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5 DARROW Capa de Viajero
Оглавление—La Operación Capa de Viajero está en marcha —comunico al grupo de oficiales que se han reunido en el comedor de la obra. A Glirastes ya se lo han llevado hacia Heliópolis, donde estará bajo vigilancia hasta que se complete la operación. Los que quedan son legados ingenieros, comandantes de vuelo azules y arrogantes rangers del cielo, todos veteranos en al menos dos campañas. Dignos de confianza, en otras palabras. Hárnaso permanece sumido en un silencio pétreo—. Habéis estado trabajando sin disponer de toda la información. Los detalles de la Capa de Viajero se han compartimentado por razones de seguridad. Permitid que os desvele el panorama completo.
»Lo que ya sabéis: Atalantia es meticulosa. Después de nuestro bailecito en el cementerio, ha eliminado el campo de escombros y las minas. Mercurio está bloqueado por completo. Está en superioridad táctica y numérica, es probable que nos doblen en tierra. Desde su posición, puede destruir cualquier nave que intente penetrar en órbita, y lanzar una Lluvia para reforzar cualquier punto del planeta en menos de veinte minutos. En comparación, nuestra capacidad de respuesta es insignificante. Y esto le otorga la capacidad de flanquear cualquiera de nuestras unidades a su antojo. Los escudos son nuestra única ventaja. Mientras estén en alto, Atalantia no tendrá el apoyo de la artillería y no se arriesgará a hacer aterrizar elementos de tierra. Si nuestra cadena de escudos cae, perdemos. Punto final.
»Una vez que nos haya destruido, volverá la vista hacia la República. Algunos de vosotros creéis que deberíamos aguantar y esperar los refuerzos de la Luna. —Evito mirar a Hárnaso. No es el momento de hacerle reproches—. Permitidme que os quite esa idea de la cabeza. En el hipotético caso de que envíen refuerzos, Atalantia lo sabrá y lanzará una invasión a su medida antes de que lleguen. Para entonces, el Caballero del Miedo ya habrá dado los pasos necesarios para debilitar nuestra posición con métodos que no podemos contrarrestar. Se harán con la iniciativa y con el cielo. Una vez más, perdemos.
»No podemos retroceder, no podemos rendirnos, no podemos atacar, no podemos esperar. Nuestra única opción es definir los términos del combate. Los invitaremos a entrar.
Se echan hacia delante.
—Los tanques y la infantería destinados a Marte, la Luna y la Tierra morirán aquí, en Mercurio.
Me enorgullezco de que los oficiales no se inmuten.
Si mi regreso había despertado en ellos cualquier tipo de ilusión de que fuera a rescatarlos, acaba de disiparse.
No puedo agitar las manos y llevármelos volando a Marte.
Esta no es una historia de salvación, sino de sacrificio. Estas son nuestras Termópilas.
—Lo que no sabéis: hace varias noches entró en vigor la primera etapa de la Operación Capa de Viajero, justo cuando el Caballero del Miedo derribó una nave gorrión negro al este de las Hespérides. A bordo había un cadáver, colocado por agentes de la inteligencia Aulladora, que llevaba un hacinadatos con información relativa a un punto débil en el interior de nuestra cadena de escudos.
»Parece que el Caballero del Miedo ha mordido el anzuelo. En estos momentos, los Aulladores lo están guiando hacia Eleusis, que, una vez destruida, producirá una sobrecarga en cadena de los generadores de escudos, y a su vez esta creará un pequeño hueco al sur de Pan, en las Llanuras de Caduceo, al que Atalantia será incapaz de resistirse.
»El terreno es una pista de aterrizaje perfecta. Es lo bastante plano para sus tanques. Lo bastante seco para sus titanes. Lo bastante amplio para que aterricen diez legiones a la vez. Y está en una posición inigualable para dividir nuestras fuerzas septentrionales, superar nuestras defensas en los Niños (en la Península de Pétaso) con infantería aérea y para enviar tanques por la costa hacia el oeste para atacar Tyche.
»Esa pista de aterrizaje es nuestra arca de muerte. Está sembrada de minas atómicas, rodeada por dos grupos ocultos del ejército apoyados por seis de las diez naves antorcha que nos quedan y por la base del Tramo Rojo. Cuando el ejército de Atalantia aterrice allí, será atacado por tres flancos. Se retirará por la única ruta disponible: hacia el sur, hacia el Yermo de Ladón. Dicen que ese desierto devora ejércitos. Pretendo alimentarlo con otro.
Sonríen y esperan escuchar la razón por la que los he convocado cuatrocientos kilómetros más al norte, apartados del campo de batalla por todo un mar.
—Entonces, ¿por qué estáis aquí? —Dedico un momento a mirarlos a los ojos uno por uno—. Vosotros no formáis parte de la Operación Capa de Viajero. Los hombres y mujeres de esta sala formaréis el Séptimo Tramo Azul, bajo el mando directo de Orión, del Primer Tramo Azul, frente a la costa de Tyche. Si todo lo demás falla, vosotros sois mi póliza de seguro. Vosotros sois la Operación Tártaro.
Una vez que los oficiales se dispersan para ir a recibir órdenes directas de Orión, le pido a Hárnaso que dé un paseo conmigo por la zona de la excavación. Tenemos asuntos que rematar. Y quiero tener testigos. La máquina ha vuelto a posarse en su punto de atraque tras la prueba de funcionamiento. Los ingenieros se hablan a gritos mientras llevan a cabo los ajustes de última hora.
—O sea que has dado con una forma de hacerlos compatibles con la sincronización —dice Hárnaso—. Y con un modo de manejar la carga de datos. Serán terabytes por segundo.
—Lo sé.
—Mis herreros los han visto instalar tecnología extraña en la sala de control. Si no han sido mis hombres, ¿quién la ha diseñado?
—Tuvimos que utilizar todos los recursos disponibles en el mínimo tiempo posible.
—¿Qué recursos?
—El Maestro Creador Glirastes.
Se le pone la cara blanca.
—Glirastes. Ya ha jugueteado con bastantes cosas, ¿no te parece?
—Es el único hombre de Mercurio que estudia la tecnología antigua por placer —respondo—. Si tú hubieras sido capaz de hacerlo, te lo habría pedido a ti.
—Es la mascota de los dorados.
—Sé que no estás de acuerdo con este curso de...
—Eso es un mal uso del lenguaje. —La voz de Hárnaso no se eleva ni un decibelio—. Cuando has dicho que los dejaríamos penetrar en nuestros escudos, he pensado que te había oído mal. Cuando me dijiste lo que íbamos a desenterrar, pensé que me había vuelto loco. Ahora me dices que no hay una máquina, sino siete, y que funcionan con la tecnología de la mascota de los dorados. No soy yo quien se ha vuelto loco. —Me clava un dedo en el pecho y me dice en tono tranquilo—: Sino tú.
Bajo la mirada hacia su dedo esmirriado.
—Contrólate, emperador. Nosotros marcamos el tono. El Tártaro no es más que...
—Una póliza de seguro, sí. Lo he oído.
—No crees que podamos igualarlos por tierra.
—No.
—¿Tengo que recordarte que este sigue siendo el ejército que liberó nuestros respectivos hogares?
—Pero sin Sefi, sin Sevro, sin la Séptima. —Las llaves inglesas que forman una cruz en su uniforme destellan cuando el terrano cruza sus gruesos antebrazos el uno sobre el otro—. El enemigo acaba de recibir provisiones de Venus, sus legiones están reabastecidas, sus máquinas reparadas. No son florecillas blandengues. Son las Legiones de la Ceniza al completo. Entre ellas las Legios XX Fulminata, XIII Dracones y X Pardus. En nuestro mejor día, cualquiera de ellas pondría a prueba nuestra entereza. Pero Atalantia se las ha traído a todas. Y este no es nuestro mejor día. Hace solo una semana, mis hombres estaban derritiendo chatarra para poder llenar los polvorines de la Vigesimotercera. Chatarra. No uranio empobrecido. Chatarra. Darrow, sabes que no soy Casandra. Pero en el momento en que la primera bota de Único pise el suelo de Mercurio, habremos perdido el planeta. Esto no son las Termópilas. Eso es Cannas. Moriremos en el Ladón.
Ignoro la mención a la obsesión clásica que comparto con los dorados.
—Hárnaso, perdimos el planeta en el momento en que enviaste a la mitad de la flota a casa.
Me estudia con frialdad.
—Bueno, ya salió. ¿Quieres azotarme por ello? ¿Quieres una disculpa? Que te follen. Esa es tu disculpa. Cumplí con mi juramento. La espada del pueblo nunca debería silenciar su voz. Y la voz del pueblo es el Senado. No tú.
—¿Y qué te dice el Senado ahora? —Me pongo una mano detrás de la oreja—. La voz no habla. Así que lo hará la espada.
—¿Sabes por qué prefiero a Sevro antes que a ti? Puede que él se enfurezca y eche chispas. Pero tú te vuelves gélido. No hay forma de hablar contigo cuando te pones así. Eres inhumano. Eres un dios emperador.
Sus herreros se han percatado del tenor de nuestra conversación, y quizá de su contenido. A Thraxa le preocupaba mi decisión de montar este teatro rodeado por los hombres de Hárnaso. Pero no se coge al lobo por la lengua sin meter la mano entre sus dientes.
Da un paso hacia mí.
—No has vuelto para salvarnos. Has vuelto para matarlos. —Reprime un estremecimiento de rabia—. Estás lanzando los dados en la oscuridad. Puede que los refuerzos ya estén en camino. Al menos intenta superar su bloqueo. Envía una señal. Contacta con el Senado. Entérate de sus intenciones. Tienes el solemne deber de mantener a los hombres con vida el mayor tiempo posible. Y si utilizas esas máquinas, somos tan malos como el enemigo.
—Hárnaso. Mira a tu alrededor. ¿Te parece que hoy sea un día en el que esté dispuesto a considerar las protestas morales de alguien? Voy a seguir adelante. ¿Estás conmigo, emperador?
—¿Y si no lo estoy?
—Mi mano izquierda no puede tener voluntad propia.
A mi orden, diez Aulladores vestidos de negro salen en fila de la Nigromante. Las propiedades camaleónicas de su armadura de pulsos ondulan para mimetizarse con el hielo pálido. Félix ladea la cabeza rapada.
La expresión de Hárnaso se oscurece.
—¿Usarías a los Aulladores... en mi contra?
—Esa decisión es tuya.
Los dorados, obsidianos y grises más aterradores de las legiones lo miran con fijeza. Todos ellos lo matarían si yo se lo pidiera, o le pondrían esposas en las muñecas y lo arrojarían al calabozo. Hárnaso mira a sus herreros y se pregunta si ellos harían lo mismo. Llega a la conclusión correcta y baja la voz.
—Si te ves obligado a elegir entre salvar a nuestro ejército o matar al suyo, necesito que me des tu palabra de que nos elegirás a nosotros.
—Somos una fuerza expedicionaria. Nuestra misión es encontrar y destruir al enemigo. —Sonrío—. Bueno, pues ya lo hemos encontrado. Tu respuesta, emperador.
Clava la mirada en el suelo, las manos le tiemblan a los costados. Perdió el ejército en el mismo instante en que regresé. Lo conozco lo suficiente para saber que albergaba la idea de poder interponerse si yo los llevaba al límite. Ahora sabe que esa opción nunca ha existido.
—Maldito seas —dice, y levanta la vista—. Maldito seas. —Aunque la ira no abandona sus ojos en ningún momento, me saluda con una precisión de la que pocos creerían capaz a su cuerpo desmadejado. Mantiene la posición durante demasiado tiempo para mi gusto—. Hail, Segador.
—Señor... —dice Rhonna a mi espalda—. Es el Cachorro Uno.
En la sala de comunicaciones de la Nigromante, un holograma de Alexandar de un metro de altura aparece y desaparece, mermado por la tecnología de interferencias de la flota de Atalantia. Hárnaso y Orión entran a toda prisa detrás de mí.
—Perdido... Miedo... en el... Ladón.
—¿Significa eso que Miedo va a por Eleusis? —pregunto—. ¿Ha mordido el anzuelo?
—... anzuelo... no... desde... Ang... —Hárnaso se cruza de brazos y se esfuerza por entender a Alexandar—. Socorro... de... No... cación.
—Repite. Cachorro Uno. Repite.
—No mordió el anzuelo. Ningún movimiento en Eleusis... recibió una llamada de socorro de Angelia. Comunicación de... Angelia... desde el 06...
—Angelia... —murmuro.
Angelia es una ciudad pequeña del Ladón mediooriental que hemos utilizado para evacuar a los civiles de las ciudades que rodean nuestra arca de muerte. Está bajo la Cadena de Escudos Septentrional, pero no es un nexo generador como Eleusis. Se suponía que Atlas atacaría Eleusis. Se la he dejado abierta de par en par, prácticamente le suplicaba que la asaltara.
A lo mejor suplicaba demasiado.
Hárnaso aprieta los dientes y los músculos de su mandíbula hacen horas extra.
—Ese bastardo lo sabe. Ha adivinado tu plan.
—Suposición engañosa —responde Orión—. Angelia no cuenta con un generador como Eleusis. Está bajo la sombra de Cidón.
—Entonces, ¿qué se le ha perdido allí a Miedo? —pregunta Hárnaso—. ¿Qué es lo que tiene esa ciudad, Darrow?
No puedo esperar a recibir más información. Hay que tomar una decisión. Pero si juego mi mano demasiado pronto, todo se desmoronará. «Maldita sea. ¿Qué ha salido mal?».
—Hárnaso, tu trabajo aquí ha terminado. Te quiero de vuelta en Heliópolis.
—¿Lejos del combate, con los civiles y los escalafones más bajos? —pregunta.
—El enfrentamiento se producirá en Tyche. Cuando perdamos el aire, necesitaremos que continúes suministrándonos refuerzos a través del gravicircuito. Y debemos proteger la integridad de la cadena de mando. Si yo caigo en el desierto y Orión cae con las máquinas, el ejército debe tener un comandante.
Es lo que tiene Hárnaso: con independencia de cuáles sean nuestras diferencias, cuando se acerca el enemigo, él me cubre las espaldas. Me saluda con brusquedad. Al volverse, fulmina a Orión con la mirada. La observo mientras él se aleja. Uno a uno, mis guardaespaldas van escabulléndose por el pasillo hacia el garaje de abajo. Saben lo que se avecina. «Allá vamos otra vez». El mero hecho de pensarlo me colma de agotamiento.
—Te necesito en el Primer Tramo Azul —le digo a Orión—. Llévate cualquiera de las lanzaderas, envía al resto de los pilotos a sus máquinas. —La agarro del brazo cuando se desplaza hacia el pasillo—. No levantamos los Dioses de la Tormenta por encima del horizonte primario. Júramelo.
—Por mi vida.
Atraigo su frente hasta la mía.
—Desde el Vanguard hasta Valle, hermana.
Ella sonríe al recordar la vieja nave en que nos conocimos.
—Desde el Vanguard hasta Valle, hermano.
Se marcha y se lleva parte de mí con ella. Ya nunca se sabe cuándo volverás a ver a un amigo. O si volverás a verlo. De todas las personas que conozco, Orión es la única que nunca me ha dicho lo que querría hacer después de la guerra. Ahora siento la necesidad de saberlo, pero ya está llamando a sus pilotos de tormenta y empujándolos hacia las lanzaderas.
—¿Crees que está en su sano juicio? —pregunta Rhonna desde la plataforma de desembarque—. Si entra en modo rojo sangre...
—Tengo una póliza de seguro.
—Por supuesto que sí.
Me vuelvo hacia ella. Estoy a punto de decirle que se vaya con Hárnaso cuando me doy cuenta de que entiende a lo que me refiero... a qué me refiero con exactitud cuando digo que tengo una póliza de seguro para Orión. Joder. Soy transparente para ella.
—¿Dónde está? —pregunta—. Por si acaso...
Por si acaso muero en el campo de batalla, quiere decir.
Cuando le pedí a Glirastes que construyera el hardware de sincronización para los Dioses de la Tormenta, también le dije que construyera una válvula de seguridad para que los azules que los manejaran no pudieran decidir el destino del planeta sin mí. Me saco el interruptor maestro del abrigo y lo blando ante Rhonna.
—¿Y en la armadura? —pregunta.
—Segundo compartimento del muslo. Pierna derecha.
Y con eso, Rhonna se asegura un puesto a mi lado.
«Lo siento, hermano».
Envío un mensaje a los Aulladores:
—Alexandar, dile a Thraxa que reconozca Angelia. No te enfrentes al Caballero del Miedo. Voy de camino.