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Ficciones

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Un diálogo psicopoético rehúye del tiempo dramático y lineal del encuentro, así como de metas a lograr, para constituirse como un ejercicio discontinuo de presentación de instantes vividos o imaginados que no se someten del todo a la perspectiva del control, que no pretenden promover unos u otros efectos de desarrollo en el juego de la interlocución misma. Se trata de un diálogo que, en su constante reapertura, no pretende (ni quiere ni puede siempre) explicar lo que se dice, sino acaso revivirlo. Tal interlocución funciona en ese instante como una especie de bisagra vida-mundo. Se opone por su carácter a cualquier territorio lánguido y promueve una cultura de la invención más o menos salvaje. Por lo demás, este acontecimiento presupone cierta sabiduría visceral o encarnada ineludible y, con ello, diversas participaciones afectivas e identificaciones múltiples, híbridas, cósmicas. Implica creaciones y variaciones verbales cotidianas; implica también una relativa conciencia de incompletitud y de límites situacionales. Pero, en todo caso, inaugura (aunque sea fugaz, imperfecta y transitoriamente) un ser-juntos para el encuentro discursivo-interpersonal mismo.

El encuentro dialógico se vive entonces como sucesión de actualizaciones pensantes, pasionales, creativas, intercorporales, conectadas, cuyo desenlace (si existiese) resulta desconocido. En dicho encuentro no se construye la (gran) historia del consenso o la resolución, sino que se entretejen pequeñas historias errantes, en sus diferendos irreductibles, sin precisiones obligadas. A partir de una condición psicopoética, “lo que funda la comunicación no es tanto un contenido teórico o informacional, como es la norma para la tradición occidental, sino, más bien, un lazo misterioso, tenue y, para muchos, ni verdadero ni falso”.43 Suele ocurrir en los grupos de amigos; su emergencia es más probable tal vez en los contextos menos institucionalizados. Tal forma de interlocución se aparta de los universalismos, de las certezas funcionales y de las pretensiones de definitividad para descubrir verdaderas islas volantes, como diría Jonathan Swift, terrenos más o menos enigmáticos que gravitan en el encuentro como efecto de la producción concomitante de subjetividad.

El cielo estaba completamente sereno, y el sol calentaba de tal modo que no se podía dirigir la vista hacia él. De pronto se oscureció de un modo muy diferente, según pensé, que cuando se ocultaba una nube. Volviéndome, percibí un vasto cuerpo opaco entre el sol y yo […] Me pareció que debía hallarse a unas dos millas de altura. Escondió el sol por unos seis o siete minutos, pero no me pareció que el aire fuera mucho más frío ni el cielo se oscureciera mucho más que si me hallase a la sombra de una montaña. Según se aproximaba adonde estaba yo, pude ver que era una sustancia firme, de fondo plano, liso y muy brillante por la reverberación del mar. Me subí a una eminencia a cosa de doscientas yardas de la costa, y vi aquel limpio cuerpo descender casi paralelo a mí hasta menos de una milla inglesa de distancia. Saqué mi catalejo de bolsillo y con él pude distinguir personas moviéndose encima de aquel objeto y a sus lados […] El natural amor a la vida me hizo sentir una gran alegría interna y empecé a alimentar la esperanza de que aquella aventura pudiese procurarme algún camino de ayuda que me librase del desolado lugar en que me hallaba. Pero, a la vez, fácilmente podrá el lector concebir cuál era mi pasmo al ver en el aire una isla, habitada por hombres que, según parecía, eran capaces, a su albedrío, de hacerla subir o bajar o ponerla en movimiento de avance […] Me hicieron señales de que bajase de la roca y me dirigiese a la orilla; y lo hice, y habiéndose elevado la isla volante a suficiente altura, quedó en el borde directamente sobre mí. Entonces desde la más baja de las galerías descolgaron una cadena con un asiento al extremo. Me fijé yo mismo a ella y fui elevado mediante poleas.44

Se involucra una mezcla de ideas, objetos y personas; se generan ficciones de diversa índole; se vive un claro nomadismo en el hablar; se operan bruscos golpes de timón; se instala un movimiento desigual hacia cierto sincretismo perceptivo y emocional. En ese instante se retorna a la vida; se impugna en acto la inmovilidad de la certeza; se deshace uno u otro aprisionamiento existencial. Esta expresión compartida, vitalista, psicopoética, solo puede acaecer mediante una travesía de los hablantes por el mundo-presente-actual-inmanente, travesía que puede ser difícil, acaso vulnerable a la nostalgia o al momento de amargura, pero también en cualquier instante jubilosa, alegre, digamos, saltarina.

Psicopoética

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