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«que gracias»
ОглавлениеMatu me llamó por la mañana. Ella había pedido la ambulancia la noche anterior para trasladar a papá a la guardia. Me contó que estaban en el departamento esperando a que llegase el traslado. Me dijo que estaba conforme con que decidiéramos internarlo porque no lo veía bien. Me dijo que le costaba mucho caminar. Además, me contó que el departamento de papá tenía un abandono importante. Que los olores a cigarrillo y encierro eran insoportables. Que al lado de la cama el piso estaba pegajoso. Que las cortinas tenían un tizne oscuro entre los pliegues. Que faltaba el oxígeno. Me dijo que cuando terminara de internarlo le iba a pedir a Yamila que le limpiara el departamento. Que intentó antes pero que él nunca quiere. Que Yamila le cambia de lugar sus cosas. Que Yamila le desconecta los cables del televisor de tubo que todavía tiene. Que es importante porque así puede seguir grabando en la videocasetera programas de política que se emiten en simultáneo y que si no se perdería. Que cada vez que se va Yamila, después no anda nada.
Pasado un rato Matu me escribió un mensaje en el que me decía que ya estaban cargando al viejo en la ambulancia para llevarlo. Y otro para decirme que el habla de papá estaba extraña, como si estuviera borracho. Que Silvi, la novia, también lo notaba desde hacía unos días. Le contesté que me avisaran cuando llegaran a la guardia. Le conté todo a Laurita mientras tomábamos unos mates en casa. Seguimos conjeturando diagnósticos posibles.
Salí en la camioneta a hacer compras habituales de domingo temprano. Era una mañana soleada de invierno. Fui con las ventanillas medio bajas, inspirando hondo el aire fresco de Villa de Merlo, escuchando una playlist de Spinetta. Crucé el badén de la avenida Dos Venados, casi sin agua, y bajé por Avenida del Libertador, hasta el arco de Barranca Colorada. Estacioné frente a la carnicería de Juancito y saqué el celular para leer el pedido que siempre me manda Laurita para que no me olvide nada.
Entró una llamada de Matu. La atendí. Me contó que en la guardia del Hospital Privado no querían internar a papá. Que a la médica que los atendió le pareció que era para manejo ambulatorio. Que con la crisis de covid-19 el hospital no estaba para internar pacientes para estudio. Matu me terminó diciendo que le parecía que iban a tener que volver al departamento. Le pregunté si veía posible que yo pudiera hablar con la médica, si podría pasarle el teléfono. Escuché la voz de mi papá, cerca de Matu, que decía que la vieja que los había atendido no servía para nada. Que ni lo había mirado. Noté la observación de Matu y la voz arrastrada de papá. Matu me dijo que iba a intentar pasarme la llamada con la médica. Cortamos. Entré a la carnicería de Juancito y le leí el pedido al carnicero. Juancito no estaba. Los domingos pilotea el negocio desde la casa. Es un buen amigo mío. Nuestros hijos son compañeros de primer grado y muy amigos. Le pedí el kilo y medio de molida, los bifes de cuadril, las dos colitas, los dos kilos de blanda para milanesas. El teléfono vibró en el bolsillo. Matu me dijo que me pasaba con la médica. La voz áspera del otro lado me dibujó una mujer de sesenta y pico, fumadora empedernida, con el atado y el encendedor en el bolsillo del guardapolvo, burn out, teñida de rubio, con las raíces blancas. Largó con un monólogo sobre los riesgos de ingresar a una institución llena de pacientes con covid y no me dejó meter bocado por un rato largo. La interrumpí y le dije que yo era neurólogo. Me contestó que ya se había enterado. Le dije que un paciente con una paraparesia aguda sin diagnóstico se internaba, acá y en la China. Me dijo que lo máximo que podría hacer era dejarlo a criterio de la guardia de neurología del hospital. Pero que no sabía cuándo tendrían tiempo de evaluarlo. Le contesté que por mí estaba bien. Que gracias. Cuando Matu volvió al teléfono, escuché los gritos de la médica diciendo con ironía que iba a tratar de conformar al doctor.
Matu y yo volvimos a hablar.
—¿Viejo adentro?
—Viejo adentro. Después te llamo.