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«que se alegraba por eso»
ОглавлениеA la mañana siguiente, también mientras atendía en el consultorio, Matu me llamó otra vez. Me dijo que la noche anterior había sido un desastre. Que papá se había levantado de la cama ortopédica solo para ir al baño. Que estaba desorientado y que se había descompensado. Que la enfermera que lo ayudó había notado que en la caca había sangre digerida y que ahora lo estaban estudiando por una hemorragia digestiva. Que había empeorado mucho. Que casi no la había reconocido a ella, que no se le entendía lo que hablaba. Que le estaban haciendo una endoscopía en ese momento y que los médicos ahora hablaban de un pronóstico reservado.
Le dije que ya había iniciado el plan de viajar y que estaba solicitando autorización al Comité de Crisis de Coronavirus de San Luis para salir de la provincia porque las fronteras estaban cerradas por la pandemia. Le dije que ya había llenado el formulario online y que estaba a la espera de más instrucciones para avanzar. Le pedí que me averiguara sobre los requisitos para ingresar a Mar del Plata. Le dije que con suerte podría salir en tres días para allá. Me contestó que ojalá hubiera tiempo.
Un espacio libre de tiempo causado por la falta de varios pacientes seguidos, lo cual no es habitual, me permitió hacer varias llamadas para intentar agilizar los trámites. Bajé la aplicación para el autodiagnóstico de covid y completé el formulario de autorización de circulación nacional.
Un rato después me llamó el gastroenterólogo que le había hecho la biopsia a mi papá. Me dijo que tenía el estómago lleno de sangre, que en el momento en el que él hizo el estudio la úlcera ya no sangraba, que parecía ser una metástasis que venía desde afuera del estómago y no una simple úlcera gástrica regular. Me dijo que había tomado una muestra con el mandril para mandar a analizar. Además, me dijo cuál era el tratamiento que pensaba seguir para intentar que dejara de sangrar. Finalmente, que tal vez le harían una transfusión sanguínea, ya que había sangrado mucho. Le agradecí por todo lo que había hecho y por la molestia que se había tomado en llamarme para darme detalles técnicos.
Cuando ya había terminado la mañana laboral, mientras colgaba mi guardapolvo, cerraba mi computadora y armaba la mochila, Matu volvió a llamarme. Lloraba. Entre sollozos me dijo que me apurara. Que estaba muy preocupada por el hecho de que papá y yo no llegáramos a vernos y que eso me dejara una cuenta pendiente. Le dije que iba a tratar de acelerar las cosas todo lo posible, pero que no tuviera esa preocupación. Que papá y yo nos habíamos reencontrado a partir del cafecito en Mar del Plata, cerca de Güemes, que nos habíamos dicho todo lo que había que decir, que después habíamos compartido un asado maravilloso, y que desde entonces nos llamábamos o nos comunicábamos por WhatsApp de forma cotidiana. Que me ponía muy triste que estuviera tan enfermo. Le recalqué que yo quería verlo, pero que en el caso de que no pudiera, creía que no me quedaría una cuenta pendiente. Me dijo que se alegraba por eso. Le dije que viajaría ni bien me autorizaran a salir. Y los dos lloramos un rato juntos.