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39. Atlante y Prometeo

a. Prometeo, el creador de la humanidad, a quien algunos cuentan entre los siete Titanes, era hijo o bien del titán Eurimedonte, o bien de Jápeto con la ninfa Clímene. Sus hermanos eran Epimeteo, Atlante y Menecio.1

b. El gigantesco Atlante, el mayor de los hermanos, conocía todos los fondos marinos; gobernaba un reino con una costa escarpada, más grande que Asia y África juntas. Esta tierra, la Atlántida, se extendía más allá de las Columnas de Heracles y estaba separada del lejano continente por una hilera de islas llenas de frutales, sin tener ningún punto de contacto con nuestra tierra. Los habitantes de esta tierra canalizaban el agua y cultivaban una enorme llanura central con el agua que bajaba de las montañas que la rodeaban por todas partes menos por una grieta abierta al mar. También construyeron palacios, baños, hipódromos, grandes puertos y templos; y llevaron la guerra no sólo en dirección al oeste, hasta el lejano continente, sino también hacia el este, llegando a Egipto e Italia. Los egipcios dicen que Atlante era hijo de Posidón, cuyas cinco parejas de gemelos varones juraron fidelidad a su hermano con la sangre de un toro sacrificado en el altar; y también dicen que al principio eran seres muy virtuosos, que soportaban con fortaleza el peso de sus grandes riquezas en oro y plata. Pero un día la avaricia y la crueldad se apoderó de ellos y, con permiso de Zeus, los atenienses los derrotaron sin ayuda y pusieron fin a su poderío. Al mismo tiempo, los dioses enviaron un diluvio que en un día y una noche sumergió a toda la Atlántida, de tal forma que las obras del puerto y los templos quedaron enterrados bajo el lodo y el mar se hizo innavegable.2

c. Atlante y Menecio consiguieron salvarse y se unieron a Crono y los Titanes en su infructuosa guerra contra los dioses del Olimpo. Zeus mató a Menecio con su rayo y lo envió al Tártaro, pero perdonó la vida a Atlante, a quien condenó a sostener el cielo sobre sus hombros por toda la eternidad.3

d. Atlante era el padre de las Pléyades, las Híades y las Hespérides, y ha estado sosteniendo el cielo desde entonces, menos en una ocasión en que Heracles le relevó temporalmente de esta tarea. Algunos dicen que Perseo petrificó a Atlante y lo convirtió en el monte Atlas mostrándole la cabeza de la Gorgona, pero olvidan que Perseo es considerado por una gran mayoría un antecesor lejano de Heracles.4

e. Prometeo, siendo más sabio que Atlante, previo el resultado de la rebelión contra Crono y por tanto prefirió luchar del lado de Zeus, convenciendo a Epimeteo para que hiciera lo mismo. En realidad, era el más sabio de su raza, y Atenea, a cuyo nacimiento de la cabeza de Zeus él había asistido, le enseñó arquitectura, astronomía, matemáticas, navegación, medicina, metalurgia y otras artes útiles que él transmitió a la humanidad. Pero Zeus, que había decidido exterminar a toda la raza humana, y después salvarlos sólo por la urgente intercesión de Prometeo, se irritó porque su talento y aptitudes iban en aumento.5

f. Un día en que tuvo lugar una disputa en Sición sobre qué partes de un toro de sacrificio debían ofrecerse a los dioses y cuáles deberían reservarse para los hombres, Prometeo fue invitado a actuar de árbitro. Así pues, desolló y descuartizó un toro y luego cosió su piel formando dos bolsas de boca ancha que llenó con lo que había cortado. En una de ellas puso toda la carne, pero la ocultó bajo el estómago, que es la parte menos tentadora del animal; la otra la llenó con los huesos, escondidos bajo una gruesa capa de grasa. Cuando invitó a Zeus a elegir una de las dos bolsas, éste, dejándose engañar fácilmente por las apariencias, escogió la bolsa que contenía los huesos y la grasa (que sigue siendo la porción de los dioses), pero castigó a Prometeo, que se estaba riendo de él a sus espaldas, privando a la raza humana del fuego. «¡Que se coman su carne cruda!», gritó.6

g. Prometeo se dirigió enseguida a Atenea suplicándole que le dejara entrar en secreto en el Olimpo, a lo que ella accedió. Al llegar, encendió una antorcha con el carro ígneo del Sol y arrancó de éste un trozo de carbón al rojo que insertó en el hueco meduloso de una cañaheja gigante. Después apagó la antorcha, salió a hurtadillas y donó el fuego a la humanidad.7

k Zeus juró vengarse. Ordenó a Hefesto que hiciera una mujer de arcilla, a los Cuatro Vientos que le infundieran vida y a todas las diosas del Olimpo que la engalanaran. Esta mujer, Pandora, la mujer más bella jamás creada, fue enviada como regalo de Zeus a Epimeteo bajo la custodia de Hermes. Pero Epimeteo, que había sido advertido por su hermano de que no aceptara ningún regalo de Zeus, se excusó educadamente y no lo aceptó. Más enfurecido aún por el desaire, Zeus hizo encadenar a Prometeo desnudo a una columna en las montañas del Cáucaso, donde un buitre voraz le devora el hígado constantemente año tras año. Y no hay fin a su dolor, porque cada noche, cuando Prometeo está expuesto al frío y heladas insoportables, su hígado vuelve a regenerarse entero.

i. Pero Zeus, poco dispuesto a admitir que había actuado de manera vengativa, disculpó su salvajismo haciendo circular una noticia falsa: que Atenea había invitado a Prometeo al Olimpo para tener una aventura secreta con él.

j. Epimeteo, alarmado por el destino que había corrido su hermano, se apresuró a casarse con Pandora, a quien Zeus había hecho tan tonta, malévola y perezosa como bella (la primera de una larga serie de mujeres de este tipo). Al poco tiempo ella destapó un ánfora sobre la cual Prometeo había pedido a su hermano que no abriera nunca, en la que había conseguido encerrar con gran esfuerzo todos los males que podían infestar a la raza humana: la Vejez, el Trabajo, la Enfermedad, la Locura, el Vicio y la Pasión. Todos ellos salieron de la caja en forma de nube, penetrando a Epimeteo y Pandora en todas las partes de sus cuerpos, y atacando luego a todos los mortales. A pesar de todo, la Esperanza Falaz, que Prometeo también había encerrado en el ánfora, les convenció con sus mentiras para que no cometieran un suicidio general.8

1. Mitógrafos posteriores interpretaron a Atlante como una simple personificación del monte Atlas, situado al noroeste de Africa, cuya cima parecía sostener los cielos. Pero para Homero, las columnas en las que sujetaba el firmamento estaban lejos, en el océano Atlántico, que Herodoto llamó así en su honor. Comenzó siendo quizás el Titán del segundo día de la semana, que separaba las aguas del firmamento de las aguas de la tierra. La mayor parte de las lluvias llegaban a Grecia desde el Atlántico, especialmente en la salida helíaca de las hijas-estrellas de Atlante, las Híades, lo cual explica en parte por qué su hogar estaba en el este. Heracles le relevó tomando el cielo sobre sus hombros en dos sentidos (véanse 133.3-4 y 123.4).

2. La leyenda egipcia de la Atlántida —también popular en los cuentos tradicionales a lo largo de la costa atlántica desde Gibraltar hasta las Hébridas y entre los yorubas de Africa Occidental— no debe ser descartada como pura fantasía, y parece datar del tercer milenio a.C. Pero la versión de Platón, donde se dice que llegó a Solón a través de sus amigos, los sacerdotes libios de Sais en el delta, parece que ha sido injertada en una tradición posterior: cómo los cretenses minoicos, que habían extendido su influencia a Egipto e Italia, fueron derrotados por una confederación helénica encabezada por Atenas (véase 98.1); y cómo quizás, a consecuencia de un terremoto submarino, las grandes obras portuarias construidas por los keftios («pueblo del mar», es decir, los cretenses y sus aliados) en la isla de Faros (véanse 27.7 y 169.6) se hundieron bajo varias brazas de agua, donde han sido después encontradas por los buceadores. Estas obras consistían en una dársena interior y otra exterior, que juntas cubrían una extensión aproximada de doscientos cincuenta acres (Gastón Jondeó. Les Ports submergés de l’ancienne ile de Pharos, 1916). Tal identificación de la Atlántida con la isla de Faros justificaría el hecho de que a Atlante se le describa a veces como hijo de Jápeto —el Jafet del Génesis a quien los hebreos llamaban a veces hijo de Noé y consideraban antepasado de la confederación del pueblo del mar— y a veces como hijo de Posidón, patrono de los navegantes griegos. Noé es Deucalión (véase 38.c) y, aunque en el mito griego Jápeto aparece como abuelo de Deucalión, esto puede simplemente significar que era el antepasado epónimo de la tribu cananea que llevó a Grecia la leyenda mesopotámica del diluvio en lugar de la atlántica. Varios detalles del relato de Platón, como el sacrificio de toros en columnas o los sistemas de agua fría y caliente del palacio de Atlante, confirman que no se está describiendo a ninguna otra nación más que la de los cretenses. Como Atlante, los cretenses «conocían todas las profundidades del mar». Según Diodoro (v.3), cuando la mayoría de los habitantes de Grecia fueron aniquilados por el gran diluvio, los atenienses olvidaron que habían fundado la ciudad de Sais en Egipto. Ésta parece ser una manera confusa de decir que después del hundimiento de las obras del puerto de Faros, los atenienses olvidaron sus vínculos religiosos con Sais, donde se adoraba a la misma diosa libia Neith, o Atenea, o Tanit.

i. La historia que cuenta Platón es confusa por su recuento de la enorme cantidad de elefantes que había en la Atlántida, lo que puede aludir a la vasta importación de marfil a Grecia a través de Faros, aunque quizás esto haya sido un préstamo tomado de una leyenda anterior. El paradero de la legendaria Atlántida ha sido objeto de numerosas teorías, aunque la influencia de Platón ha concentrado naturalmente la atención popular en el océano Atlántico. Hasta hace poco tiempo se suponía que la cordillera Atlántica (que se extiende desde Islandia hasta las Azores y luego tuerce por el sur hacia las islas Ascensión y Tristán da Cunha) era lo que quedaba de este continente. Pero las investigaciones oceanógraficas demuestran que, aparte de estas cimas, la cordillera entera ha permanecido bajo el agua durante un período de tiempo no inferior a los sesenta millones de años. Sólo se tiene noticias de la desaparición de una gran isla habitada en el Atlántico: la plataforma que ahora se llama Dogger Bank. Pero los huesos y utensilios recogidos en las redes de pesca de arrastre demuestran que este cataclismo ocurrió en tiempos paleolíticos, y es mucho menos probable aún que la noticia de su desaparición llegara a Europa gracias a supervivientes que navegaron a la deriva por aquella enorme extensión de agua a que el recuerdo de una catástrofe diferente fuera llevado a la costa del Atlántico por emigrantes neolíticos de Libia altamente civilizados, conocidos habitualmente como constructores de galerías de tumbas.

4. Éstos eran granjeros y llegaron a Gran Bretaña hacia finales del tercer milenio a.C., pero no se ha dado ninguna explicación del movimiento masivo de este pueblo hacia Occidente a través de Túnez y Marruecos en dirección al sur de España y luego al norte, hacia Portugal y más allá. Según la leyenda galesa de la Atlántida sobre los desaparecidos Cantrevs de Dyfed (imposible situarlos en la bahía de Cardigan), un mar bravio destruyó los malecones y arrasó dieciséis ciudades. La irlandesa Hy Brasil, la ciudad bretona de Ys, la región de Lyonesse en Cornualles (imposible de localizar entre Cornualles y las islas Scilly), la francesa lie Verte, la portuguesa Ilha Verde, son todas variantes de esta leyenda. Pero si lo que realmente contaron los sacerdotes egipcios a Solón fue que el desastre tuvo lugar en el Lejano Oeste, y que los supervivientes marcharon «más allá de las Columnas de Heracles», entonces la Atlántida se puede localizar fácilmente.

5. Es el país de los atlantes, mencionado por Diodoro Sículo (véase 131 .m) como el pueblo más civilizado que vivía al oeste del lago Tritonis y al que las amazonas libias —es decir, las tribus matriarcales descritas posteriormente por Herodoto— arrebataron la ciudad de Cerne. La leyenda de Diodoro no se puede datar arqueológicamente, pero su autor la sitúa con anterioridad a una invasión libia de las islas del Egeo y Tracia, acontecimiento que no pudo haber ocurrido más tarde del tercer milenio a.C. Así pues, si la Atlántida fue la Libia occidental, los diluvios que la hicieron desaparecer pueden haber sido debidos bien a las fuertes lluvias como las que provocaron las famosas inundaciones mesopotámicas y ogigianas (véase 38.3-5), o bien a una subida alta de marea acompañada de fuertes vientos noroccidentales, como los que barrieron una gran parte de los Países Bajos en los siglos XII y XIII y formaron el Zuider Zee (desde que se escribió esto la historia se ha repetido desastrosamente), o a un hundimiento de la región costera. En efecto, la Atlántida pudo haberse hundido al formarse el lago Tritonis (véase 8.a), que al parecer cubrió en un tiempo varios miles de millas cuadradas de las tierras bajas libias, extendiéndose quizás hacia el norte llegando al golfo de Sirte, llamado por el geógrafo Escilax «el golfo de Tritonis», donde los peligrosos arrecifes indican que existía una cadena de islas de las cuales sólo sobreviven Jerba y Kerkennahs.

6. La isla que permanece en el centro del lago mencionado por Diodoro (véase 131.2) era quizás la Chaamba Bou Rouba del Sáhara. Diodoro parece referirse a tal catástrofe cuando escribe su relato sobre las Amazonas y los Atlantes (iii.55): «Y se dice que, como resultado de los terremotos, las zonas de Libia cercanas al océano sumergieron el lago Tritonis, haciéndolo desaparecer». Dado que este lago aún existía en su época, lo que el autor quería decir probablemente era que «como resultado de los terremotos del Mediterráneo occidental, el mar se tragó parte de Libia y formó el lago Tritonis». El Zuider Zee y el lago Copaic acaban de ser recuperados recientemente, y el lago Tritonis, que, según Escilax, aún ocupaba una extensión de novecientes millas cuadradas en la época clásica, ha quedado reducido a las marismas saladas de Chott Melghir y Chott el Jerid. Si ésta era la Atlántida, algunos de los agricultores que quedaron desposeídos emigraron hacia el oeste, a Marruecos; otros hacia el sur, al Sáhara; otros hacia el este, Egipto y más allá, llevando todos ellos su historia. Otros pocos permanecieron junto al lago. Es muy probable que los elefantes de los que hablaba Platón se hallaran en este territorio, aunque la montañosa costa de la Atlántida pertenece a Creta, lugar que los egipcios, que aborrecían el mar, conocían sólo de oídas.

7. Los cinco pares de hijos gemelos de Posidón que juraron fidelidad a Atlante debieron de ser representantes en Faros de los reinos «keftiu», aliados de los cretenses. En la época micénica la doble soberanía se había convertido en algo normal: Esparta con Cástor y Pólux; Mesenia con Idas y Linceo; Argos con Preto y Acrisio; Tirinto con Heracles e Hieles; Tebas con Etéocles y Polinices. La avaricia y la crueldad de los hijos de Posidón sólo fueron posibles tras la caída de Cnosos, cuando la integridad comercial desapareció y el mercader se convirtió en pirata.

8. El nombre de Prometeo, «previsión», pudo haberse originado en una mala interpretación griega de la palabra sánscrita pramantha, la esvástica, o taladro de fuego, que se suponía había inventado él, pues el Zeus Prometeo de Thurü era representado sosteniendo un taladro de fuego. Prometeo, el legendario héroe indoeuropeo, llegó a confundirse con el héroe cario Palamedes —inventor o distribuidor (por inspiración de la diosa) de todas las artes civilizadas— y con el dios babilonio Ea, que se atribuía la creación de un hombre espléndido a partir de la sangre de Kingu (una especie de Crono), mientras la diosa-madre Aruru creaba un hombre inferior del barro. Los hermanos Pramanthu y Manthu que aparecen en el Bhagavata Purana, una epopeya sánscrita, pueden ser los prototipos de Prometeo y Epimeteo («segunda idea»). Sin embargo, lo que dice Hesíodo de Prometeo, Epimeteo y Pandora no es un mito auténtico sino una fábula antifeminista, probablemente inventada por él mismo, aunque basada en la historia de Demofonte y Fílide (véase 169./). Pandora («dadora de todo») era la diosa de la Tierra, Rea, adorada bajo ese título en Atenas y en otros lugares (Aristófanes: Aves, 971; Filóstrato: Vida de Apolonio de liana vi.39), a quien el pesimista Hesíodo culpa de la mortalidad del hombre y de todos los males que acechan en la vida, así como de la frívola e indecorosa conducta de las esposas. Su historia de la división del toro en dos partes tampoco es un mito, sino una anécdota cómica inventada para justificar el castigo de Prometeo y la anomalía de ofrecer a los dioses sólo la grasa y los fémures cortados a los animales sacrificados. En el Génesis la santidad de estos huesos queda explicada por la cojera de Jacob, que le infligió un ángel durante un combate de lucha cuerpo a cuerpo. El ánfora (no caja) de Pandora contenía originalmente almas aladas.

9. Los isleños griegos aún llevan fuego de un lugar a otro en el hueco de una cañaheja, y el encadenamiento de Prometeo en el monte Cáucaso puede ser una leyenda tomada por los helenos cuando emigraron a Grecia desde el mar Caspio: la leyenda de un gigante de hielo, recostado en la nieve de las altas cumbres y acompañado por una bandada de buitres.

10. Los atenienses se esforzaban en negar que su diosa tomara a Prometeo como amante, lo cual sugiere que a nivel local se le había identificado con Hefesto, otro dios del fuego e inventor de quien se contaba la misma historia (véase 25.b) porque compartía un templo con Atenea en la Acrópolis.

11. Menecio («fuerza en ruinas») es un rey sagrado del culto del roble. El nombre se refiere quizás a su mutilación ritual (véanse 1.1 y 50.2).

12. La esvástica orientada a la derecha es un símbolo del sol, en tanto que la orientada a la izquierda es un símbolo de la luna. Entre los akan de Africa Occidental, un pueblo de ascendencia libio-bereber (véase el final de la «Introducción») representa a la triple diosa Ngame.

Los mitos griegos

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