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Júbilo

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Los mundos occidentales de la llamada posmodernidad asisten hoy, en diversas prácticas sociales, al retorno de una serie de valores arcaicos que se colocan en un primer plano de la vida interactiva. Junto al debilitamiento de las certezas en el pensamiento, emergen fenómenos juveniles tales como los nuevos tribalismos y nomadismos que implican además, en sentido estricto, una actitud trágica ante la vida que se revela en múltiples episodios de la experiencia cotidiana; se trata de prácticas sociales que, sin tal referente, parecen no tener ningún sentido. A través de dicha sensibilidad trágica, el tiempo posmoderno parece detenerse: vive cierta inmovilización o, al menos, se hace más lento en contraste al desarrollo científico, tecnológico y económico acelerado de la modernidad, de signo eminentemente dramático. Para el sociólogo Michel Maffesoli, la vida social de hoy parece más bien una concatenación de instantes detenidos a partir de los cuales suele seguir el imperativo clave de la re-creación. Se trata de un cambio de paradigma que va desde una concepción egocentrada del mundo –que otorga primacía al individuo racional que vive en la sociedad contractual de la modernidad– a otra concepción locuscentrada –que se relaciona con la emergencia de grupos o neotribus de la vida social contemporánea que, a su vez, generan espacios de convivencia específicos en la posmodernidad naciente–.36

Así, el individualismo moderno es dramático mientras la actividad tribal posmoderna es trágica y, en tal condición trágica, Maffesoli incluye los momentos de júbilo desbordado, la efervescencia por la vida. La noción de historia, como categoría central de los análisis de la modernidad, se relativiza. Se pasa de un tiempo lineal, singular y sustentado en la idea de proyecto a otro tiempo cíclico, recursivo, presentista, que quiere deslindarse del utilitarismo burgués y que lleva el signo de la pluralidad. Se asiste, pues, a cierta reactivación de valores, maneras de ser y de pensar arcaicos, que desde la modernidad ilustrada habían sido ubicados en el ámbito de un presunto oscurantismo.

Modos de vida menos racionales y más dionisíacos, menos sedentarios y más nómadas que involucran de una u otra forma muchas prácticas contemporáneas. Se trata de un vitalismo que invita a la risa escandalosa de nuevos paganismos ante el envejecimiento de los mundos de la seriedad y de la programación disciplinada. Renace, pues, una vitalidad polisémica que no sigue los pasos de ese progresismo inocente y optimista de otros tiempos. Se vive con ello una lógica de la conjunción más que de la disyunción y emergen actitudes de inmediatez en las nuevas generaciones, orientadas a diversos hedonismos y mimetismos neotribales en un marco de permanente reversibilidad.

Ante el ideal moderno de la autonomía, tiende a imponerse la práctica de la heteronomía y de la atracción apasionada. Ser joven se convierte además en un nuevo imperativo categórico que implica incluso maneras de vestirse, de hablar y también una manera de cuidar el propio cuerpo. En efecto, Maffesoli alude en sus reflexiones a una serie de fenómenos juveniles actuales que van desde concebir a los enormes centros comerciales no solo como el lugar funcional de la simple compraventa de productos, sino como escenarios de comunión; hasta las fiestas rave o tecno; así como los love parades; pasando por otros, como la variada entronización de la moda, la astrología, las telenovelas (“eternidades de bolsillo”) o el consumo de videoclips, los juegos informáticos, la utilización exacerbada del ciberespacio, el auge de la ciencia ficción en el cine o la pintura, la asunción de amores sucesivos y efímeros, cierto culto a lo superfluo y a lo frívolo, el body art, entre otros hedonismos difusos.

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