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«con Infinia Diesel»
ОглавлениеA la mañana siguiente me levanté temprano. Me pegué un baño y me vestí. Cuando bajé a la cocina, Laurita se había levantado para acompañarme en el desayuno. Charlamos de que todavía no figuraba mi autorización en la página del Comité de Crisis. Le dije que tenía que recorrer prácticamente toda la provincia de norte a sur, que me llevaría varias horas y que esperaba que la autorización apareciera antes de llegar al puesto fronterizo con la provincia de La Pampa.
Subí mi carry on y la mochila al asiento trasero de la camioneta, y la bolsa con frutas y comida que me había preparado Laurita en el asiento del acompañante para tenerla a mano. Tiré arriba del tablero un folio con los permisos de circulación nacional y marplatense impresos. Nos despedimos con Laurita con besos y abrazos, y salí. Crucé el pueblo vacío por la Avenida del Sol. Los semáforos en luz amarilla intermitente de la madrugada no me detuvieron en ningún punto. Rodeé la rotonda de acceso a Merlo y tomé la ruta a Santa Rosa. Puse una playlist desde Spotify que había descargado el día anterior, con más de ocho horas de clásicos de los ochenta y noventa. La autopista estaba vacía. Paré en el peaje de Santa Rosa y usé mi tarjeta de viajero frecuente para pagar el peaje. La mujer de la cabina del peaje me reconoció y, detrás de la cortina de hule transparente de protección, agitó la mano y me gritó: «¡Chau, doctor, buen viaje!».
El sol asomó por arriba de la Sierra de los Comechingones e iluminó el paisaje rural cuando iba a mitad de camino entre Concarán y Tilisarao. Al llegar a Naschel entré a una YPF para comprar un café y cargar gasoil. Cuando estaba bajando de la camioneta me sonó el teléfono; «número privado». Atendí la llamada. Era un hombre del Comité de Crisis que había leído el último mensaje que yo había cargado en el sistema la noche anterior en el que decía que comenzaría mi viaje a la madrugada, aunque no estaba librada la autorización y que esperaba que apareciera durante mi trayecto. En el mensaje aclaraba que el estado de salud de mi papá era crítico y que no tenía más tiempo, que tuvieran toda la consideración posible al respecto. El hombre me dijo que me iban a autorizar, pero que faltaban algunos pasos administrativos. Le dije que ya estaba en camino y que en unas dos horas llegaría al paso fronterizo, que esperaba que para entonces se pudieran haber dado esos pasos. Me dijo que creía que sí.
Llené el tanque con Infinia Diesel. Pagué usando la aplicación de YPF, que nos hace descuento a los profesionales de la salud. Me compré un cortado en vaso grande para llevar. Es una rutina que tenemos con Laurita que nos gusta: parar en Naschel cuando vamos a San Luis capital y tomar un cortadito. Lo disfrutamos. Pedí el café con la conciencia de que me agarraba de la última rutina disponible y que así colaboraba a mi adaptabilidad emocional. Nada de lo que vendría de allí en adelante, por varias semanas, tendría el amparo de la rutina.