Читать книгу Cartas a Thyrsá. La isla - Ricardo Reina Martel - Страница 8

Prólogo

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Circulan, todos pasan delante de mí. El mar lo tengo enfrente.

Hace fresco en esta mañana de principios de diciembre. ¿Cómo comenzó todo?

Buena pregunta, lo admito y más desde este sur del sur, lo más al sur posible de todo…

Frente a mí, entre la calima, uno se imagina las cosas de África. La gente pasa circulando, va muy deprisa y hacia ninguna parte. Está rico el café, en este bar marinero y azul. Suceden las horas y el manuscrito, aún se mantiene entre mis manos. Mis vecinos de mesa me observan disimuladamente, poco a poco el paseo marítimo se va animando. Todos parecen saber hacia dónde se dirigen, caminando airosamente como si conociesen su destino.

Es una locura, lo admito, no existe medicación y lo peor de todo, es que tengo la plena convicción de que cuanto se narra en estas páginas, ha sucedido tal cual. No cambiaría un ápice de lo subscrito en estas hojas, sin duda mi vida transcurre y sucede muy distinta de quienes frente a mí lo hacen. Me gustaría poder ser como ellos, ser uno más de estos que se cruzan delante de mí. Pero me es imposible, desde mis primeros años tuve la sensación de ocupar un espacio que no era mío y donde constantemente me preguntaba, aquello de «qué hago yo aquí».

Fue la lectura y el refugio en los viejos libros, lo que me ayudó a trazar una ruta por donde transitaría el resto de mi existencia. Confrontando mi propio mapa interior con un sistema social absurdo, hasta para respirar. Tierra de apariencias y banalidades; en la figura de mi padre hallé refugio, en sus historias y delirios, en el sueño de una tierra perdida y lejana que siempre fue mejor que esta. Nací casi al final de un ciclo social, donde este país se desbarataba por todos lados y constantemente mirábamos hacia fuera. ¿Dónde nos hallábamos nosotros? Todo cuanto llegaba desde el exterior parecía apostillar y ofrecer ciertas garantías de plenitud y regocijo, en contraposición a cuanto aquí sucedía. Nuestro mundo sin duda se deshacía, no había manera de mantener esto en pie.

Entonces llegó mi primera lectura; Robinson Crusoe de Defoe, debía tener los doce años no más, ya por ello podría considerarme un niño prodigioso, de elevada imaginación y ventura. Pocos de cuantos me rodeaban compartían mis anhelos y utopías, quizás algunos de los que jugaban en la calle. El mundo de los mayores significaba restricción y moralidad, la antítesis de un espíritu delicado como el mío. La salvación la hallábamos en una televisión en blanco y negro, aquella que nos hacía compartir un proyecto diario, en donde habitaba un solo lenguaje y una única posibilidad de expresión. A pesar de ello, me podría considerar un joven de avanzado conocimiento, en cuantas entidades de dudosa reputación se cruzaban a mi paso, adorando todo aquello que se encontraba alejado de lo inmediato. El cine fue mi salvador y mi entrega al séptimo arte, me permitió dialogar conmigo mismo, mostrándome ese otro plano donde si existen las cosas…

Dispongo de una gran biblioteca de libros antiguos, herencia de mi padre y primer transmisor de esta diferencia genética a quien debo cuanto soy. El primer libro en propiedad fue La Biblia y el segundo Las mil y una noches, todos ellos regalos de mi padre. Entonces entendí el rumbo que tomaría mi vida, ya que tras la lectura de este segundo libro, elegí a Simbad el marino por encima de todas las creencias disponibles, como mi gran compañero de viaje y futuro mundo de aventuras. Y no precisamente porque tolere la navegación, ni mucho menos. Soy un inepto para ello, padezco de vértigo y me siento incapaz de alejarme de tierra firme. Me refiero a otro tipo de navegación que es capaz de trasferir el océano y los mares. Hablo de la ensoñación y la mente.

Le siguieron; La isla misteriosa de Verne, Viaje al centro de la Tierra, El faro del fin del mundo y decenas de títulos más. Paralelamente llegaría Emilio Salgari con sus tierras vírgenes y demás corsarios. Stevenson y su Isla del tesoro, del que puedo decir que memoricé hasta la obsesión. Casi sin darme cuenta, comencé el viaje y esa absurda predisposición por evadirme, por lo que ya no hubo vuelta atrás.

Con los años intenté comprender el sentido de todo cuanto me rodeaba, «este absurdo infinito» como diría Pessoa; así que comencé mi largo proceso y un viaje hacia la búsqueda con «lo milagroso», tal como manifestó el maestro Gurdjieff. Busqué entre las raíces olvidadas de mi generación, me recorrí el país cuando no era tan usual hacerlo, intentando hallar algún indicio que aliviara y sanara «mi enfermedad».

Mi vida ordinaria se mantenía enclaustrada entre ollas y calderos, pues comencé a trabajar desde muy joven en subterráneos de grasa, donde la luz apenas conseguía entrar. Oculto a la mirada y a la circulación del mundo, desarrollé una capacidad de adaptación y respuesta que me ha posibilitado vivir sin demasiadas dificultades. Así ha ido transcurriendo mi vida, tal como se describe en este libro: entre cavernas amarillas.

Cuando pude marché a Santo Domingo de Silos, San Pedro de Arlanza, San Millán, el Cañón del Río Lobos, en donde dormí en una caverna. Santa Tecla, cuando aún se hallaba sumido en el abandono y la memoria, hasta encontrar la mágica San Andrés de Teixido, ubicándome en una vieja casona de piedra y en donde recuerdo los más bellos atardeceres de mi vida… de eso hace mucho, era demasiado joven.

Luego llegó el Tíbet, considerando su religión y filosofía como primicia insalvable para quien desea avanzar y conocer. Cuando menos lo esperaba apareció una idea, mito o leyenda. Era una noche donde nevaba con desmesurada alegría, no recuerdo el año. Me hallaba en una montaña de la alpujarra granadina, viviendo en una cueva. Entonces un monje me relató la leyenda de Shamballa y su correspondencia con la iniciación del Kalachakra que próximamente ofrecería el Dalai Lama en Barcelona. Mi vida dio un vuelco, pues entonces comenzó esta búsqueda desesperada con otros planos y el encuentro con otras sociedades míticas como Avalon, la isla de Preste Juan, los Bienaventurados, el Dorado, la Atlántida o la isla de los Inmortales…

Busqué hasta la obsesión, creí volverme loco, un chiflado de verdad, nada de alguien fruto de esta hiriente neurosis que nos envuelve a todos. No diré nada más, no estoy autorizado para ello. Todo cuanto relato es el fruto de un encuentro, un proceso que me llevó hasta este resultado; el hallazgo de la isla de Erde. Sus personajes llenan mi vida, entran y salen cuando les viene en gana; hemos abierto una puerta y ahora invito a quienes deseen cruzarla conmigo y aunque parezca una nimiedad lo que digo; Noru me ha otorgado el permiso para ello.

Cómo comenzó todo… me pregunto desde esta playa. No fueron las obras de Marion Zimmer Bradley como a muchos les gustaría pensar, surgió de un relato corto llamado Monte Verita de Daphne du Maurier y quiero pensar que han sido ellas; sus sacerdotisas invisibles, las que han dirigido mi mano y pensamiento. Por lo tanto me hallo en perfecta convicción para atestiguar y dar fe que es desde Monte Verita, donde parte el relato.

Fruto de la terapia, la historia cogió un nuevo impulso, ya que al relatar «el cuento de mi vida» hubo una especie de interrelación y aproximación con los escritos de fantasía. Cuando pasé a darme cuenta, la historia de Thyrsá había quedado estructurada dentro de mi propio relato de vida, junto con otro trabajo denominado Robinson que consistió en reescribir la obra de Defoe en primera persona, terminándose así de culminar el proceso. Todos los personajes que se describen en la obra, son reales; es decir de carne y hueso, excepto Noru que se manifestó en sueños, portando un formidable libro entre sus manos. Los lugares son reminiscencias de donde he estado, la mayoría ya no existen; «la especie», es decir el hombre, los devastó. Mi bosque desapareció junto a sus túmulos y enterramientos, esto es real y no cabe interpretación alguna. Sin embargo, tal como sucede en el relato; aún mantengo la esperanza de que retornen de nuevo. Lo mismo que sucede con la protagonista de esta historia, que sueña desde un corroído castillo que el puente se alce de nuevo y su enamorado le lleve de vuelta a casa, tan real como la vida misma. Aunque la misma escritora ya lo advierta en sus páginas:

“Nadie vuelve una vez haya sido llamado a Monte Verita”.

En la playa de Pedregalejo (Málaga).

Bajo una luna creciente en las largas noches del 2017.

Cartas a Thyrsá. La isla

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