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8. Obras de Píndaro

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Aunque sólo se haya conservado una tercera parte de su obra, tenemos fehacientes noticias sobre la clase y número de la misma, atendido el cómputo de sus libros. Píndaro fue a la vez compositor del texto y de la melodía de sus himnos. En muchas ocasiones, cuando la vecindad de los lugares en que debían cantarse sus poemas hacía fácilmente permisible su presencia, el poeta era también director del coro, de la música y de la ejecución coreográfica. El coro de Tebas, ensayado por Píndaro, podía desplazarse a otros lugares. En otras ocasiones, cuando era imposible el desplazamiento del poeta y de su coro, Píndaro enviaba texto y partitura musical y confiaba su dirección a otro entendido en poesía y música. Hay que pensar en un público particularmente sensible para acceder a un lenguaje difícil por su estructura y magnificencia, con gusto para el canto y la danza, imbuido en el incitante y complejo mundo de los mitos.

Nada ha llegado a nosotros de la música y notación melódica de toda su poesía. (El trozo de melodía con que se inicia la Pítica I, publicada por A. Kircher en su Musurgia Universalis [I, 1651, pág. 541], y que él afirma haber encontrado en el convento de San Salvatore de Mesina, parece ser una docta falsificación 18 vanos han sido los esfuerzos por asegurar su autenticidad.) Textos y melodías autógrafas se perdieron en los archivos de las ciudades o en las casas de los vencedores, de cuyos originales se podían sacar copias para ser cantadas en fiestas y reuniones privadas.

La obra toda de Píndaro fue primeramente dispuesta u ordenada por los antiguos filólogos en 17 libros, según criterios de género literario. Los filólogos alejandrinos hicieron, en este sentido, una labor decisiva, sobre todo Aristófanes de Bizancio, director de la Biblioteca de Alejandría, fallecido hacia el 165 a. C., a quien se debe la edición en 17 libros y la distribución de los versos en miembros o k la . La Vita Ambrosiana nos ha transmitido la mejor sinopsis de los libros. Once de ellos están relacionados con los temas de poesía cultual, distribuidos de esta manera:

Un libro de Himnos a los dioses.

Uno de Peanes .

Dos de Ditirambos .

Dos de cantos procesionales o Prosodios .

Tres de Partenios o coros femeninos.

Dos de Hiporchḗmata o cantos para danza.

Los seis restantes están dedicados a los temas siguientes:

Un libro de Encomios .

Uno de Trenos para conmemoraciones funerales.

Cuatro para celebrar victorias en Juegos, o Epinicios .

De estos 17 libros, sólo los cuatro últimos han llegado completos, a excepción de las Ístmicas . El criterio de selección que domina toda la tradición textual antigua 19 ”, así como su principal destino para la lectura escolar, son responsables de su conservación o pérdida en el tiempo. Sabemos que en la era de los Antoninos (138-180 d. C.) se leen en las escuelas tan sólo los Epinicios , y el mismo Eustacio, en la Introducción a sus Comentarios , asevera que sólo estas odas ofrecen facilidad de comprensión frente a las demás obras de Píndaro.

El principio de ordenación aplicado por los alejandrinos a los Epinicios no tuvo en cuenta criterios de cronología, sino solamente puntos de vista de carácter social y político relacionados con el destinatario. Así, reyes y personas de alto rango tienen preferencia dentro de cada libro, y respecto a cada uno de los libros, las odas para triunfos en Olimpia ocupan el primer puesto, por mayor dignidad de los Juegos (14 odas), siguen las Píticas (12 odas), las Nemeas (11 odas) y las Ístmicas (9 odas, la última sólo con un breve fragmento). Se supone que alguna vez estuvieron los himnos nemeos al final de la colección, por haberse mezclado entre ellos algún poema que no tenía a Píndaro por autor. Las tres odas últimas de las Nemeas no tienen por objeto victorias conseguidas en ese centro, como se indica en la introducción particular a cada una. La Olímpica V es de discutida autenticidad, atribuyéndose, por parte de una importante mayoría de filólogos, a un poeta siciliano contemporáneo de Píndaro.

Las restantes obras nos ofrecen, en su fragmentaria existencia, una idea importante de lo que la tradición no ha podido conservar en irreparable pérdida 20 . Con frecuencia hemos de contentarnos con meros títulos y citas en obras de muy diversos autores. Pero son suficientes para percatarnos de lo mucho que se ha perdido de los Himnos a los dioses (frs. 29-51d de nuestra edición) y de sus preciosos contenidos. Precisamente en el Himno a Zeus (fr. 29) había una canción de Apolo a las bodas de Cadmo y Harmonía, en las que se celebraba el origen teogónico del mundo y el orden sacro instaurado por Zeus.

Respecto a los Peanes (frs. 52a-70), los papiros nos han aumentado su conocimiento y temario. Con el Peán VI se presentó Píndaro como poeta en Delfos el 490. Con el II (fr. 52b), compuesto para los abderitas —cuyos colonos fundaron nuestra andaluza Adra—, pidió Píndaro auxilio a los dioses para esos jonios en estado de guerra con los duros tracios. Para los habitantes de Ceos, patria de sus rivales Simónides y Baquílides, compuso el Peán IV (fr. 52d), en el que se canta la gloria artística de la isla. En el IX (fr. 52k), en que se plasma el terror por un eclipse de sol, encontramos la hermosa oración al Sol a cuya luz se llama «Madre de los ojos».

Entre los Ditirambos , canciones para las fiestas de Dioniso, acompañados de flauta y danza (frs. 70b-86a), se ha conservado el famoso elogio a Atenas (frs. 76-77) y, sobre todo, el que tenía como tema la bajada de Heracles al infierno (fr. 70b) con expresiones de magnífica belleza. Aun en lo poco conservado cabe percibir la oposición de Píndaro a las extensas proporciones del antiguo ditirambo, liberándose de la influencia de Laso de Hermíone 21 .

Muy pobres son los restos de los Prosodios o cantos procesionales (frs. 89-93). Algo más conservamos de los Partenios , cantos para coros de muchachas acompañados de danza y flauta. El tercer libro tenía un título especial que aludía a su destino para diversos vencedores. Entre estos cantos se incluyeron los daphnēphoriká , populares en Tebas, cuya ejecución tenía lugar durante una procesión al templo de Apolo Ismenio. Un niño, coronado de laurel, abría la procesión, siguiéndole su padre, que portaba un bastón de rama de olivo, revestida asimismo de hojas de laurel trenzadas con cintas amarillas y rojas y bolitas de bronce. Uno de estos cantos lo compuso Píndaro cuando su hijo tuvo el honor de ir a la cabeza de la procesión como daphnēphóros . El niño, seguido de un coro de muchachas, debía tener padre y madre todavía en vida, por lo que recibía el nombre de amphithalḗs , a quien ambos florecían (frs. 94b-94c).

Hyporchḗmata . La explicación dada generalmente a este término no goza de total seguridad, aunque se presume una especial conexión entre danza y canto, pero no está garantizada la ejecucuón entre un coro que canta y otro que baila a su ritmo (frs 105-116).

Entre los Encomios (frs. 118-128) tiene particular interés histórico el 120-121, por estar dirigido a un antecesor de Alejandro Magno, también rey de Macedonia, ligado por su amistad a los griegos. El 123 lleva el nombre de Teóxeno, el joven en cuyos brazos moriría el poeta. La curiosa generosidad de Jenofonte de Corinto, el gran triunfador en Olimpia (Olímpica XIII), con el templo de Afrodita, queda documentada en el fr. 122. A veces se citan como skólia , canciones para banquetes, algunos fragmentos que en la edición de los alejandrinos figuran entre los Encomios .

De todo cuanto queda de los Trenos (frs. 129-139), lo más importante está en aquellos que ofrecen ideas sobre los misterios religiosos y sobre la vida feliz que tras la muerte proporcionan. Todos ellos, con sus ecos sobre tradiciones órfico-pitagóricas, juicio de los muertos y creencia en la trasmigración y reencarnación de las almas, presentan rasgos muy personales de la fe del poeta. A partir del fragmento 140 se recogen aquellos cuya pertenencia a un libro determinado no es fácil de determinar y de los cuales presentamos en nuestra traducción el mayor número posible, según criterios de interés ideológico o literario, de acuerdo con la edición crítica de Bruno Snell.

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