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«atenderlo igual»
ОглавлениеDesde el Comité de Crisis me dijeron que me autorizarían a salir de la provincia de San Luis si les adjuntaba documentación que permitiera constatar que había sido autorizado a ingresar a Mar del Plata. Todavía no la tenía, aunque la había solicitado en un trámite web. Le comenté a Matu en varios mensajitos que tenía pendiente ese trámite. Me dijo que intentaría desde allá hacer lo mismo.
Me puse a atender a los pacientes de esa mañana. Si bien no tenía las autorizaciones, ya había tomado la decisión de cancelar la agenda desde ese día en adelante, con la intención de viajar a la mañana siguiente. Atendí a los pacientes con el mayor esmero posible, sabiendo que mi pensamiento estaba en la enfermedad crítica de mi viejo, y no tanto en lo que tenía adelante.
Un paciente que solía trabajar en una ferretería de Merlo de la que soy habitué me escribió un mensaje. Hacía un par de años que no sabía de él. En el texto me contaba que le habían vuelto los vértigos y me preguntaba si podía atenderlo. Le contesté rápido para decirle que era el último día que atendería porque tenía que viajar de urgencia por temas de familia. Le dije que se acercara al consultorio lo más rápido que pudiera. Un rato más tarde, estaba en la sala de espera y lo hice pasar.
Mientras se acostaba en la camilla, le conté sin detalles que mi papá estaba enfermo, que me había enterado el día anterior y que quería llegar a verlo y darle un abrazo. Finalmente le hice la maniobra diagnóstica para el vértigo posicional benigno y luego la maniobra de reposicionamiento, con la que suele ceder todo el cuadro. Le dije que cualquier cosa me escribiera, y que, si no, nos veríamos a la vuelta para control. Antes de irse me recordó que una vez había ido a la ferretería para buscarle una herramienta como regalo para mi viejo, y los dos nos despedimos con un fuerte abrazo. Más tarde ese día me mandó un mensaje para agradecerme que lo hubiera atendido en ese momento difícil. Que podría haberme disculpado por la situación y no atenderlo, pero que yo había decidido atenderlo igual, y que valoraba y me agradecía que lo hubiera hecho. El mensaje me hizo bien. Me reconfortó. Le mandé un audio agradeciéndoselo. Me respondió con un abrazo fuerte.
Esa tarde Matu consiguió establecer contacto con el subsecretario de Seguridad de Mar del Plata, y obtuvo mi permiso para ingresar al Partido de General Pueyrredón por razones de fuerza mayor. Me mandaron el PDF por WhatsApp.Matu me mandó un mensaje: «Todo te lo tengo que conseguir yo?». Le contesté con muchos «Ja ja ja». Subí el PDF a la plataforma web del Comité de Crisis de San Luis para tratar de que me aprobaran la salida antes de la noche, así podía viajar a la mañana siguiente.
Ese día era el cumpleaños de Laurita. A ella no le gusta festejar su cumpleaños. La noche anterior, a las doce, la habíamos sorprendido con los chicos, las dos nenas de ella y nuestro hijo juntos, con un operativo de regalos múltiples. Le habíamos conseguido una manguera de jardín con carro con ruedas y manija para enrollar. Un sombrero con ala ancha que la proteja, ya que su piel no es apta para exponerse mucho al sol. Ropa, chocolates, velas, un mate. En la reunión familiar de su cumpleaños que se improvisó esa tarde, con una pata del pensamiento en el lugar y otra en la situación de mi viejo, pensé en que es posible estar alegre y triste al mismo tiempo.