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Latia, la llegada de la media Luna

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Luego sucedió el gran milagro que lo cambió todo, ya que antes de cumplir los diez años apareció ella. Cogiéndolos desprevenidos, pues los niños desconocían que pudiese existir un ser semejante sobre la faz de la tierra. Ella, sin duda era la encarnación de una diosa que personificaba la bondad y ternura.

Se llamaba Latia y a partir de entonces, los niños nunca más carecieron de atenciones. Se duplicaron los alimentos y el cuidado hacia cada uno de ellos. La dama, junto a un numeroso séquito de aldeanas, remodeló la enfermería, la cocina y la atención directa hacia los más pequeños, separándolos de los mayores, haciendo que abandonasen las cavernas y agrupándolos en dos naves subterráneas, muy limpias y amplias. Mandó fabricar a los carpinteros y leñadores, una cama de madera para cada uno de ellos. Edificó una zona destinada para los baños y aseos, reformó el comedor y de una manera u otra, contuvo el ímpetu bárbaro y salvaje que imperaba entre los mayores; pues su presencia causaba tal respeto que ninguno de ellos se atrevía a contradecirle y ni tan siquiera replicarle. A Latia, jamás se le vio exteriorizar ningún tipo de severidad ni rudeza con los niños, más bien se podría decir todo lo contrario.

Se contaban muchas cosas de ella, pero la más cierta de todas era que debiera ser una gran dama del lejano país de Casalún, por lo que su presencia representaba el misterio y la lejanía. Solía sentar al niño Ixhian en su regazo, mientras le alisaba el cabello y lo mimaba. Sin saber, cuándo ni cómo, la palabra madre irrumpió por primera vez en el alma del niño.

—Mi madre debió ser como Latia —se decía, inocentemente el pequeño, cuando se acostaba y cerraba sus ojos vencidos por el sueño.

Bajo su amparo y protección, al fin halló Ixhian un lugar entre los demás. Aunque sea justo el confesar, que no hubo manera de enmendar ni modificar su vicio, convertido en adicción, de escabullirse y ocultarse en busca de cierto aislamiento.

Sucedió en un día a finales de verano, habían pasado más de cuatro años desde su salida de las cavernas, cuando volvió a toparse con el caballero elegante y con ojos de búho que le hallase y atendiese de pequeño. Llegaba por el sendero que se alejaba de los cerros amarillos, montando sobre un majestuoso caballo azabache.

—Vaya, nos encontramos de nuevo ¡Qué caprichoso es el destino! ¿Hacia dónde se dirige el joven Ixhian?

Y a partir de ese día tuvo un nombre, invitándole a compartir el caballo con él. Aterrorizado, nuestro niño negó dicha invitación e intentó escabullirse de vuelta hacia la Sidonia. Pero el caballero lo aupó por la cintura y con una fuerza desmedida, le hizo sentar sobre el caballo, colocándolo delante de él.

Sin más opción más que dejarse llevar, quedó atrapado y sin posibilidad de intentar la huida. El caballero azuzó el caballo dirigiéndose velozmente hacia Astry, la aldea más cercana, mientras Ixhian cerraba los ojos, muerto de miedo, dejándose llevar por el trote del caballo, hasta percibir que este se detenía. Al abrirlos, descubrió hallarse en un paraje asombroso que nunca hubiese sido capaz de imaginar, pues allí no había tierra amarilla, ni chumberas; estos eran árboles de verdad, verticales, hermosos y complacientes. Todo colmado de un verde que dañaba la vista.

Si estos eran los colores del mundo, ¿en dónde quedaban los colores de la Sidonia?— Pensó el muchacho.

La imagen de una cabaña de madera al margen del camino y de un riachuelo que con infinita placidez estabilizaba el lugar, desmanteló inmediatamente sus defensas. Emocionado descubrió a Latia en pie, junto a la puerta de la cabaña saludándole con la mano. De un saltó bajó del caballo y buscó refugio entre sus brazos. Entonces, a partir de ese día, y a sus doce años de edad, nuestro niño ya no volvió a la Sidonia nunca más.

[10] Comandador, cuerpo militar que gestiona y cuida de la isla y sus habitantes.

[11] Vagamundo, linaje muy antiguo, cuyos integrantes sueles ser considerados unos brujos estrafalarios.

Cartas a Thyrsá. La isla

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