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«qué viaje de locos»
ОглавлениеLlegué al centro de Mar del Plata alrededor de las ocho de la noche. Había hablado con Ricky, mi cuñado, y acordamos que nos encontraríamos en la puerta de la cochera de un amigo de él, donde podría guardar la camioneta. El dueño de la cochera me dio instrucciones sobre el uso del portón, me entregó una llave y me dijo:
—Listo, loco. Suerte con lo de tu viejo.
—Gracias, hermano.
Pasamos el equipaje de la camioneta al auto de Ricky y fuimos hasta su casa a dejarlo. Allí estaban mis sobrinas, las dos más grandes y la chiquita, de tres años, a quien, por sus rulos rubios, llamo «mi sobrinita de oro». Anni, mi sobrina mayor, hija de Matu de un matrimonio anterior, me había cedido su habitación durante mi estadía en su casa. Dejé las cosas y salimos con Ricky para el Hospital Privado de la Comunidad.
En el trayecto hablamos de lo rápido que había sido todo. Que era sorprendente cómo una enfermedad tan diseminada se había demorado tanto en dar síntomas.
Ricky me dejó en la vereda del hospital. Subí la rampa junto a la guardia y entré. Llegué hasta un puesto donde había un guardia. Me preguntó el documento. Verificó en una computadora que estuviera autorizado. Matu ya había hecho el trámite. Finalmente me roció alcohol en las manos y me indicó que tenía que subir al segundo piso. Fui por escalera, para evitar el ambiente de encierro del ascensor. En ese piso había otro puesto de control donde también me preguntaron el documento. Entré y finalmente llegué a la habitación de mi papá. Matu estaba con él, apoyada en la baranda de la cama, conversando.
—¡Hijito, qué viaje de locos te has hecho!
—Hola, viejito. Ya llegué.
Le di un abrazo al viejo, que desgarbado quedaba chiquito en la cama ortopédica, como si no hundiera el colchón. Tenía una vía endovenosa cerrada en cada mano, un tinte pálido amarillento en la piel y una sonrisa de alivio en la cara.
Después abracé a Matu, y nos quedamos un rato así, juntos, también aliviados.