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Primera parte
LA REVELACIÓN Y EL MENSAJE DE LAS TRES RELIGIONES DEL LIBRO
EL JUDAÍSMO
ABRAHAM Y LA «ALIANZA CON DIOS»

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Según la tradición bíblica, el hebreo Abram – convertido luego en Abraham– fue elegido por Dios (Yahvé, Jehová o Elohim), de ahí el término Alianza, para convertirse en el antepasado del pueblo de Israel. Sus descendientes, tan numerosos como las estrellas del firmamento, según los textos, rendirán culto al «Dios único», sellando así la alianza con El Shaddaï (con el nombre de Yahvé): «Deja tu tierra, y tu parentela, y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré. Y yo haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y ensalzaré tu nombre, y tú serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan (…), y serán benditos en ti todos los pueblos de la tierra» (Génesis 12, 1-3).

Dios se reveló a Abraham durante el II milenio a. de C., prodigándole estas promesas. Probablemente fuera entre los siglos XVII y XVIII a. de C. cuando Abraham, de cuya historicidad no se puede dudar, por ser legítima, abandonó la ciudad caldea de Ur para dirigirse a Harran, al noroeste de Mesopotamia. Luego fue hacia el sur, a Sichem, donde se alojó, antes de conducir sus caravanas entre Palestina y Egipto (Génesis 13, 1-3). En efecto, se trata de tribus nómadas que, por otra parte, más tarde darían origen a las «doce tribus de Israel».

Como hemos apuntado en la introducción, conviene precisar que Abraham no tuvo ninguna dificultad en reunir a su alrededor a los pastores nómadas, familiarizados con el «dios del padre», dios del antepasado que los precede, una especie de «dios único» tutelar pero sin santuario, vinculado al grupo tribal de hombres al que acompaña y protege durante sus incesantes peregrinaciones.

El Shaddaï (con el nombre de Yahvé) había hablado así al patriarca hebreo: «Yo soy, y mi pacto será contigo, y vendrás a ser padre de muchos pueblos. Y desde hoy tu nombre no será Abram, sino que serás llamado Abraham [ab hamôn: «padre de multitud»], porque te tengo destinado ser padre de muchos pueblos. Yo te haré crecer hasta lo sumo, y te constituiré cabeza de pueblos, y reyes descenderán de ti. Y estableceré un pacto entre tú y yo, y tu posteridad en la serie de sus generaciones, con alianza sempiterna: para ser yo el Dios tuyo, y de la posteridad tuya, después de ti. A este fin te daré a ti y a tus descendientes la tierra en que estás como peregrino, toda la tierra de Canaán en posesión perpetua, y seré el Dios de ellos» (Génesis 17, 4-8).

Sara, esposa de Abraham, al ser estéril no había podido darle ningún hijo. Abraham lo obtuvo de su unión con su sierva egipcia Agar. Este niño llevó el nombre de Ismael. Sin embargo, más tarde, gracias a la promesa sobre este tema y a las bendiciones recibidas de El Shaddaï (con el nombre de Yahvé), Sara acabó dando a luz un niño llamado Isaac, sobre el que reposaría la descendencia establecida por Dios.

Abraham tuvo que llevar a cabo sacrificios en honor a su Dios; el primero, que sellaba la Alianza con El Shaddaï (con el nombre de Yahvé), comportaba partir una becerra, un carnero y una cabra, pero a ese sacrificio animal, en suma banal, tenía que seguir el holocausto del propio hijo del Patriarca, el joven Isaac, todavía niño. Y, a pesar de la abominación del acto que se le pedía que cometiera, Abraham se disponía a sacrificar a su hijo cuando, en el último instante que precedía a ese cruel asesinato, Dios detuvo su brazo y sustituyó al niño por un carnero cuyos cuernos acababan de quedar enganchados en un matorral vecino (Génesis 22, 1-19).

Así se expresó la «fe abrahámica», fe ciega y sin condiciones en el Dios supremo, aun cuando este exigía realizar una acción aparentemente incomprensible e injustificada, puesto que se trataba de un infanticidio, en este caso de su propio hijo. Dios había salvado a Isaac, pero Abraham había sido probado en su fe, que se había mantenido, a pesar de todo, firme, y había así superado con éxito la prueba de la duda para con su Dios.

La descendencia de los Patriarcas se establecería así, de Isaac a Jacob-Israel, hasta José, que fue virrey de Egipto. Luego llegó la época en que los egipcios oprimían a los israelitas (judíos), que fueron sometidos progresivamente a la esclavitud.

El libro de las religiones monoteístas

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