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ALUMNOS Y PROFESORES

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Entre los alumnos del Liceo de mis años de alumno, citaré en primer lugar al encanto de Ana Diosdado, la actriz y dramaturga. Sigue Simeón de Bulgaria, a quien siempre que veo, le doy el trato de «Querido Rey». Con él tuve algunos contactos interesantes poco antes de iniciarse la Transición, cuando coincidíamos en las reuniones en casa del abogado y gran animador del cambio político Pepe Mario Armero. Y dejaré aquí constancia de que cuando Simeón llegó, a través de unas elecciones generales, a presidente del Gobierno en su país de origen, ya avanzada la década de 1990, le mandé una felicitación por correo electrónico. A la que me respondió un día telefónicamente desde Sofía, recordando los buenos tiempos del Liceo. La última vez que nos encontramos fue en el verano de 2011, en una cena estival en casa de la condesa viuda de Romanones, María Aline Griffith. Nos saludamos con gran alegría, pues hacía tiempo que no nos veíamos y, luego en el jardín, en una noche apacible, estuvimos hablando largamente:

—Sí, Ramón, sí, sigo en Bulgaria, metido en la política de mi país natal...

—¿Y tienes alguna expectativa de volver a ser rey...?

—En absoluto, está completamente descartado... Pero yo tengo la obligación moral de ayudar a los búlgaros a reencontrar su camino en Europa. Y aunque ya sean miembros de la Unión, aún tienen problemas muy arduos, entre ellos una corrupción galopante.

También estuvieron en el Liceo de mis tiempos Gregorio Peces-Barba, que fue presidente del Congreso de los Diputados y primer rector de la Universidad Carlos III; Miguel Boyer, que lució como ministro de Economía y Hacienda con Felipe González; y José Luis Leal, que participó muy destacadamente en la concepción y desarrollo de los Pactos de la Moncloa, como director general de Política Económica y después como secretario de Estado. Más tarde, Leal fue, durante años, el presidente de la Asociación Española de Banca (AEB).

¿Qué nos quedó a todos de aquella época en el Liceo Francés? El gran recuerdo de una formación que hoy podría llamarse integral, con características más propias de estudios universitarios que no de mero colegio, en un bachillerato que en el marco de una institución francesa era de lo más español, con un patriotismo silencioso.

Por lo demás, diré que si de los padres se recibe una parte muy importante de la educación, tener maestros como los que yo tuve en el Liceo fue un verdadero privilegio. Ellos nos enseñaron a buscar la entraña de las cosas, en contra de la tan extendida sensación de que todo es simple rutina.


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