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«que el de ustedes»

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En mi primera noche en Mar del Plata, Matu se había quedado a dormir en la habitación con el viejo, en un sofá junto a la cama ortopédica. Yo dormí en su casa, en la habitación cedida por mi sobrina. Al despertarme me bañé y me vestí, y salí caminando hacia el hospital, ubicado a unas cinco cuadras.

Cuando llegué, papá y Matu estaban despiertos, contentos, hablando de la vida. Matu me dijo que bajaba un momento, yo me quedé con el viejo. Le pregunté cómo había dormido, me dijo que bien. Quería saber toda la verdad sobre su salud, que le contara todo. En el relato de los últimos acontecimientos, me confesó que tenía los tres días anteriores borrados, que no recordaba nada de lo que yo le contaba de esos días. Sorprendido, pensó un momento y después me dijo que lo ayudara a rellenar esos blancos, que no quería dejarlos vacíos. Me dijo que intentaría llenar esa memoria con mi relato.

Le conté que lo habíamos internado cinco días atrás. Que al segundo día se había descompensado. Que se le había encontrado una enfermedad diseminada. Que había tenido una hemorragia importante. Que habían tenido que hacerle una transfusión sanguínea. Me preguntó si tenía cáncer. Le dije que sí, pero que la palabra cáncer no era un tipo de enfermedad sino que había muchos tipos, con distintas posibilidades de tratamiento y distintos pronósticos. Le impactó la palabra cáncer.

—Con todos los quioscos que me he fumado, debe ser de pulmón, supongo —comentó.

—Aparentemente no, viejo. Pero igual todavía hay que esperar los resultados de las biopsias.

Matu llegó con café con leche en vasos con tapa y unas medialunas. A papá le llegó el desayuno hospitalario.

—No es lo mismo mi desayuno que el de ustedes —dijo el viejo, y los tres nos reímos un rato.

Más tarde vinieron a la habitación dos neurólogos. Nos presentamos en pleno ejercicio de fraternización entre colegas. Hablamos de aquello a lo que yo más me dedicaba específicamente, de cómo se laburaba en San Luis, de sus posibilidades de inserción en Mar del Plata. Me llevaron a una terminal informática en el pasillo de distribución y me mostraron las imágenes de resonancia magnética de mi papá. Pude comprobar la extensión de la enfermedad oncológica. Les agradecí el trato especial y todo lo que habían hecho.

En su ronda, también vino el gastroenterólogo, que le había hecho la endoscopía unos días antes. También amistosamente me mostró las imágenes endoscópicas de la úlcera sangrante. Finalmente me comentó que él era oriundo de San Luis, y recorrimos un poco su historia personal. Le agradecí también a él todo lo que había hecho.

Al teléfono de mi hermana llamó el oncólogo. Sabía del hijo médico de mi papá, y le preguntó si podía hablar conmigo. Matu me pasó su teléfono y salí de la habitación para hablar en el pasillo. Me dijo que habían llegado los resultados de las biopsias. Que podían ser dos diagnósticos muy diferentes: un carcinoma muy indiferenciado o un linfoma de células grandes. Le dije que eran muy diferentes los pronósticos de esos dos diagnósticos: el primero, terminal; el segundo, con posibilidades terapéuticas concretas. Me dijo que era exactamente así, que el proceso de inmunohistoquímica que les harían a las biopsias en los siguientes días definiría en cuál de las dos situaciones estábamos.

Le hice señas a Matu a través del vidrio de la puerta para que saliera y le conté las novedades.

—Bueno. Ojalá sea un linfoma, entonces —dijo.

Los días del piano

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