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Locura

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Platón hará una especie de crítica a la tesis de Gorgias al cuestionar en el diálogo Ion si realmente la inspiración poética puede asociarse al terreno de la téchne. En este momento Platón hace una reflexión sobre la poesía que tendrá carácter provisional porque no involucra todavía la connotación política tan importante que el tema adquiere en la República. Por ahora Platón persigue solamente el objetivo de demostrar que en el oficio de rapsoda, representado por Ion, no existe un saber riguroso precisamente por la falta de téchne. La crítica a la poesía consiste en negar que esta implique conocimientos concretados en procedimientos, reglas o normas (técnicamente establecidos) que apunten a su realización práctica extendida. Al no tener objeto propio, ni realización consistente, la poesía no puede generar una técnica poética y ello supone un alejamiento del verdadero conocimiento, que ha de ser universal y aplicable en toda circunstancia. Al no contar con una técnica para su realización, el oficio de los poetas –en cuanto rapsodas– se convierte, cuando mucho, en un hablar bellamente de una sola cosa, pero incapaz de hablar bien, o dar mínima cuenta, del resto de las cosas. Así, lo poético y sus producciones, la propia inspiración poética, no se vinculan a la técnica, ni a la ciencia, ni a la sabiduría, sino que, en todo caso, surgen en la órbita relativamente irracional de las potencias del endiosamiento; de la fuerza divina que los mueve, y en todo caso el poeta que produce sus bellos cantos no está en su razón, está dominado por lo armonioso y lo rítmico, con lo cual pierde su serenidad y su inteligencia y, con ello, no puede ver la realidad misma, ni conocerla ni expresarla; se apasiona y vive engañado por esa locura de las Musas.54 En otro momento, sin embargo, en cierta contradicción con lo anterior, Platón –por boca de Sócrates– describirá al poeta como alguien extremadamente sensible y a la poesía (el delirio inspirado por los dioses) como algo que permite el acceso al saber y a la comprensión del porvenir.55 No obstante, y según la explicación de Lledó, Platón quiso, al parecer, “quitar gravedad y poder a la obra poética, dejarla reducida a un juego delicado, a un momento irracional del espíritu, alejado como tal de todo conocimiento y, en consecuencia, incapaz de enseñar nada y de ejercer función educadora alguna”.56

En la República, Platón desplegará una reprobación directa de la poesía. Sucede que ya no se concibe al poeta como carente de inteligencia y de capacidad para comunicar el verdadero saber por entrar en el trance poético, con lo cual no puede ser ni maestro ni educador del pueblo. El poeta estará más próximo al vidente, e incluso al profeta, que al filósofo. Su territorio será la particularidad y la contingencia, la vida sensitiva y emocional; pero no el pensamiento que produce un conocimiento universal por el acceso a las ideas. “La poesía es la pintura fiel de la naturaleza animada, y no el análisis razonado de una existencia suprafísica, creada por enrarecimiento de la realidad. En este sentido la poesía apunta a lo múltiple”.57 Cuando el poeta crea su obra enajenado por la divinidad, inspirado por las Musas, está de uno u otro modo fuera de sí; su creación resulta impulsiva y no la consecuencia de una técnica; por lo tanto, el poeta no puede dar razón de sus composiciones. Esto es lo que Platón critica, un producto que no ha sido creado por medio de una construcción consciente de orden técnico, que presuponga una racionalidad previa.

Pero ahora se suma la cuestión de la conveniencia de aceptar o rechazar la poesía de la nueva polis.58 Y, aunado a ello, se abre una crítica a la poesía misma desde la perspectiva de la teoría de las ideas. En efecto, la labor poética se asume en su función corruptora del pensar. Para Platón, los poetas hablan desde un plano que no se contacta con las cosas en sí. No saben lo que dicen, solo son unos imitadores del mundo. No se dirigen a la verdad, por lo cual hay que combatirlos. No son auténticos creadores; ni siquiera como los artesanos que fabrican objetos conforme a una idea, porque son artífices de toda clase de objetos, incluso de sí mismos, pero solo en términos de apariencia.59 Ofrecen imágenes de la realidad, pero no esencias de ella. Los poetas hablan de cosas alejadas de la verdadera realidad porque solo se ocupan de reproducir o (acaso) recrear elementos pertenecientes al ámbito de lo sensible; no se aproximan al ámbito de las ideas. Interpretan valores humanos, pero sin rozar siquiera la verdad.60 La palabra de los poetas no desvela el ser; no alude al contenido ontológico del mundo, sino que expone las apariencias en su cromatismo. La palabra del poeta no se orienta hacia la comprensión de las cosas; se orienta hacia la celebración del aparecer de las cosas en su intenso colorido, de manera rítmica, armoniosa, sin importar la verdad que exprese, sino el encantamiento, la fascinación y la belleza que produzca.61 Emilio Lledó comenta:

El lenguaje poético encierra, pues, en sí, este poder mágico capaz de apartar al que lo escucha de toda consideración racional; y esto lo ejerce no por una artificiosidad, sino por su misma naturaleza […] La palabra poética tiene en sí misma, y en cuanto tal palabra, esta fuerza que traspasa el campo puramente significativo (logos) y que le da otra nueva y diversa perspectiva.62

Platón distingue una parte racional y otra irracional del alma. La poesía afecta el alma y la puede modificar: cambia estados de ánimo, genera emociones diversas, pero tales modificaciones ocurren precisamente en aras de la parte irracional del alma. Se trata de un ámbito engañoso e ilusorio marcado por la equivocación e incapaz de percibir de modo certero la realidad misma, porque no discierne el verdadero ser de las cosas; porque escapa a la razón y vive sin control. Por tanto, aquellos que entregan su ánimo a la emoción poética contravienen el ideal del ciudadano de la nueva polis, que habrá de regirse por la razón y la ley,63 sin las contradicciones y arrebatos de la pasión. El poeta es un colaborador político de la parte irracional del alma; habla por medio de sus creaciones a esa parte irracional; por lo mismo, no debe ser admitido en la ciudad64 a menos que renuncie a cualquier posible función educativa y solo se dedique a cantar himnos a los dioses.

Lo poético se asocia no a la sabiduría serena, no a la asunción intelectual, objetiva y seria de la realidad, sino a la interpretación inventiva y entusiasta del mundo. Propende a lo mítico más que a lo razonable. Lo poético tiene que ver con cierta locura; con cierto delirio que no describe, ni narra, ni hace historia, sino que ensalza, intensifica, colorea los acontecimientos. Configura nuevos mundos desfigurando el propio. No profundiza, sino que hace más complejo e imprevisible aquello de lo que trata. Apunta no al conocimiento, sino a la realización dinamizada y cambiante del mundo. Lo poético no se separa intelectualmente del mundo, sino que se imbrica con él. No pretende respetar las condiciones y características del objeto para estudiarlo, sino que transforma o modifica ese objeto en aras de su impulso creador más o menos irreverente. Lo poético alude no a la formalización objetiva de las relaciones con el mundo, sino a la reinvención cromática y heterogénea de tales relaciones. La aparición y el movimiento del objeto poético no es posible, pues, sin el impulso poético mismo, es decir, sin el amparo de la poiesis.

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