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7. Los Juegos
ОглавлениеPrincipal objeto de la lírica coral de Píndaro llegada a nosotros fue la celebración de las victorias atléticas en los cuatro centros principales de la agonística deportiva: Olimpia, Delfos, Nemea e Istmo de Corinto. Aunque en la época histórica tengan principal carácter cultual , diversas leyendas sugieren su origen de fiesta en honor de los muertos. Los Juegos Olímpicos, en honor de Zeus, recordarían la muerte de Pélope; los Píticos, en Delfos, la muerte del dragón Pitón por medio de Apolo; los de Nemea, el recuerdo funeral de Arquémoro, hijo de Licurgo, y los Ístmicos —como se sugiere en el fr. 6.5—, en honor de Melicertes, sobrino de Sísifo. El honor tributado a la memoria del difunto significa que éste, en la representación de los vivientes, ejerce todavía una influencia benéfica y acaso también amenazante, que es preciso recabar y evitar respectivamente. No sabemos si esta conciencia original de reconciliación entre vivos y muertos a través de los Juegos es patrimonio común en la época de Píndaro.
Ciertamente, no hay Agón o Juego que no esté consagrado a uno de los dioses: a Zeus, en Olimpia y Nemea; a Apolo, en Delfos, y a Posidón, en el Istmo. Con los dioses queda, a su vez, asumida la presencia de los héroes pasados y del hombre que interviene en los Juegos. En esta relación se comprende el comienzo de la Olímpica II: «¿Qué dios, qué héroe, qué hombre deberemos cantar?» Con el impulso que dimana del recuerdo de los héroes, y con la bendición de los dioses, es posible alzarse con la victoria atlética en un momento de fiesta que es, al mismo tiempo, «Paz de Dios», proclamada por los heraldos.
Los Juegos más importantes, por su dignidad y antigüedad, fueron los de Olimpia, que comenzarían el año 776 a. C., punto de partida para muchos calendarios. A éstos seguían los Píticos, año 582, los Ístmicos el 581 y los Nemeos el 573. Cada cuatro años se celebraban los Olímpicos y Píticos, al comenzar el año quinto de los anteriores, de tal modo que los Píticos tuviesen lugar dos años antes o dos años después de haberse celebrado los de Olimpia. Los Ístmicos y Nemeos tenían lugar cada dos años. Conocemos los meses de su celebración: el mes de agosto para Olímpicos y Píticos coincidiendo con los días de plenilunio, el mes de abril para los Ístmicos, y julio para los Nemeos.
Las pruebas más espectaculares y, asimismo, la victoria más deseada eran las carreras de carros tirados de cuadrigas y, en segundo lugar, las carreras de caballos. Como se documenta, por ejemplo, en la oda Olímpica VI, también hubo carreras de carros con tiro de mulas, aunque no se mantuvieron largo tiempo, mientras las de tiro de caballos, comenzadas el 648, continuaron hasta la supresión definitiva 15 . Cabe imaginar la emoción de esta prueba en la que no eran raros los accidentes y víctimas, como puede colegirse del relato sobre la fingida caída mortal de Orestes, descrita por Sófocles en su Electra (vv. 744 ss.). Las demás pruebas consistían en carreras infantiles, con pugilato y lucha, que tenían lugar, según una verosímil referencia a Olimpia, el primer día, al que precedía otro destinado a los sacrificios rituales ante los altares de Zeus y Pélope.
En el segundo día comenzaban las carreras a pie en el estadio: una de velocidad, con el recorrido de 192 metros, sólo para adultos; otra doble, de ida y vuelta, con 384 metros, y la carrera de resistencia, con 4.608 metros. (Al menos desde el año 450 es seguro que en Olimpia se corrió desnudo, como conocemos por Tucídides [I 6, 5].) Por la tarde de este segundo día se iniciaban las competiciones de pugilato, lucha y el pancracio, combinación de boxeo y lucha libre, cuyo nombre se debía a la aplicación de todas las fuerzas corporales, utilizando los más diversos recursos, como lucha, golpes, patadas, retorcimiento de miembros, etc. En Esparta estuvieron también permitidos los mordiscos. En un vaso ático del siglo v, puede verse a un pancraciasta intentando acometer contra un ojo de su rival.
Estas pruebas, por su variedad y número, se continuaban en el día tercero durante toda la mañana, destinándose la tarde a la carrera con armas, en la que, equipados como guerreros, y en todo caso siempre con el escudo de bronce, había que lanzarse a la pista. Debieron de ser las más divertidas, y parecen introducidas el año 520.
En el cuarto día, desde el 708, se presentaba la prueba más querida de los griegos y que exigía una compleja preparación atlética: el pentatlo. Un pentámetro, atribuido al poeta Simónides, lo enumera en este orden: salto (de longitud), carrera de velocidad, lanzamiento de disco, lanzamiento de jabalina y lucha 16 . Por la tarde empezaban las carreras en el hipódromo, con la combinación de carreras hípicas y pedestres, a las que seguían las carreras con tiro de mulas.
El quinto día lo ocupaba la emoción culminante y ruidosa de las carreras de carros tirados por caballos. Como más costosa, sólo era posible esta competición para reyes y familias adineradas que pudieran mantener acreditadas cuadras, sostenimiento de personal a su cuidado, aurigas, cuando no eran ellos mismos los conductores, y cuantiosos gastos para desplazamiento a los lugares agonísticos.
Al día siguiente, último de la fiesta, los Juegos se cerraban oficialmente con una procesión de acción de gracias al dios del santuario, con un banquete para los vencedores y la proclamación de sus nombres y ciudad de origen por parte de los heraldos. Los vencedores recibían, como distinción triunfal, una corona de olivo en Olimpia —según la leyenda, de aquel olivo que plantara Heracles, fundador mítico de sus Juegos (Olímpica III 10-15), y que, en un tiempo, cortaba un sacerdote con tijeras de oro y, en otro, solía cortar un niño cuyos padres viviesen. De hojas de laurel era la corona entregada en Delfos; de apio, en Nemea, y en el Istmo, primeramente, de pino y, más tarde, de apio fresco. Premios metálicos, bandejas, trípodes, ánforas de aceite y otras materias valiosas fueron usuales en otros centros deportivos de Grecia 17 .
Con grandes honores era recibido el vencedor en su propia ciudad, y en Olimpia, por ejemplo, podía quedar para siempre memoria suya en el Altis con una estatua erigida en su honor, si había logrado tres veces la victoria. En la patria de origen le aguardaban, entre otros honores y privilegios, la espléndida fiesta coral, el saludo oficial por medio del coro con un himno, como el pindárico, cantado y ejecutado en el teatro, en el ágora, en el templo o en procesión hacia él (Pít . XI 1 ss.), y en ocasiones, ante la puerta de su propia casa (Íst . VIII 1-4; Nem . I 19 ss.). En la poesía quedaba eternizada la hazaña y gloria del vencedor.