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«y se estacione allá»
ОглавлениеUnas horas más tarde llegué efectivamente al puesto fronterizo con La Pampa. Frené delante de los conos anaranjados que bloqueaban el paso, debajo de un cartel pasante que decía «San Luis». Un policía salió del destacamento y se acercó a mi ventanilla.
—Buen día, caballero —hizo una leve venia.
—Buenos días. Tengo pedida al Comité de Crisis de la provincia la autorización para salir. No sé si ya habrá llegado.
—Tenemos una aplicación que nos dice. Dígame su documento, por favor.
Le canté los ocho números, que fue cargando en su teléfono.
—No, lamentablemente no me figura autorizado, caballero. Le voy a pedir que haga marcha atrás y se estacione allá, en la banquina.
—Pero hace un par de horas me llamaron por teléfono y me dijeron que me iban a autorizar.
—Sí, pero a veces tardan. Hasta que no figure acá, no puede pasar. Le pido que se estacione allá.
Di marcha atrás con la camioneta y estacioné antes del destacamento, junto al guardarraíl. Agarré el celular que tenía en el tablero y verifiqué la señal de internet: no tenía. Me puse el barbijo y bajé de la camioneta. Caminé unos pasos hacia atrás, por la banquina, hasta que conseguí un palito de señal. Abrí el navegador y entré en la página del Comité de Crisis. Me logueé y cargué un mensaje nuevo en el que decía que ya había llegado al puesto fronterizo y que no figuraba mi autorización. Que por favor la cargaran lo antes posible. Esperé un rato y luego volví a cargar la página para ver si había respuesta. Había un mensaje automático, extenso, que decía que estaba autorizado y luego todo el deslinde de responsabilidades y alcances de la medida. Volví hasta la camioneta, arranqué y volví a avanzar por la ruta hasta el cono. Una agente de policía mujer salió del destacamento y se acercó. Le expliqué lo que había pasado. Sacó su celular y me pidió que le dijera mi documento.
—Correcto, caballero. Puede pasar —y levantó el cono para correrlo a un lado.
—Muchas gracias. Buenos días —y crucé el límite.
Como unos cien metros adelante me paró el destacamento de La Pampa, improvisado con una casilla rodante. Otro policía me paró. Le expliqué que tenía autorización para pasar. Me preguntó si me iba a quedar en La Pampa. Le dije que no, que la cruzaría de oeste a este para llegar a la provincia de Buenos Aires, que tenía que llegar a Mar del Plata. Me preguntó si tenía el permiso de circulación nacional. Le dije que sí y lo saqué de entre los papeles impresos que había llevado. Me dijo que sostuviera el papel y mi documento con las manos, y que pusiera mi cara a un lado para que en una sola foto pudieran entrar las tres cosas: el código QR del permiso, el anverso de mi DNI y mi caripela. Accedí a la peculiar solicitud. El policía me sacó la foto y me dijo:
—Le mando esta foto al del puesto fronterizo por el que tenés que salir para que verifiquen que no te quedaste en la provincia. Esperá a que vea que la reciban allá y te dejo pasar —dijo mientras sostenía el teléfono frente a su cara para ver si el mensaje de WhatsApp que había mandado tenía los tildes y se pintaban de azul. Mientras tanto siguió hablando—: Cómo me cagó esta pandemia de mierda. Vos sabés que yo justo había sacado adjudicado el auto para poder salir a pasear con la familia y ahora me lo meto en el orto. Ni para ir al trabajo lo uso porque nos traen en el móvil. Aparte, acá estamos haciendo veinticuatro por veinticuatro. Nos matan. ‘Tá bien que nos garpan las horas extras, pero igual no damos más. Yo me quiero rajar a la mierda.
Sonó un mensaje en el celular del policía.
—Listo, papá. Andá nomás. Que tengas suerte, loco.
—Gracias, viejo, igualmente. Ojalá puedas salir pronto con tu auto nuevo.