teólogos son partidarios de un diálogo interreligioso y de una nueva forma de ecumenismo ampliado.

Con relación a este tema, meditemos sobre las palabras del escritor Julien Green, recogidas en su Journal: «Así pues, ¿cuándo se convertirán al fin las religiones en lazos entre los seres, y dejarán de ser justificaciones suplementarias para exterminarse?».

1

Mircea Eliade, Historia de las creencias y de las ideas religiosas, Barcelona, Herder, 1999.

El libro de las religiones monoteístas

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