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Primera parte
LA REVELACIÓN Y EL MENSAJE DE LAS TRES RELIGIONES DEL LIBRO
EL CRISTIANISMO
LA MISIÓN DE JESÚS DE NAZARET
A TRAVÉS DE LOS EVANGELIOS
El profeta Juan Bautista y el bautizo de Jesús

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Si bien los cuatro evangelistas – Mateo, Marcos, Lucas y Juan– evocan a Juan Bautista, hijo de Zacarías e Isabel, es San Lucas quien especifica que era primo de Jesús. Tocos coinciden en describirlo en la edad adulta («el año quince del principado de Tiberio César, cuando Poncio Pilato era gobernador de Judea») como un asceta que lleva una vida de eremita, «la voz del que clama en el desierto» (Juan 1, 23), recorriendo el valle del Jordán y «predicando un bautismo de penitencia para la remisión de los pecados; como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías: Preparad el camino del Señor…» (Lucas 3, 3).

En sus Antigüedades judías (18, V, 2, §§ 116-119), el historiador Flavio Josefo lo describe como un hombre honesto que exhortaba a los judíos a practicar la virtud, la justicia y la piedad. Además, profetizaba la llegada inminente del Reino de Dios y declaraba: «Yo en verdad os bautizo con agua, pero está por venir otro más poderoso que yo, al cual no soy yo digno de desatar la correa de sus zapatos; él os bautizará con el Espíritu Santo y con el Fuego» (Lucas 3, 16).

Entre la multitud que acudía de toda Palestina para recibir el bautizo de Juan Bautista en las aguas del Jordán estaba un día Jesús de Nazaret. «“Yo debo ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?”. A lo cual respondió Jesús, diciendo: “Déjame hacer ahora, que así es como conviene que nosotros cumplamos toda justicia”. Entonces Juan accedió. Bautizado pues Jesús, al instante que salió del agua se le abrieron los cielos y vio bajar al Espíritu de Dios en forma de paloma, y posarse sobre él. Y oyóse una voz del cielo que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo puesta mi complacencia”» (Mateo 3, 14-17).

San Juan, por su parte, pone las siguientes palabras en boca del profeta Juan Bautista: «Yo lo he visto, y por eso doy testimonio de que él es el Hijo de Dios» (Juan 1, 34).

Estos dos últimos versículos revelan la dignidad mesiánica que se atribuye a Jesús. Sin embargo, Juan Bautista lo había recibido ya como el Mesías de Israel, llegado para bautizar en el Espíritu Santo y el Fuego, como había profetizado antes (Lucas 3, 16).

«Después de esto se fue Jesús con sus discípulos a Judea, y allí moraba con ellos y bautizaba. Juan, asimismo, proseguía bautizando en Ennón, junto a Salim, porque allí había mucha abundancia de aguas, y concurrían las gentes, y eran bautizadas» (Juan 3, 22-23).

A partir de ese momento, Juan Bautista conocería un final muy triste, ya que acabó siendo apresado por las autoridades, y luego decapitado según el deseo de Salomé, hija de Herodías, a quien el tetrarca Herodes Agripa entregó la cabeza del profeta a cambio de sus voluptuosos encantos.

Sin embargo, Jesús «fue conducido al desierto por el Espíritu, para ser tentado por el Diablo (Satanás)» según especifica el Evangelio (Mateo 4, 1; Marcos 1, 12; Lucas 4, 1). Permaneció allí cuarenta días, resistiendo todas las seducciones y tentaciones de orgullo que le presentaba el demonio: primero le pidió que realizara milagros («Ordena que estas piedras se conviertan en panes»); luego que se lanzara al vacío, desde el tejado del Templo de Jerusalén («Si eres Hijo de Dios, lánzate»); y, por último, le ofreció el poder absoluto sobre todas las cosas («Todos los reinos del mundo con su gloria») con la condición expresa de que se postrara ante él.

El libro de las religiones monoteístas

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