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«ya habríamos bajado las persianas»
ОглавлениеAl día siguiente fue sábado. Durante el pase de sala de los médicos que tenían a cargo el seguimiento de mi papá, acordamos que ya no tenía sentido que él permaneciera internado. Los médicos dijeron que ahora estaba estable y que faltaban varios días para los resultados definitivos de las biopsias. Que prolongar los días de internación aumentaba la posibilidad de que se contagiara alguna infección. Que lo mejor sería que se fuera a su casa. Matu y yo estuvimos de acuerdo y nos pusimos en campaña para organizar el alta.
A media mañana Matu bajó a una de las farmacias cercanas al hospital. Al subir me mostró la bolsa con lo que había comprado: pañales para adultos y varias cajas de medicamentos. Le dije que iba a ir a una ortopedia a buscar algunas cosas y comprar algo de ropa cómoda para el viejo, sobre todo teniendo en cuenta que se lo iba a dar de alta con la sonda vesical puesta. Matu me dijo que había dos ortopedias cerca de la esquina de Independencia y Alberti, y que para la ropa fuera a la calle San Juan, que ahí había muchas tiendas.
—Hace veintisiete años que me fui de Mar del Plata, Matu. No me acuerdo de muchas calles.
—Alberti e Independencia… ¿sabés dónde es?
—Sí, eso sí. San Juan también la ubico… Paralela a Independencia, como diez para allá —señalé la dirección.
—Sí. Andate a San Juan, entre Moreno y Luro. Hay muchos negocios de ropa. Llevate mi auto —me dio las llaves.
Me subí al VW Fox de Matu y Ricky, y acomodé el asiento. Tanteé palanca, pedales, espejos. El de la puerta del conductor estaba quebrado, pero los fragmentos coincidían en mostrar todos el mismo reflejo. Salí. Fui primero a la ortopedia. Estacioné enfrente. En la puerta había un cartel que decía «Hasta dos personas dentro del local». Afuera, había dos hombres antes que yo. Esperé en la vereda. El día estaba gris. Había viento y hacía frío. Todos los climas marplatenses eran nostálgicos para mí. Pero los días grises, más. Cuando llegó mi turno, entré al local. Una chica me atendió detrás de un plástico transparente que estaba agarrado con chinches desde arriba y a los costados. Tenía un tajo en la parte de abajo para el intercambio de papeles. Le pedí un andador en alquiler. Me explicó que tenía que dejar un depósito que me sería reintegrado al devolverlo. Le dije que también quería comprar un bastón trípode y dos manijas fuertes para la bañera, una larga, para poner horizontalmente, y una corta, para poner vertical en la subida de la bañera. Quería dejarle bien seguro el baño a mi viejo antes de irme. En su estado, el riesgo de caída en la bañera era algo que me preocupaba. Le pregunté si podía pagar con débito y si me podía hacer factura A. Me dijo que sí, que podía pagar con débito todo lo que compraba, pero el depósito no, porque me sería devuelto más adelante. Saqué plata, la tarjeta y el DNI y los pasé por el tajo del plástico transparente. Roció las tarjetas y los billetes con alcohol, los dio vuelta y los volvió a rociar. Me cobró y me devolvió las cosas. Cargué todo lo que había comprado, le agradecí y salí del local. Fui hasta el auto de Matu. Abrí el baúl para guardar todo, pero estaba ocupado por el cochecito plegado de mi sobrinita. Cargué en el asiento de atrás.
Llegué a la calle San Juan. Estacioné y me bajé. Recorrí varios negocios. Entré en una tienda de ropa sin marca, de confección propia. La entrada tenía un mostrador improvisado sobre el umbral, para atender a la calle. Me recibió el dueño de la tienda. Le pedí dos pantalones de jogging, dos remeras lisas y una campera con capucha. Pensé que esa sería una ropa cómoda para los días de recuperación de mi viejo. El vendedor me atendió con entusiasmo, como si mi compra le salvara el día. En ningún momento dejó de despotricar por la situación.
—Estos políticos de mierda tienen un pedo en la cabeza. No entienden nada. No se dan cuenta de que nos estamos cagando de hambre. Cuando apenas empezamos a sacar la cabeza afuera del agua, vienen y nos clavan otra fase 3 en Mar del Plata. Nosotros zafamos más o menos porque tenemos taller propio y atendemos mi señora y yo. La vamos llevando. Si tuviéramos empleados, ya habríamos bajado las persianas. Pero así y todo laburamos para pagar los gastos. ¡Con suerte!
—Son tiempos tremendos. Gracias, viejo. Que tengas suerte.
—Gracias, muchacho. Que andes bien.