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«salir el fin de semana»
Оглавление—Ahí hacía guardia yo —dijo papá semisentado en la cama ortopédica, señalando el televisor que mostraba una guardia periodística en el acceso a la Quinta Presidencial de Olivos.
—¿Cómo ahí? —le pregunté.
—Durante una parte del servicio militar teníamos que montar guardia en la Quinta Presidencial de Olivos. Teníamos dos guardias con el uniforme de Granaderos, con el sable, y dos con ropa de fajina y fusil.
—Alguna vez me contaste que vos estabas de guardia durante el golpe militar a Ilia.
—Sí, yo estaba allí. En la Casa Rosada. Eso fue en junio del 66. El golpe militar de Onganía.
—Vos sabés, viejo, que hace un par de meses atrás le iba a contar un cuento a Fran y me pidió que fuera un cuento de algo que me pasó de verdad. Le dije que vos me habías escrito un mail hacía poco en el que me recordaste que cuando yo era chico te pedía «historias verdaderas».
—Sí, así me decías vos. Yo me tiraba a los pies de tu cama y te contaba historias. Vos pedías siempre las mismas. Repetidas.
—Sí, me acuerdo de muchas todavía. Bueno, justamente, cuando le dije eso a Fran, me pidió que le contara una historia que te pasó a vos. «Algo que le pasó al abuelo», dijo. Así que yo le conté una historia de tu servicio militar. Me acuerdo muchas de esas historias. Hay una en particular que siempre recuerdo. Le conté esa.
Mi viejo, chiquitito en esa cama enorme, agarró el control remoto de la mesa de luz y le bajó el volumen al televisor usando el botón con el signo menos, y no el mute. El audio del relato periodístico se fue reduciendo hasta quedar bajito. Yo le conté.
—Me acuerdo de una historia de la vida en el regimiento. Que había una revista previa al fin de semana en la que cada conscripto tenía que exhibir la ropa que había recibido, y que no le faltara nada. Mostraría la ropa que llevaba puesta y una muda más. Pero siempre había un faltante porque algún superior entraba de noche y se afanaba algo. Entonces se armaba una cadena de robos en la que cada uno se preocupaba de poder pasar la revista y que le permitieran salir ese fin de semana. Un día a vos te faltaba una media y se acercaba el horario. Entonces a la media que tenías le cortaste el puño, te lo pusiste a mitad de la pierna y te calzaste el borceguí, haciendo que el puñito de media asomara por arriba. En el otro pie te pusiste la media cortada a la que le habías abierto la punta, así que la subiste para que también asomara arriba de la bota. Cuando llegó la revista te levantaste las botamangas del pantalón y mostraste los dos puños de media asomando. De ese modo pudiste salir el fin de semana. ¿Te acordás?
—Cómo no me lo voy a acordar. Me parece increíble que vos te lo acuerdes. Hace cuarenta años te conté esa historia.
—Sí, era chiquito. Bueno, el asunto es que a Fran le encantó porque habías engañado a los que te habían querido cagar. Se moría de la risa. Después me pidió esa historia varias veces más.
—Increíble, hijito.
—Al final… ¿Te gustó a vos la colimba, viejo? ¿Te parece que te sirvió?
—Diría que el saldo fue positivo —la mirada del viejo se perdió en sus recuerdos. Después de un rato de silencio, subió el volumen del televisor usando el botón con el signo más.